Juntos por el Cambio fue la fuerza derrotada en primera vuelta en las elecciones generales de 2019. Luego del (casi) papelón de las PASO de las que en la semana anterior se cumplió un año, la fórmula que encabezaron el viajero Mauricio Macri y el siempre presente en términos institucionales Miguel Ángel Pichetto, pudo “repechar” la cuesta y recuperar algunos puntos que hizo la derrota más digna. A partir de ese momento los distintos referentes del espacio pretendieron darle una pátina épica a ese 41%, pero el sol no se oculta con la mano: desde que existe la reelección presidencial en la Argentina, fue la primera fuerza política que pierde cuatro años más tarde de haber sido elegida.
Tan hábiles para la construcción de cierto sentido común que vino acompañado por el innegable apoyo de los grandes medios de comunicación, resultó un gobierno de incapaces a la hora de mejorar la calidad de vida de millones de argentinos. No sólo que no lograron ese objetivo, sino que, a contramano del recorrido de la década anterior, supieron provocar un deterioro tal, que elevaron a la categoría de pobres e indigentes a muchos de aquellos que los habían votado.
Lo que impone cierta tradición del devenir político marca que una fuerza política consolidada que sufre la derrota impuesta a Juntos por el Cambio, inicia, más temprano que tarde, un proceso de discusión interno que sirve fundamentalmente para cumplir con dos objetivos. El primero, hacer pagar el costo político a sus responsables, en muchos casos enemigos íntimos (y de paso sacárselos de encima) y el segundo, mostrar una profunda autocrítica de cara a la sociedad por todo aquello que se hizo mal y que sirva para intentar legitimarse en la discusión de la agenda cotidiana y, fundamentalmente, de cara al próximo turno electoral. Le sucedió al peronismo a partir de 1983, de 1995 y de 2015. Y le sucedió, aunque en menor medida, al radicalismo a partir de 1989.
Pero, en el caso de la fuerza amarilla, hasta ahora, eso no ocurrió. Lo que se le reclamaba en la historia reciente al kirchnerismo puro y duro, esto es, revisar todo aquello que hizo que perdiera entre 2011 y 2015, nada más y nada menos de 2.500.000 de votos, no aparece como una demanda a los protagonistas de la debacle argentina de la última administración. Mezcla de protección (otra vez) mediática, de negación absurda de muchos de sus dirigentes y de mirar para otro lado de muchos ciudadanos que decididamente los apoyaron, sólo hemos apreciado un breve tiempo de silencio de personajes de la talla de Mauricio Macri y compañía.
Indudablemente, lo que vino a cambiar todo ha sido la aparición de la propia pandemia del Coronavirus. Si hiciéramos un dudoso juego de proyección (la política siempre es lo que es), en agosto de 2020 estaríamos discutiendo los alcances del acuerdo con bonistas extranjeros, de la viabilidad de la economía argentina en un modo que no sea excluyentemente pensada como proveedora al mundo de materia prima, de las posibilidades de acercarnos lo más rápido posible al pleno empleo, etc. Hoy, la discusión es (en parte) esa efectivamente, pero se le agrega el agravamiento que trajo la pandemia. A las apuradas, con la referencia de lo que sucedía en Asia y en Europa, y con clara certeza de que el virus llegaría al país, hubo que armar una red de salud que no existía a nivel nacional como para enfrentar una pandemia inédita.
La decisión, acertada, de imponer restricciones desde mediados del mes de marzo, en el mediano plazo trajo el alivio de la situación sanitaria, pero a la vez, corrió el eje de la discusión política y, cómo no, nuestras rutinas de cada día. El eje social pasó a ser el “quédate en casa”. La premisa ha sido cuidarnos, protegernos y no salir a buscar el virus como bien nos ha enseñado el Dr. Pedro Cahn. La sociedad dejó de mirar el pasado reciente de un gobierno que desmejoró todos los indicadores de la macro y la microeconomía, para centrarse en el día a día y en el cuidado básico e íntimo.
Por ello, hoy, el discurso cambiemista sigue teniendo algo de potencia. A la cuarentena le respondieron con la falsa idea de libertad. Armaron estropicios conceptuales como la infectadura al calor de la fiebre delirante de supuestos intelectuales que comprenderían mejor que nadie el devenir social; Alfonso Prat Gay da lecciones de economía, Miguel Ángel Pichetto declama que el grupo de notables epidemiólogos que asesoran al presidente Alberto Fernández, no podrán caminar por las calles una vez concluida la pandemia; Patricia Bullrich nos cuenta sobre el desafío de la república en esta hora y así podríamos seguir llenando páginas, no de un artículo o de un dossier, sino de un libro. Nada nos explican de porqué desaparecieron miles de pymes, porqué aumentó el desempleo, porqué la política de mano dura fue un fracaso o porqué se han servido del Estado para proteger e incrementar los intereses de ellos y sus amigos.
Juntos por el Cambio intenta renovarse desde una épica falsa, barriendo la basura debajo de la alfombra. A la idea de la “cuarentena” le oponen la idea de libertad. A la idea de ciertas restricciones que nos protegen del virus, le oponen la decisión individual (siempre individual) de juntarse con los afectos, pese a todo. No importa si parte de los dirigentes de ese mismo espacio conviven cotidianamente con la administración de la crisis sanitaria: no interesa si Gerardo Morales que se mostraba como un ejemplo hace escasos dos meses, hoy tiene su provincia al borde del colapso sanitario. Como tampoco parece importar lo que tienen para decir y decidir políticamente Horacio Rodríguez Larreta como Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires o Rodolfo Suarez como gobernador de Mendoza.
Si movemos un poco la hojarasca vemos lo falso de ciertas antinomias que le resultan necesarias a las huestes amarillas. Pero atención. Si bien una división posible podría ser la díada entre los amarillos que gobiernan y aquellos que no, no resultan muy distintos. En la semana anterior, mientras las autoridades partidarias convocaban, públicamente, a la marcha del día lunes 17, Rodriguez Larreta nos contaba que no era una convocatoria institucional del PRO.
Hay allí un doble juego de enemigos íntimos: mientras lo que tienen responsabilidades institucionales de gobierno ejecutivo tratan de mostrarse responsables y no dicen demasiado de lo que representa una marcha en plena pandemia; el otro sector bate el parche del republicanismo. El día después no podría ser más preocupante: al riesgo sanitario se le agregará una fuerza política que reivindicará valores de los que adoleció, y mucho, cuando fue gobierno, tratando de discutir LO QUE NO ES (y no sucede) para, de paso, evitar responder por lo que hizo mal. Como el tero, que grita en un lugar, pero los huevos de sus crías están en otro. Pura estrategia evasiva que muestra al principal frente de la oposición atendiendo en los dos lados del mostrador. Será muy interesante analizar la manera en que se construye discursivamente la campaña del año próximo al interior de ese espacio, entre supuestos halcones y supuestas palomas.
Como ya lo hemos señalado en estas mismas páginas hace unas cuantas semanas, buena parte de la dirigencia institucional de JxC ha apostado, peligrosamente, por el desgaste político de un gobierno que, apenas, tiene ocho meses de gestión. “Usureros del peligro y el azar, vamos a invitarlos a escaparnos de las sombras y, sino lo conseguimos, nos da igual” nos canta el dúo Páez – Sabina, en una autorreferencia artística. Siempre el arte nos salva, siempre nos invita a pensar, siempre sirve para poner las cosas en sus verdaderos claroscuros. Aunque venga en formato de una sencilla y algo vieja canción.
(*) Analista político de Fundamentar