La mediación de UNASUR terminó de zanjar el conflicto entre Colombia y Venezuela. La resolución de la disputa pone de manifiesto un profundo grado de compromiso de la región para resolver sus propios problemas, más allá de las circunstanciales diferencias ideológicas que puedan existir entre sus gobiernos.
Poco tiempo después del nombramiento de Néstor Kirchner como Secretario General de UNASUR, el ex presidente uruguayo Luis Lacalle decía que el santacruceño fue designado para ocupar un cargo en una organización que “no existe”, que no “sirve para nada”. Pasados estos últimos dos días la verdad es que se hace imperativo hacer una observación: qué lástima que no existe! Si llegase a existir se podría llegar a soñar con una organización capaz de a hermanar a israelíes y palestinos o a iraníes y estadounidenses! Si una organización que no existe logró desenmarañar un conflicto que amagaba con salirse de los carriles como el de Colombia y Venezuela, para una que tuviese entidad el cielo sería el límite!
Vamos a dejar de lado por el hartazgo que a esta altura provocan, las descalificaciones de la dirigencia opositora de la Argentina hacia el rol del propio Kirchner como representante político de UNASUR o la estúpida afirmación de que la Argentina está aislada del mundo. Dicho sea de paso ¿harán alguna vez alguno de estos encumbrados dirigentes un reconocimiento de los “horrores” de cálculo político a que el odio acérrimo los lleva? ¿Ese odio que derraman quienes afirman que la soberbia, la crispación, el autoritarismo, la confrontación y la oposición al diálogo y a la búsqueda del consenso son patrimonio exclusivo del gobierno?
Esta reflexión casi catártica viene a cuento de los resultados alcanzados por la gestión mediadora de UNASUR para evitar que el enfrentamiento entre Colombia y Venezuela aumente su escalada retórica y se ponga en riesgo la paz entre ambas naciones. Como es sabido, al frente de esa mediación estuvo su Secretario General, Néstor Kirchner quien, luego de varias horas de una discusión franca y abierta junto a los mandatarios Juan Manuel Santos y Hugo Chávez, consiguió el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países y poner un punto de partida para lo que ambos presidentes calificaron como una nueva era en la relación bilateral.
Este resultado auspicioso dispara una pregunta de gran importancia: ¿el éxito en la mediación es mérito exclusivo de Kirchner? Desde luego que no. Sin dejar de soslayar la importancia de su rol en el momento concreto de la discusión cara a cara, el mérito le corresponde al conjunto de los países que conforman UNASUR. Porque una gran cuota del éxito se debe a la decisión política explícita de todos ellos (incluidos Colombia y Venezuela) para que las gestiones arriben a buen puerto.
Esto es una enorme muestra de madurez política de la región. Porque hubiese sido muy fácil dejar que el conflicto estuviese cruzado o condicionado por las diferencias ideológicas entre varios de sus miembros. Les hubiese sido muy sencillo a Colombia, a Chile y a Perú (con gobierno de corte conservador, más allá de los matices particulares) decir que estaban siendo acosados por una horda de izquierda autoritaria funcional a Chávez. Sin embargo, nada de esto ocurrió. El poder negociador de Néstor Kirchner provenía del fuerte apoyo político que los miembros de UNASUR le brindaron a su gestión. Sin eso, nada de lo que el Secretario General hubiese intentado habría resultado. Venga aquí otro coscorrón para los que hablaban de que Kirchner haría de UNASUR su feudo personal en otra grosera falta de respeto por los representantes de las naciones hermanas de la región.
Y quizás lo más importante que deja como saldo la resolución del conflicto entre Colombia y Venezuela es que por primera vez, casi podría decirse en su historia, Sudamérica es la que se ocupa de resolver sus propios problemas. Podríamos hacer un catálogo de los conflictos suscitados a lo largo de la historia independiente de la región y veríamos que, con honrosas excepciones como la gestión del canciller argentino Saavedra Lamas para lograr un cese de hostilidades en la guerra entre Bolivia y Paraguay en la década del treinta, siempre hubo que recurrir a los oficios de un tercero extrarregional para mediar en ellos. En la larga disputa en temas de frontera entre la Argentina y Chile se recurrió sucesivamente a la Corona Británica y al Vaticano para alcanzar finalmente la firma del Acuerdo de Paz y Amistad de 1984, por poner un caso cercano.
Una muestra cabal de esto es la reacción que generó en Washington el éxito de la mediación. Tras la reunión entre el canciller Héctor Timerman y la secretaria de estado Hillary Clinton, la jefa de la diplomacia de los Estados Unidos destacó la importante rol de UNASUR, en general, y de la Argentina en particular. “Aprecio el rol constructivo que tuvo la Argentina en instar a la resolución pacífica del conflicto entre Colombia y Venezuela” fueron las palabras de Hillary Clinton en la rueda de prensa conjunta brindada por ambos funcionarios.
Esto sirve también, en definitiva, para mirar el futuro político de Sudamérica desde otro punto de vista. Si este impulso a la integración y a la concertación política sigue siendo abordado y entendido como una instancia superadora de coyunturales diferencias ideológicas o de modelos de país; si es comprendido como un lugar donde todos debemos salir ganando y, en el proceso, incrementar los márgenes de autonomía decisional de los que hablaba Juan Carlos Puig allá a inicios de los años setenta, quizás llegue el día en el que dejemos de preguntarnos cuál será la política de los Estados Unidos hacia América Latina y comencemos a preguntarnos cuál será la política con la que América Latina mejorará su inserción en el mundo en aras de procurar un mayor bienestar de sus pueblos.
(*) Lic. en Relaciones Internacionales - Analista Internacional de la Fundación para la Integración Federal
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