La noticia de que Washington suspendió la mayor parte de su ayuda a Egipto, un Estado controlado por la dictadura más brutal que el país haya experimentado en la historia reciente, es bienvenida y esperada desde hace tiempo. Casi 2.000 personas han sido asesinadas desde que el presidente Mohamed Morsi fuera derrocado en julio y el número de muertos crece semana tras semana. Tan sólo el domingo pasado fueron asesinadas 57 personas. La violencia no proviene de un solo bando. Iglesias coptas, al igual que mezquitas, fueron incendiadas, y ha habido asesinatos de soldados desde vehículos en movimiento.
La reticencia de Barack Obama de llamar al golpe de estado por lo que realmente fue giraba alrededor del financiamiento del acuerdo de Camp David. Israel se opuso a cortar la asistencia, ya que teme que el ejército egipcio reduzca sus operaciones en el Sinai. Aunque el Acuerdo de 1967 desmilitarizó en gran medida la península, ahora éste es clave para la cooperación militar cercana entre Egipto e Israel.
Tan significativo como las matanzas, el número de egipcios que dejan el país y el reconocimiento de aquellos que se oponían a Morsi -incluyendo a Mohamed El Baradei- de que el país se está encaminado hacia el fascismo, es el lenguaje plagado de odio que se ha convertido en moneda corriente.
Con el anuncio, la administración Obama cree haber encontrado la manera de eludir esta trampa de cazador: corta una gran parte de la ayuda militar; lo que incluye tanques, aviones de caza y helicópteros Apache, pero mantiene la asistencia al contraespionaje en el Sinaí. Esto significa que Egipto no estará entre los grandes receptores de ayuda proveniente de Estados Unidos mientras continúe la represión militar.
Y seguramente, ésta continuará. Lejos de hacer caso al pedido de liberar de la prisión al líder de los Hermanos Musulmanes, el miércoles el Ministro de Solidaridad Social –una denominación que recuerda a Orwell- disolvió oficialmente la ONG más grande de Egipto. También se anunció que el Sr. Morsi y otras 14 personas serán llevados a juicio por incitar el asesinato de manifestantes que se encontraban fuera del palacio presidencial en diciembre del año pasado. Esta es una interpretación de los hechos cambiada de pies a cabeza. Los Hermanos Musulmanes sostienen que la mayoría de los muertos eran partidarios suyos, y los nombres de las víctimas dados a conocer fueron confirmados por el Ministerio de Salud.
Tan significativo como las matanzas, el número de egipcios que dejan el país y el reconocimiento de aquellos que se oponían a Morsi -incluyendo a Mohamed El Baradei- de que el país se está encaminado hacia el fascismo, es el lenguaje plagado de odio que se ha convertido en moneda corriente. El país se ha dividido entre partidarios del régimen y traidores. Los opositores son marcados como no egipcios. En un video, el ex muftí de Egipto, Ali Gom’ah dijo ante una audiencia que incluía al general Abdel Fattah al-Sisi y a jefes policiales: “Abran fuego con munición real cargada a pleno. Debemos limpiar a esta ciudad y a nuestro Egipto de estos vándalos. No merecen nuestra identidad egipcia”.
Por más que lo intente, el general Sisi no puede contener las protestas continúas contra su golpe de mano. Egipto se encuentra en una encerrona y su economía se desangra. Los Estados Unidos y la Unión Europea deben expresarse porque la situación es insostenible.
TRADUCCIÓN: Gabriela Herrero
FUENTE: The Guardian