Las crisis cambiarias pueden ocurrir por expectativas autocumplidas, aunque los fundamentos económicos reales sean sólidos. Los efectos adversos de las medidas ortodoxas para hacer frente a esta posibilidad invitan a pensar en la utilización de una herramienta no convencional: la regulación del mercado de cambios.
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En uno de sus artículos académicos más célebres, el prestigioso economista Maurice Obstfeld (Massachusetts Institute of Technology) plasmó en fórmulas su idea de que las crisis cambiarias pueden ocurrir aún cuando los fundamentos macroeconómicos son consistentes, a través del mecanismo de "profesía autocumplida".
La idea es simple. Las economías suelen ser lo suficientemente fuertes como para hacer frente a una corrida cambiaria individual (vendiendo los dólares necesarios para mantener la paridad cambiaria), pero demasiado débiles como para hacer frente a una corrida general. El especulador tiene éxito si la corrida ocurre ya que el tipo de cambio se disparará, haciendo valer más las divisas adquiridas. Entonces, la información resulta crucial para definir la ocurrencia o no de la corrida: si todos creen que habrá corrida, habrá, y si creen lo contrario, no.
La situación argentina parece encajar en esta teoría. A pesar de la sólida posición macroeconómica (10 años consecutivos de superávit comercial, ahorro fiscal primario y fuerte reducción de la deuda en moneda extranjera), el malhumor generado por la crisis internacional y el miedo infundido por los medios de comunicación locales se han encargado de fogonear la salida de dólares del sistema financiero local.
Ante esta incipiente corrida contra el peso, tres cursos de acción se abren. El primero es devaluar fuertemente, erosionando el poder de compra de la mayoría de la población y premiando a quienes fugaron capitales anticipadamente. El segundo es vender todas las divisas necesarias para sostener el valor del peso, disparando las tasas de interés –y generando recesión- y eventualmente devaluando ante la imposibilidad de cubrir toda la demanda de divisas. El tercero es el que ha elegido el gobierno: regular los flujos de divisas.
El gobierno ha dispuesto una serie de regulaciones a la adquisición de divisas, prohibiendo la comercialización "blue", impidiendo la compra legal para atesoramiento y controlando fuertemente aquellas adquiridas para turismo (pero sin restringir los pagos con tarjeta de crédito), de manera que los principales destinos de las divisas son la adquisición de importaciones esenciales y el pago de compromisos de deuda externa.
Si bien esto genera algunas molestias (dificultades para viajar al exterior y para disponer de un instrumento de ahorro satisfactorio) a una minoría de la población, evita las desastrosas consecuencias de las dos anteriores opciones y además castiga las operaciones económicas en negro, ya que se reduce el incentivo a la subdeclaración de ingresos (por las limitaciones que ello implica para adquirir divisas) y se desplazan los gastos en efectivo hacia la tarjeta de crédito, cuyas operaciones quedan registradas.
[1] Obstfeld, M. (1994). "The logic of currency crises". National Bureau of Economic Research.
(*) Licenciando en Economía. Investigador de la Fundación para la Integración Federal.