Martes, 22 Septiembre 2020 18:26

Volviendo

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Dicen que me fui del barrio...
Cuando?
Pero cuando?
Si siempre estoy llegando,
Y si una vez me olvidé;
Las estrellas de la esquina de la casa de mi vieja,
Titilando como si fueran manos amigas, me decian
"Nene quedate aquí!, quedate aquí
(Anibal Troilo)

Y como en cada ciclo temporal, volvió la primavera. Inexorable, irreductible. Los colores le ganarán la pulseada la monocromía que impone el invierno. Y el verde será el principal protagonista del semestre que se avecina. Algo de eso, tal vez, hayan pensado diversos protagonistas de la vida política y económica del país en la semana que pasó, cuando el dólar fue noticia, otra vez, en este rincón del mundo que tanto amamos.

Sabido es que no es nueva la relación de la Argentina con el dólar. Ni de los últimos gobiernos. Hay una profunda historia que, como bien planteaba el sociólogo Ariel Wilkis en una nota en la radio rosarina AM1330 del sábado a la mañana, permite afirmar que existe una “popularidad del dólar”.

En primera instancia podríamos señalar las cuestiones objetivas de tipo históricas. El propio modelo de acumulación que llamamos de sustitución de importaciones que se impuso allá por la década del ‘30 del siglo pasado, supuso la tensión con la entrada de dólares. La referencia es clara. Argentina nunca fue autosuficiente en materia de insumos ni de bienes de capital para llevar adelante un modelo industrial. De allí que los sectores liberales y conservadores, dueños de la tierra y principal factor de producción de ese período, hayan visto siempre idílicamente al modelo agroexportador que le dio forma a la nación. Se producía de acuerdo con lo que el país estaba “naturalmente” favorecido, se exportaba esa producción, ingresaban divisas y con ese balance se adquiría la manufactura de otras regiones. En aquel momento era Gran Bretaña, pero posteriormente podría haber sido Estados Unidos y hoy, China. Esa concepción permanece inalterable, aún un siglo después, en parte de la sociedad argentina. No resultaba del todo trascendente si los niveles del desempleo eran altos (en la década del ’10, era del 20%) o si el país representaba poco más que una colonia que servía a los intereses de una casta.

El peronismo vino a poner las cosas patas para arriba. Al profundizar ese modelo de sustitución de importaciones poniendo el foco, ahora sí, en el mercado interno, la demanda de dólares se transformó en una variable a tener muy presente en cualquier análisis macroeconómico. No casualmente Perón preguntaba durante su primera presidencia, quien había visto alguna vez un dólar. Si a eso le sumamos, que a diferencia de otros países exportadores de materia prima (como por ejemplo, Chile, que exporta cobre) lo que garantiza ese ingreso de divisas es producto de lo que también los argentinos consumen para su nutrición cotidiana, el fenómeno se complejiza.

No tiene mucho sentido avanzar a los fines de este artículo en los distintos modelos de acumulación imperantes en el país a lo largo de su historia, pero para ser concretos digamos que la dictadura cívico militar primero, y la Ley de Convertibilidad después, llegaron para reforzar esa dependencia del país de una moneda tan particular.

Pero también están los factores subjetivos que confirman la relación de la sociedad argentina con el dólar. Como datos duros digamos que las sucesivas devaluaciones, el surgimiento y caída de distintas monedas (Peso Ley, Austral, Peso Argentino), los procesos inflacionarios e hiperinflacionarios, los ahorros forzosos y, cómo que no, el corralito de 2001, han sido la expresión de una inestabilidad constante, que cualquier argentino de mediana edad lo considera como parte de su ADN. Nos hemos acostumbrado a convivir con las bonanzas de muy corto plazo, entendiendo que el cambio de ciertas condiciones forma parte de nuestro ser nacional más profundo.

ahorristas protestan contra el corralito en 2001
Ahorristas protestan contra el corralito en 2001

¿Cómo no entender a aquel conciudadano que, con cierta capacidad de ahorro decide la compra de dólares para guardarlos “en el colchón”? ¿Hace falta recordarle señor lector, señora lectora, que la última gran crisis que vivió el país, tal vez la más importante de su historia, se llevó ahorros que estaban protegidos en plazos fijos que contaban, supuestamente con respaldo oficial? De allí entonces que esos hechos objetivos de la historia justifiquen, en parte, aunque no exclusivamente, esa relación tan extraña de nosotros, los argentinos, con una moneda extranjera.

Con ese background llegamos a las decisiones de la semana anterior en materia de restricciones a la compra de dólar para ahorro. Sin haber olvidado las idas y vueltas con los mal llamado cepos de los últimos años, tampoco debemos dejar de lado el contexto en el que surgen. Por un lado, está la débil macroeconomía argentina que hemos comentado en reiteradas ocasiones, y por otro, es insoslayable que los efectos de la pandemia del Coronavirus han llegado para quedarse.

Teniendo esto en cuenta, digamos que las medidas, si bien tienen un efecto económico visible, resultan más simbólicas que monetarias. Nadie que haya venido ahorrando doscientos dólares de manera mensual y que, a partir de las flamantes medidas sólo pueda atesorar un porcentaje menor y, a la vez, se le incrementen los costos de algunos servicios como Netflix, Spotify o Amazon, se enfrenta a un problema severo en su vida. La limitación en el ahorro por esos montos y el famoso “rulo” con que algunos especulaban en el chiquitaje de los tipos de cambio, no supone un problema tal que haga caer a miles de argentinos en la línea de pobreza o situaciones de ese estilo.

La alteración política que vivimos en este tiempo en la Argentina, supone que, para un sector social determinado, cualquier medida que se tome desde el gobierno que conduce Alberto Fernández, se parezca más a una limitación plena de libertades que a lo que se sabe, en este caso, como verdadero: una decisión pasajera que supone capear el temporal de la falta de divisas. Si ese sector, que tiene una clara representatividad en el macrismo puro y duro, no tuvo mayores reparos para la restricción de compra de hasta doscientos dólares, impuesta allá por agosto de 2019, poco sentido tendría quejarse por poder adquirir algunas decenas menos. El problema es otro.

Tal vez, parte de la explicación venga de un clásico como Karl Marx cuando nos planteaba que, en el modo capitalista de producción, la burguesía (sector minoritario en sí mismo) tenía la enorme capacidad de proyectar hacia el conjunto de la sociedad sus propios intereses, haciendo ver que sus problemas eran los del conjunto. Resulta legítimo preguntarse, qué sentido tendría en un contexto de una pandemia que ha hecho más pobres a todos los países, (los desarrollados y de los otros), donde todo el mundo apuesta a evitar el aumento del desempleo y de la precarización social, discutir por una limitación temporal en la forma de ahorro de unos cuantos millones de ciudadanos, cuando existen, a la vez, múltiples maneras de cuidar nuestro dinero. Desde lejos no se ve, cantarían Los Piojos.

En realidad, es la apuesta de otra minoría mucho más significativa y siempre bien predispuesta a ciertas alteraciones macroeconómicas, la que en el fondo se está discutiendo. El país se enfrenta a un real y riesgoso escenario de devaluación que perjudique, como siempre, a las grandes mayorías. Seguimos con las preguntas. ¿Será casual la no liquidación de unos 13.000 millones de dólares en granos de parte del “campo”, comparado con igual período de 2019 y que ello obedece exclusivamente a la natural especulación por el aumento del precio internacional de la soja? ¿Será producto de una mente afiebrada revisar el accionar de uno de los integrantes del sigiloso club de devaluadores, el psicótico Eduardo Duhalde, cuando realiza declaraciones donde compara la situación política del presidente con el mismísimo Fernando de la Rúa?

Parecen cuestiones, por ahora desconectadas. Tal vez sea cierto. Pero si revisamos qué es a lo que se quieren anticipar los gobiernos cuando imponen un cepo (ya vamos por el tercero en continuado), tal vez nos resulten más claras algunas jugadas, en un clima de una marcada sensibilidad política. Como nos mostró Pichuco, algunos siempre están volviendo. Lo deseemos o no. Lo sepamos o no. Lo importante es saber mirar, aunque algunas luces no titilan, sino que intentan encandilarnos.

(*) Analista político de Fundamentar

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