El envejecimiento, y en ciertos casos, el decrecimiento de la población, tienen importantes consecuencias económicas, sociales, individuales y organizativas. Japón es, a la vez, el país más afectado por esa mutación demográfica y el más avanzado en términos de innovación y desarrollo de un mercado nuevo.
La reducción de la población nipona empezó en 2005. En octubre de 2010, las personas de 65 años o más representaban el 23% de la población, y las de 50 años o más el 43%, porcentajes que constituyen los índices más altos del mundo. Por un lado, esta mutación hace gravitar la amenaza de una escasez de mano de obra y una pérdida de saberes prácticos, así como de una reducción del mercado interno. Por el otro, abre la perspectiva de lo que se llama el “mercado plateado” (silver market), o “mercado del envejecimiento”.
Según las previsiones, la cuarta parte de los japoneses tendrá 65 años o más en 2015, y esa proporción será de una tercera parte en 2025. La estructura de edades se alejará cada vez más de la forma piramidal clásica, y podrá incluso invertirse, para adoptar la forma de un barrilete. La cantidad de personas mayores seguiría en aumento, en tanto que la población total caería a 95 millones (contra 126,87 millones en 2000) a causa del bajo índice de natalidad.
El temido retiro de los baby-boomers
Desde 2005, este decrecimiento demográfico fue de la mano de una disminución de la fuerza de trabajo. Si no se toma ninguna medida para incrementar la población activa, ésta sufrirá una caída espectacular. La solución que logra consenso en la sociedad consiste en aumentar el número de personas mayores que trabajan. También se podría aumentar el de las mujeres, cuyo índice de actividad sigue siendo inferior al observado en los demás países desarrollados (71,6% para las de 25 a 54 años, contra 75,2% en Estados Unidos, 81,3% en Alemania y 83,3% en Francia). Pero el cambio de mentalidad que permitiría una mayor igualdad de los sexos seguramente llevaría tiempo, mientras que el problema del envejecimiento es un hecho. Según el “Libro blanco” del gobierno, la población activa debería pasar de 66,57 millones en 2006 a 42,28 millones en 2050. Y ya se espera una caída de más de 10 millones en 2030.
Desde 2007, la generación de los baby-boomers está en condiciones de jubilarse. Esto plantea dificultades tan grandes que se ha hablado del nisen-nana-nen mondai: “el problema del año 2007”. En el sentido estricto del término, se trata de las personas nacidas entre 1947 y 1949; si se extiende la definición a los dos años siguientes (1950 y 1951), esa generación asciende a 10,7 millones de personas, 8,2 millones de ellas activas, es decir, más del 12% de la población activa total. Puede imaginarse la situación si todos se jubilaran al mismo tiempo…
Muchos expertos temen que esta ola de jubilaciones anunciadas traiga graves disfuncionamientos, tanto a nivel de cada empresa como del país. Primero, esos trabajadores poseen los saberes prácticos, y su retiro podría ocasionar una pérdida de experiencia; luego, se perfila una escasez de mano de obra calificada. De ahí la idea de conservar a los trabajadores hasta alrededor de los 65 años. Eso obliga a las empresas a adaptarse: siendo distintas las capacidades y necesidades fisiológicas y psicológicas de esos empleados, es probable que deban cambiar los métodos de trabajo.
El tema de la calificación parece ser aun más crítico, porque el sistema japonés de organización del trabajo se asienta en una transferencia directa de las competencias durante las horas de trabajo y en “encuentros sociales” nocturnos; se prioriza la formación en el lugar de trabajo. Gran parte de los conocimientos prácticos nunca se consignó explícitamente. Esto es particularmente cierto para las enormes empresas que funcionan según el sistema tradicional del empleo de por vida y de la antigüedad (dos tercios de la mano de obra). La codificación de las competencias requiere tiempo.
Por el momento, la temida ola de retiros no ha ocurrido. Al contrario: según una encuesta del Ministerio de Salud, Trabajo y Ayuda Social japonés, el número de trabajadores de entre 60 y 65 años aumentó un 9,3% en 2008, y otro 4% en 2009. Su índice de actividad alcanzó el 76,5% en 2009. Cerca de la mitad (49,4%) de las personas de entre 65 y 69 años tiene empleo, e incluso, cerca de una de cada cinco (19,9%) de las que tienen 70 años o más.
Esto se debe a la enmienda de la ley sobre la estabilización del empleo de las personas mayores, que retrasó la edad jubilatoria de 60 a 65 años en forma escalonada, entre abril de 2006 y abril de 2013. Desde 2005 (justo antes de la ley) hasta 2009, el número de empleados estables de 60 a 64 años aumentó un 80,8%, y el de los mayores de 64 años, un 104,9%. Transcurrido cierto plazo, el gobierno actual se propone extender esa edad hasta los 70 años.
La edad jubilatoria real (casi 70 años para los hombres) ya es más alta que la edad legal. De hecho, Japón cuenta con el mayor número de jubilados que trabajan, y se caracteriza por el altísimo índice de personas de edad muy avanzada en el mercado laboral. Por eso las empresas presionan para reestructurar la política salarial basada en la antigüedad que, según dicen, constituye un freno al mantenimiento en el empleo después de los 60 años.
Crisis es oportunidad
Por otro lado, los directivos de empresa tratan de captar (o de crear) nuevos mercados. En algunas industrias, los mayores de 40 años ya constituyen la mayoría de los consumidores, y reemplazaron a la generación joven como “segmento objetivo”. El caso del mercado de los pañales descartables arroja una luz significativa sobre la realidad nipona: en 2008, por primera vez en la historia, las ventas de pañales para adultos igualaron a las de los pañales para niños. Estas últimas deberían disminuir un 10%, mientras que las de los adultos aumentarán un 40% por año en los próximos dos años.
Este silver market aporta la prueba de que la crisis demográfica, inicialmente percibida como un peligro, puede revelarse como una oportunidad para desarrollar el empleo. En otras palabras, toda crisis encierra también una oportunidad. Así lo confirman los caracteres sino-japoneses, puesto que el segundo carácter del término “crisis” (kiki) también significa “oportunidad” (kikai).
Hoy en día, el mundo de los negocios presta máxima atención a esa generación llamada a representar el principal mercado, al menos la parte más rica de la población. Los baby-boomers, siempre activos y enérgicos, formaron un subgrupo dotado de medios financieros, curioso por las innovaciones tecnológicas y ávido de compras. Cuando (finalmente) se jubilan y disponen de un nuevo tiempo libre, representan un potencial muy interesante.
Según las últimas estimaciones (de 2009), gran parte de los haberes financieros japoneses, y en particular la deuda pública, les pertenece: los quincuagenarios poseen un 21%, los sexagenarios el 31% y los septuagenarios o más, el 28%. Por lo demás, los japoneses de edad más avanzada por lo general no están endeudados y tienen vivienda propia. Se apodó a esas personas, financieramente a salvo, rōjin kizoku: “La nobleza de los ancianos”.
Algunas empresas ya lograron adaptar productos existentes, concebir otros nuevos, y también desarrollar nuevas tecnologías orientadas a esta clientela que dispone de un holgado poder adquisitivo. El teléfono móvil Raku-Raku (“fácil-fácil”) es un buen ejemplo: íconos y texto fáciles de leer, teclado más grande, aplicaciones más simples, manejo intuitivo, sistema de detección del ruido. Sintetiza las últimas tecnologías y, gracias a una concepción transgeneracional, atrae también a otras franjas de edad. Otro ejemplo de ese concepto: la consola de juego Wii de Nintendo, impresionantemente exitosa. Es capaz de reunir a varias generaciones en torno a juegos comunes, cautivando a toda la familia, incluso a los abuelos.
Otras empresas adoptaron el concepto “fácil-fácil”: en 2007, Panasonic lanzó el Raku-Raku Walk, una máquina para hacer ejercicio destinada a las personas que padecen problemas de rodillas, que fortalece los músculos de las piernas, al tiempo que alivia las articulaciones. La sociedad Wacoal –líder japonesa de la lencería femenina– por su parte, creó una marca, Raku-Raku Partner, destinada tanto a las personas mayores como a aquellas que lo necesiten. Por ejemplo, sisas amplias, que permiten a las mujeres ponerse o quitarse por sí mismas ciertas prendas de manera sencilla; facilitación del abotonado: botones ovalados, botones a presión o velcros. Algunas prendas están ideadas para evitar lastimarse, como el Anshin Walker (anshin significa “seguridad”), comercializado en 2007: una faja con relleno que protege el cuello del fémur en caso de caída, y también sostiene los músculos mientras uno está sentado o caminando…
Otro mercado en pleno desarrollo: el de las casas especializadas. Tradicionalmente, los mayores quedaban con sus hijos o nietos, y era frecuente ver tres generaciones bajo un mismo techo. Actualmente, menos de la mitad (45%) de los mayores de 65 años vive así, contra cerca del 70% en 1980. El cambio en las condiciones de vida de los más jóvenes (en especial, la urbanización y movilidad del trabajo) y el aumento de la esperanza de vida conducen a que cada vez más jubilados decidan permanecer en sus casas, aunque deban realizar modificaciones en su vivienda, lo que estimula el mercado de la renovación inmobiliaria. Otros van a vivir a residencias con asistencia médica o a instituciones para jubilados.
Se ha hablado bastante, en los medios occidentales, de los robots adaptados para la asistencia. Pero por ahora esa industria no cumplió las expectativas. Muchas tecnologías están recién en una fase de experimentación, y muchas de las que ya están en el mercado se retiraron porque no daban el resultado esperado. Las principales causas de este fracaso: el costo, la reglamentación, las exigencias de seguridad y la brecha entre las necesidades reales de los usuarios y los robots desarrollados. Eso no quita que Japón sea pionero en ese ámbito, y las investigaciones prosiguen.
Pero la crisis puso nuevamente en discusión la idea de que los consumidores de edad avanzada estén dispuestos a pagar caro ciertos servicios de calidad. Los japoneses reducen sus gastos. Los baby-boomers que tienen algo de dinero, en general prefieren usarlo para apoyar financieramente a sus hijos y nietos. Para hacer frente a sus necesidades, los japoneses ya redujeron su índice de ahorro, que pasó del 21% de su ingreso disponible bruto en 1990 a alrededor del 6% hoy en día.
Por otra parte, hasta ahora Japón se interesó sobre todo en las personas mayores ricas y saludables, y mucho menos en los mayores pobres y enfermos. No obstante, en el futuro este último grupo podría llegar a ser importante, y el silver market comenzar a parecerse a algo muy distinto de lo esperable. Las desigualdades salariales y económicas, así como la pobreza en las personas de mayor edad, amenazan con convertirse en una bomba de tiempo. Actualmente, el 25,4% de los mayores de 75 años vive por debajo del umbral de la pobreza, contra el 16,1% promedio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y el 10,6% de Francia. Eso debería alertar a los poderes públicos, pero también a las empresas, que podrían comprometerse a proveer productos y servicios destinados a ayudar a las personas mayores en su vida cotidiana. El actual silver market quizá no sea más que una oportunidad que podría desvanecerse pronto si no es aprovechada.
(*)Director de la Sección Economía y Empresas del Instituto Alemán de Estudios Japoneses de Tokio, miembro del Foro Mundial sobre Envejecimiento y Demografía. Coautor de The Silver Market Phenomenom: Marketing and Innovation in the Ageing Society, Springer
RELEVAMIENTO Y EDICIÓN: Rafael Pansa
FUENTE: ElDiplo