Martes, 29 Septiembre 2020 06:50

La importancia de las cosas

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La importancia de las cosas Átomo. Twitter.

Otra vez mi boca insensata
Vuelve a caer en tu piel
Vuelve a mí tu boca y provoca
Vuelvo a caer de tus pechos a tu par de pies
“Labios compartidos” José Fernando Emilio Olvera Sierra
(Maná)

¿Cuáles son las cosas verdaderamente importantes? Sí, es obvio que en el mundo privado de cada uno de nosotros los afectos, contar con una buena salud, tener un trabajo que nos dé dignidad (y tal vez placer) son los elementos que más valoramos en el devenir de nuestros días.

La pregunta, que no inocente, va más allá. En materia de política, ¿cómo ponderamos aquello que resulta importante de lo que no lo es? En el contexto de ésta, nuestra democracia que vivimos a diario, tal vez valga la pena preguntarse cuales son las cosas a las que les damos el valor que corresponde y a cuáles sobrevaloramos.

La semana anterior sucedieron una serie de hechos en el país que se analizaron de diversas maneras. Como corresponde a una sociedad democrática, moderna y plural, los abordajes fueron múltiples. Hasta ahí, como decíamos cuando éramos jóvenes, todo bien. Pero me resulta legítimo plantear la pregunta de qué sucede cuando a determinadas formas de encarar los hechos que se transforman en noticias se les nota los pliegues de cierta intencionalidad, ya no sólo del tema en sí, sino del ocultamiento deliberado de otros que tal vez podrían ser más trascendentes. La explicación es sencilla y se resume en, tal vez, dos de los temas que más recorrido mediático tuvieron.

El diputado besador. Fue el de mayor impacto. La sesión mixta de la Cámara de Diputados se desarrollaba con absoluta normalidad por el tratamiento del proyecto de ley que modifica la forma de administración del Fondo de Garantía de Sustentabilidad con que cuenta el país para hacer frente al sistema de jubilaciones y pensiones. Exponía Carlos Heller como miembro del oficialismo cuando el presidente del cuerpo, Sergio Massa, interrumpió la sesión por lo que era un comportamiento inadecuado de un legislador para el normal funcionamiento de la Cámara. Se denunciaba, sin decirlo explícitamente, y a la vez que el video circulaba a la velocidad de redes y satélites, que un diputado salteño (Juan Ameri del Frente de Todos), besaba en los pechos a una mujer que tenía sentada en sus piernas. Evidentemente el desmanejo del recurso tecnológico le había jugado una mala pasada. (Algo parecido le había sucedido al diputado santafesino Luciano Laspina unas horas antes, cuando apareció con el torso desnudo, cambiándose de ropa y resguardado entre los límites de un placard).

De allí se lanzaron todo tipo de comentarios. De los buenos, de los legítimos y de los otros. A la prensa cablera le costó encontrar el límite entre la responsabilidad de dar la noticia y el amarillismo que tanto vende. Otra vez, “la política” en la picota. La generalización se hizo reina y hasta pudimos presenciar algunos debates a partir de la siempre interesante tensión entre lo público y lo privado. Rápido de reflejos, el diputado en cuestión salió a hacer algunas declaraciones en medios porteños donde pedía las disculpas del caso. El nivel de presión ejercida por el propio espacio político que integra en Salta hizo el resto. Durante la medianoche Ameri presentó la renuncia.

No hay mucho más para decir. El legislador cometió una falta importante, grave si se quiere tener en cuenta ciertos preceptos institucionales y en pocas horas pagó con su cargo el desborde cometido. El punto es que, en la misma sesión, más allá de las interrupciones de rigor, se le dio media sanción a la modificación del Fondo de Garantía de Sustentabilidad y la reestructuración de la deuda que las provincias tienen con la Administración Nacional de Seguridad Social.

De convertirse en ley, la tan mentada Reparación Histórica ideada por el macrismo no será abonada con montos que pertenezcan al FGS, sino con los de la propia ANSES y del Tesoro de la Nación. La aprobación se alcanzó con el voto de 245 legisladores. Un hecho digno de mención en tiempos de grieta pandémica.

Pregunta para el lector inquieto: ¿qué noticia tuvo más recorrido? ¿Aquella que avergüenza no sólo a quienes forman parte del Congreso de la Nación sino también a quienes creemos en la política como única y verdadera herramienta de transformación, o la que demostraba que a partir de ahora ciertos fondos públicos serán mejor administrados y que ello se logró con acuerdos que rompen los efectos de la relación constante de amigo/enemigo? ¿A quién le resulta funcional mostrar exponencialmente un tema y acallar al otro? Tarea para el hogar estimades lectores.

La inteligencia perversa. Se da por descontado que el sistema de inteligencia de un país, un reino o de un hombre poderoso es una práctica antiquísima. La preocupación por aquellos que intentan desestabilizar cierto poder construido es, podríamos decir, inherente a la condición humana. Y así se ha aceptado a través de la historia, que los gobiernos contaran con recursos de todo tipo para reducir los riesgos inherentes al manejo del poder.

En una democracia, es sabido, los sistemas de inteligencia interior conviven con estrictos procedimientos de control que están definidos por las leyes. Los ciudadanos tenemos el derecho a no ser espiados en nuestro mundo privado y a expresarnos libremente en el espacio público en tanto y en cuanto no alteremos el orden, también público. Para poder “espiar” a ciudadanos debe existir una estricta y delimitada orden judicial que fundamente las razones de esa supresión de los derechos de los individuos.

Eso que parece una verdad obvia, explicada para adolescentes de una escuela secundaria que se asoman iniciáticamente al mundo de la civilidad, no parece haberse aplicado en la Argentina de Mauricio Macri. En la semana que culminó, nos enteramos que, otra vez, el Estado nacional a través de su organismo de inteligencia (AFI) espiaba el accionar público y privado de los familiares de los tripulantes del ARA San Juan que terminara en el fondo del mar argentino y que, como tantas causas, pareciera dormir el sueño de los justos en sede judicial. No existía orden de ningún juez de ningún tipo y el dato fue aportado (y no negado por los personajes involucrados) por la actual interventora de Agencia Federal de Inteligencia Cristina Caamaño y el Ministro de Defensa Agustín Rossi.

La noticia resulta un verdadero escándalo. A la negligencia que supone el final del submarino y sus tripulantes se agrega la persecución ejercida, se quiera reconocer o no, por el propio Estado. No sólo que no hubo declaración aclaratoria, ni pedido de disculpas de ningún tipo, sino que las voces que nos relatan sobre sus propias virtudes republicanas, nada dijeron del asunto. De hecho, y allí están las versiones digitales de los grandes diarios a mano, internet mediante, la noticia no tuvo ningún tipo de cobertura en sus páginas.

Preguntas, otra vez. ¿Por qué se oculta el hecho y qué intereses afecta? Resulta legítimo confirmar si la sociedad argentina ya da por sabido que contó con un presidente que construyó su carrera política en base a espiar enemigos, adversarios, dirigentes cercanos y hasta familiares. ¿Será que la república macrista supone un combo que además de globos, vestimenta prolija, imagen cuidada y apelación a una Argentina que no existe agrega la escucha ilegal de todo aquel que ponga en riesgo determinados intereses? Nuevamente, ¿a quien le conviene esconder bajo la alfombra el escándalo de la inteligencia argentina que, en este caso, además alcanza a víctimas de la desidia militar? Segunda tarea para el hogar.

Y finalmente. Habrá que preguntarse (y responderse) a qué cosas le damos la importancia en tanto ciudadanos de nuestro hermoso país. Sobre qué ejes morales, éticos y de humanismo nos enojamos, entristecemos, alegramos e informamos. Habrá que estar muy atentos y hacernos cargo. No vale el “a mí me contaron” o lo “dijeron en la tele”. Es aquí y ahora. Conocer y saber. Como siempre, como nunca.

(*) Analista político de Fundamentar

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