La crisis económica europea está teniendo un impacto significativo sobre el escenario político del continente. A diferencia de lo que se podría esperar, no es la socialdemocracia quien está poniendo en peligro a los gobiernos de centroderecha, sino que son versiones aún más radicalizadas de este espectro ideológico quienes van ganando terreno
__________________________________
Europa vive en estas semanas la peor crisis económica e institucional desde la Segunda Guerra Mundial. Así lo perciben analistas políticos, altos funcionarios del Fondo Monetario Internacional (FMI) y hasta el más perturbado manifestante que marche por las calles del Viejo Continente. Y va por más. La incertidumbre de un futuro cercano y la bronca de este presente de recortes sociales para la población, han hecho que ciertas voces que aparecen como 'reveladoras' apunten con un discurso simplista, casi provinciano, contra "un enemigo de todos los males": los inmigrantes.
En este escenario, la lógica de dicho discurso seduce y a la vez se repite a lo largo de los años: si el inmigrante no trabaja, probablemente sea un delincuente en potencia, pero si efectivamente tiene un empleo, será porque se lo quitó a un ciudadano nativo. Y es que la ultraderecha europea está trabajando muy duro para capitalizar el llamado "voto miedo" de amplios sectores sociales que ven peligrar su poder adquisitivo y su calidad de vida. La paranoia es tal, que incluso Plataforma per Catalunya, un partido español abiertamente xenófobo, ha llegado a recoger firmas contra un inexistente proyecto de construcción de una mezquita.
Si al descontento de la clase media se le suma la más alta abstención del electorado joven, apático del sistema de partidos, el resultado es paralizante. Los partidos de ultraderecha se han posicionado como la tercera e, incluso, la segunda fuerza política en distintos países de la Unión, y mientras los socialdemócratas europeos sucumben a la más holgada derrota de su historia, los partidos mayoritarios de centro-derecha, lejos de mostrarse con posturas de centro para atraer al electorado de izquierda, optaron por atraer votantes de la ultraderecha.
De esta manera, el francés Nicolás Sarkozy reconfiguró su gabinete en tan sólo un día, desplazando a su canciller, el ex socialista Bernard Kouchner, y despidiendo a la inmigrante negra Rama Yade de la Subsecretaría de Deportes, en un claro intento por consolidar una estrategia electoral que ya tuvo entre sus primeras directrices la prohibición de la burka islámica y la expulsión de los gitanos de Paris. Sin embargo, hasta la fecha, su partido sólo se encuentra por menos de dos puntos arriba del ultraderechista Frente Nacional, cuya presidenta, Marine Le Pen, no para de ascender en las encuestas y se declara "la única capaz de derrotar a Dominique Strauss-Kahn en las próximas elecciones nacionales".
La paradoja es que, aún rodeado de escándalos a partir de las causas judiciales que se le siguen tanto en Francia como en Estados Unidos por intento de violación, el ex Director del FMI parece ser el único candidato digerible para las clases medias a la hora de enfentar a Le Pen, quien aspira a superar los logros de su padre en 1995, cuando el Frente Nacional alcanzó la increíble segunda vuelta de las presidenciales ante Jacques Chirac, y confiada esta vez de sorprender a Europa con su conquista.
Aunque con innegables diferencias respecto de Francia, similares realidades se viven en el escenario político de Italia y Alemania. Los partidos de centro-derecha están decayendo en las encuestas, pero ello no se está traduciendo en un incremento en la intención de voto hacia los partidos de izquierda. Por el contrario, los partidos conservadores se están reconfigurando para dar virtuales muestras de cambios, sobre todo a sus caras más desgastadas, implementando políticas económicas aún más austeras para contener la crisis económica (como en Alemania), y políticas sociales más extremistas contra los inmigrantes para mantener votantes que se están radicalizando. Así, el posfascista Gianfranco Fini está más cerca de realizar sus sueños y reemplazar a un golpeado Silvio Berlusconi en el armado de la derecha italiana, a fin de superar los escandalosos 'amores comerciales' del premier italiano y contener a los partidos de la Liga del Norte, entre ellos la Alianza Nazionale de Alessandra Mussolini, nieta del Duce.
Mientras tanto, el otro peso pesado de la UE ya tiene su propio partido de ultraderecha: es el Partido Nacional Británico (PNB) que obtuvo por primera vez en su historia dos escaños en las elecciones europeas. Con aún mayor intensidad que en otros partidos xenófobos de Europa (el PNB no admite a negros entre sus miembros), el partido ultraderechista no sólo le asigna la culpabilidad del desempleo en Gran Bretaña a los extranjeros extracontinentales, sino que va más allá, responsabilizando también a portugueses y españoles; esto es, a comunitarios de pleno derecho.
Parece ya evidente que para los partidos extremistas de los 'cuatro grandes', la inseguridad y el desempleo aparecen como subproducto de la inmigración, que incluso proviene de las periferias de la UE, de los llamados "PIGS": Portugal, Irlanda, Grecia y España (una sigla de la inicial en inglés de los nombres de estos países, pero que a la vez es un término despectivo porque construye la palabra "cerdos" en ese mismo idioma). Pero el gran desenlace de esta problemática no quedará en manos de la ultraderecha, que tendrá un eventual 'techo' en las próximas elecciones, sino por los actuales partidos conservadores que detentan los ejecutivos de sus países. Ellos tendrán que elegir entre mantener íntegras sus posturas de centro-derecha y competir de igual a igual (en las próximas elecciones) con la socialdemocracia, o definitivamente aferrarse al poder vendiendo su alma al diablo, opción que baraja el Premier francés.
¿El Fin de los Socialdemócratas?
Muchos podrán preguntarse ¿qué es un socialdemócrata? Pues bien, no existe una respuesta certera. Hasta hace unos meses atrás eran considerados la "izquierda europea", aun cuando muchos no supieran distinguir entre sus políticas y las propuestas de los partidos de derecha; otros más audaces, insisten en considerarlos como políticos de centro-izquierda; y otros más descreídos, como "malos administradores". Podríamos coincidir en que son políticos que se autoreconocen de centro-izquierda, de visión pragmática y quizá menos comprometida con los ideales tradicionales de la izquierda, algo así como una versión "light". No obstante, lo asombroso de estos políticos no es su hibridez ideológica, sino que hoy ya pueden ser considerados una especie en extinción ya que, de 27 Estados de la UE, sólo 3 permanecen en manos de los socialdemócratas: España, Grecia y Eslovenia, países que según las encuestas, serán ampliamente derrotados en las próximas elecciones.
Particularmente en España y Grecia es en donde se está viviendo el fin del Estado de Bienestar, un fin que, curiosamente, está siendo maquinado desde los mismos partidos que alguna vez lo defendieron. Los continuos problemas sociales, a raíz de los despidos masivos, los recortes y las privatizaciones escandalosas, han dejado muy mal parados a los socialistas, que hacían fama de sensibles con la cuestión social. Sus administraciones están siendo ampliamente repudiadas por la población, que ven en sus prácticas políticas una discontinuidad histórica de defensa de los derechos sociales y laborales. Los principales exponentes del socialismo parecen haber estado más enfocados en conceder a los mercados los privilegios que antes le conferían a la sociedad civil. De esta manera, decidieron por seguir al pié de la letra los lineamientos del FMI, casi como confundiendo a éste con una Internacional Socialista "new age".
Según el organismo financiero, la crisis que atraviesan estos países se debe a que en los últimos años vivieron por encima de sus posibilidades y en un sistema con altos niveles de corrupción, generando déficits en sus arcas. La solución que plantea el Fondo es que esos mismos políticos -de aquél sistema corrupto- reciban altas sumas de dinero para sacar al país de una eventual quiebra, echando por el suelo el último resabio de sentido común que quedaba. Pero si a eso se le añade las últimas 'disculpas' del FMI a América Latina sobre los errores de aplicación en las privatizaciones de los 90's, todo hace prever que nada de esto es fruto de las impericias de la organización, sino de un inmoral sistema de coerción a la periferia.
Pero nada de esto parecen ver los "cerdos socialistas" (remitiendo a la denominación de PIGS), que echan la culpa de la crisis a cómo se jugó más que con qué reglas se ha jugado, aceptando todas las graduales 'rescates' que el Fondo ha decidido conceder a cambio de la mayor intervención de la historia de un organismo financiero en la política doméstica de un país. Fruto de esta enigmática ayuda se motorizó el programa de privatizaciones más grande y más rápido, en relación a la producción nacional, que se haya hecho en todos los tiempos, casi dejando en propiedad del Estado, solamente la bandera y el himno nacional. Con este proceder, Grecia deberá despedir a la quinta parte de los trabajadores del Estado, privatizar a costos irrisorios sus empresas estatales (incluso la Lotería Nacional, empresa altamente rentable) y recortar fuertemente su gasto social, para que en el mediano plazo pueda atender a sus 'compromisos' financieros.
Ante este abusivo programa de austeridad, el Primer Ministro socialista Yorgos Papandreu ha conseguido el apoyo de toda la socialdemocracia helénica, y curiosamente no la de la centro-derecha, que ven en la suba del IVA (única vía de recaudación del Estado, tras las privatizaciones) un componente macroeconómico abusivo para el mercado. Lo cierto es que a Grecia le sigue España, y luego caería Eslovenia, en lo que puede convertirse en una futura espiral de endeudamiento y depresión para la periferia europea. Frente a ello, la impresión que dejó la reciente victoria en las elecciones portuguesas del derechista Pedro Passos Coelho sobre el socialista José Sócrates, es que la sociedad siente que es la derecha la mejor preparada para gestionar la salida de la crisis y la izquierda, quizá en un futuro, su subsiguiente redistribución. Pero mientras, el Estado se seguirá achicando y con ello, agrandando el negocio de los mercados, que ahora ven en España el nuevo plato caliente de su insaciable apetito voraz.
(*) Analista Internacional de la Fundación para la Integración Federal
Para ponerse en contacto con el autor, haga click aquí