Es la primera vez, desde 1817 que un monarca japonés cede voluntariamente el trono aún estando con vida. Esto se debe a que en la constitución de la posguerra se establecía que los emperadores debían servir de por vida y por lo tanto la clase política desoía sus peticiones.
Para comprender esto, es necesario tener en cuenta que el emperador del Imperio del Sol Naciente carece de cualquier tipo de poder político-incluso no tiene permitido dar opiniones en cuanto a la política-pero es un importante símbolo de la unidad nacional. La decisión de Akihito comenzó gestarse durante el verano del 2016, cuando, durante un discurso comunicó de manera pública su deseo de retirarse debido a su edad y su frágil estado de salud.
“Cuando considero que mi nivel de condición física está disminuyendo de manera gradual, me preocupa que me resulte difícil cumplir con mis deberes como símbolo del Estado”.
Akihito asumió el Trono del Crisantemo el 8 de enero 1989 luego de la muerte de su padre, Hirohito. En aquel momento, Japón se encontraba transcurriendo el año 64 de la era Showa que se extendió entre 1926 y 1989. Con Akihito se comenzó la era Heisei -mantenimiento de la paz- que se extendió hasta el 2019 y que dará lugar al inicio de la era Reiwa-bella armonía-. La utilización de las eras o gengo es una tradición que viene de la antigua China y que al día de hoy sigue vigente en Japón. El nombre que se le da es significativo ya que tiene como objetivo implantar el tono de las décadas venideras y aparece en las monedas, los periódicos, las licencias de conducir y documentos oficiales.
Dada la peculiaridad de esta situación, determinada por la abdicación y no la muerte del emperador, el anuncio de la nueva era se realizó con un mes de antelación para permitir que tanto las oficinas del gobierno como las empresas puedan actualizar sus softwares.
El ahora ex emperador dejó el trono con un amplío apoyo y cariño de la población nipona. Fue él, el encargado de reparar el daño en la reputación de Japón luego de la guerra y el que redefinió el papel del emperador, acercándose a la gente, a su pueblo. Los emperadores anteriores no tenían interacción con el pueblo, pero Akihito rompió con esa tradición y será recordado por su compasión. A lo largo de sus años de reinado se mostró cerca y apoyando a personas enfermas o que víctimas de grandes desastres como las que fueron afectadas por el terremoto y posterior tsunami en el año 2011. A su vez Akihito se desempeñó como diplomático, viajando de manera frecuente a otros países en una especie de rol de embajador no oficial.
Sin embargo ciertas adversidades pusieron a prueba su reinado. A tan solo un año de comenzar su era, fué testigo del derrumbe de la bolsa de valores de Tokio, que perdió cerca del 35 % de su valor. A partir de allí, muchos nipones consideran que la era Heisei estuvo signada por el estancamiento económico.
Además de las cuestiones económicas-financieras, diversos desastres naturales azotaron a Japón durante estos años. En 1991 la erupción volcánica en Nagasaki, en 1995 el terremoto que destruyó la ciudad de Kobe, dejando más de seis mil muertos y luego en 2011 el terremoto más devastador de la historia, que terminó desencadenando un tsunami.
Aun así, si hay algo que se le reconoce y agradece al emperador saliente, es haber mantenido y consolidado la paz en el país. “Espero, junto a la emperatriz, que la era Reiwa que comienza mañana sea una época estable y fructífera. Rezo con todo mi corazón por la paz y la felicidad del pueblo en Japón y en todo el mundo” fueron las palabras con las Akihito ponía fin a su imperio.
Ahora los ojos estarán puestos en el nuevo Emperador, Naruhito, para ver si continúa el legado pacifista y personalidad empática de su padre, así como para saber cuáles serán las prioridades de su era.
(*) Analista del Centro de Estudios Políticos Internacionales (CEPI)