Domingo, 21 Febrero 2021 17:44

Despedidas

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Promediando el mes de febrero de este novel 2021, ¿se escribe sobre la muerte de Carlos Saúl Menem o sobre la crisis política suscitada por declaraciones del periodista Horacio Verbitsky y que determinaron la salida de Ginés González García del Ministerio de Salud de la Nación? Ese fue el dilema con el que analista y editor se encontraron este fin de semana a la hora de cumplir con el análisis político de esta página.

Y a poco de pensarlo, surgió que dos de los protagonistas de la semana, tuvieron como lazo común la década del 90’. Uno, porque, habiendo sido electo por el voto popular allá por 1989 y 1995 para ejercer la primera magistratura del país, tuvo su fulgor político en ese tiempo y el otro, siendo heredero de la mejor escuela walshiana de periodismo de investigación, supo denunciar la estructura corrupta del régimen que colapsó allá por diciembre de 2001, ganándose un prestigio que muchos reconocían hasta el último viernes. El tercero, a su vez, fue considerado por el gran público a partir de su accionar como ministro de Néstor Kirchner, desde de mayo de 2003, inaugurando un tiempo virtuoso de la salud pública argentina. De alguna forma, los tres fueron protagonistas de una despedida.


Síganme…

Insistimos con la idea. Lejos estamos de comparar la relevancia de un dirigente político que siempre fue elegido por el voto popular y de un periodista que lo denunció y que en el camino ganó reconocimiento por ello. Sería comparar cosas distintas desde su raíz. Pero sí resulta oportuno resaltar que, como una prueba de fuego del destino, ambos protagonistas estuvieron en el centro de la escena político en el término de pocos días.

El riojano siempre resultó un irreverente para cierto formalismo político. La nacionalización de su figura, allá por finales de los 80’, supuso, incluso desde su aspecto físico, la irrupción de un formato de construcción política desconocida hasta ese momento. Desde la conformación de su campaña electoral hasta la acción de gobierno, siempre supo mantener la iniciativa, sorprendiendo y convenciendo a propios y extraños. Es justo decir que, a la larga, gustaron más los extraños que los propios de todo aquello que produjo en su administración.

Cuando el fracaso alfonsinista ponía en jaque cierta legitimidad del sistema político, hiperinflación y saqueos mediante, decidió imponer una forma de comunicación con su electorado que lo distinguió: si los ciudadanos habían dejado de ir a los actos, el candidato iría a los ciudadanos. El modelo de la caravana recorrió barrios y ciudades, dándole un tinte de épica y redención a un dirigente que venía a devolver la esperanza perdida. En Rosario y la región, quienes peinan canas, tienen su rostro surcado por dignísimas arrugas o, directamente son acompañados por una calvicie incipiente, recordarán la magnitud de aquel recorrido que comenzó en Granadero Baigorria sobre el mediodía y culminó a la madrugada en Villa Gobernador Gálvez. Algo parecido, desde lo conceptual, intentó el PRO con sus famosos y exitosos timbreos, treinta años después.

Siempre, en una primera etapa, el dirigente que quiere ganar la confianza de los votantes debe saber construir o vincular su figura a palabras o frases que lo distingan pero que a la vez muestre una perspectiva de futuro. El “síganme…” ha quedado vinculado a dos usos: “que no los voy a defraudar” del riojano y “los buenos”, del célebre Chapulín Colorado. Aquí el recurso era obvio: el dirigente pedía el acompañamiento a la vez que nos ofrecía su guía y dirección. La elección y utilización de la frase fue brillante para aquella coyuntura social. Su acción de gobierno permite ser interpretada en el desasosiego que se había generado en buena parte de la sociedad.

El síganme de aquel tiempo representaba, de alguna manera, ese conjunto de frases y palabras que gozan, naturalmente, de “buena prensa”. Cambio, transformación, juventud, son ejemplos de vocablos que tienen una valoración positiva en las sociedades del último par de siglos. Actúan en nuestro inconsciente colectivo y habría que revisar, con estudios lingüísticos pertinentes, en qué medida el capitalismo ha actuado como factor justificador de estos términos. 

Efectivamente, los gobiernos de Carlos Menem transformaron a la sociedad argentina. También la administración de Mauricio Macri cambió al país. Pero en ambos casos, para mal. Varios son los puntos de encuentro que refieren a sendos proyectos políticos: su fe en el neoliberalismo como solución a los problemas estructurales de la Argentina, su permanente alocución a una modernidad de cotillón que sólo pudo percibirse en unos pocos sectores productivos, y una sobrevaloración de lo individual como método para llegar al éxito personal. Pero, hay que anotar una salvedad. El macrismo le agregó una complejidad extra: a la vez que nos interpelaba hablando de un cambio para todos, el discurso se direccionaba a cada uno de nosotros en particular. De allí la reinserción del concepto de “meritocracia” como legitimador social.

En la despedida final del riojano está un poco de la síntesis de sus últimos años. Del respeto de la corporación política, dueto presidencial incluido, a la admiración de libertarios y liberalotes que lo consideraron como el mejor gobierno de la historia reciente. Poco importó que en 1999 se retiró del poder teniendo un 15% de desempleo (lo recibió con 6%), un sector industrial y primario gravemente comprometidos y al borde de la extinción, un poder judicial construido a su antojo y un Estado severamente limitado en su capacidad de imponer condiciones al conjunto del sistema, a los fines de construir una sociedad más igualitaria. Algo parecido puede decirse de la experiencia amarilla, a la cual habría que agregarle la cuestión del endeudamiento externo como una de sus mayores rémoras.

Lejos del “Triste, solitario y final” del gran Osvaldo Soriano, pero muy cerca de un ostracismo político que sólo contaba con la lealtad de una parte del electorado riojano, que le permitió seguir fungiendo como senador de la nación, hacía muchos años que la sociedad argentina le había dado la espalda al ex gobernador de esa provincia. Y hacía rato que había dejado de ser un actor de peso en el gran tablero de la política nacional. Demasiado poco para un hombre que sintetizó la suma del poder político hace apenas 20 años. No sólo lo despidió un escuálido grupo de ciudadanos en su velatorio en el Congreso, sino que quedó evidenciado lo poco que quedó de su legado político. Formas de construcción del poder unipersonal, que sólo sirven para una etapa y una coyuntura muy acotada.


Un gol en contra

“La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”, cantaba el panameño Rubén Blades allá por finales de los 70’ cuando interpretaba su genial “Pedro Navaja”. Algo de eso debe haber pensado Alberto Fernández el último viernes, cuando se enteró de las declaraciones de Horacio Verbitsky en la radio “El destape”, cuando anunció que se había vacunado luego de llamarlo a su amigo de varias décadas, Ginés González García.

Se esperaba una semana con buen pronóstico para el gobierno: la llegada de 580.000 dosis de la vacuna de AstraZeneca, el lanzamiento del prometido Consejo Económico y Social y la preparación del viaje a México representaban la agenda más importante del presidente. Pero todo paso a segundo plano sobre finales de semana.

Rápidamente pudo interpretarse que el comentario perruno derivaría en una crisis política para el gobierno de los Fernández. Si bien el presidente se movió veloz y justamente, para evitar una escalada mayor del escándalo, el daño ya estaba realizado. El pedido de renuncia significa un proceso triplemente doloroso: por el hecho en sí, por lo que representa la figura política del ex ministro y porque fue el propio Fernández quien le insistió a González García para que se hiciera cargo del desastre sanitario que había dejado el macrismo. La pandemia le puso contexto al proceso.

A partir de que el caso se fue conociendo, el malestar creció entre oficialistas y opositores. Se habló de vacunados VIP, de un número de 3000 dosis especialmente guardadas para casos especiales y comenzó una serie de noticias falsas donde se involucran a funcionarios y famosos que ya habrían recibido la Sputnik V. A esta hora, mediodía de domingo, no aparece ninguna sola prueba de esas listas, más allá de los 10 casos conocidos al momento. Pero nada evita la ola de indignaditis que alcanza a nuestros republicanos de cotillón.

Indignación parcial, por cierto. Ni la entrega del predio de Palermo a la Sociedad Rural de parte de Carlos Menem, ni la permanente tendencia de la familia Macri a concretar negocios siempre sospechados, ni la asunción de un presidente procesado por espiar a su propia familia, ni la aparición de empresas fantasmas en paraísos fiscales descubiertas a partir de los Panamá Papers, ni la auto condonación de la deuda ante el Correo Argentino, ni las escuchas ilegales, ni los aportantes apócrifos de María Eugenia Vidal, ni las reiteradas visitas de un Juez de la Nación al despacho oficial de Mauricio Macri parecen haber hecho tanta mella como la vacunación vip de una decena de personas. Doble moral, indignación selectiva... póngale el título que ud. desee querido lector, querida lectora.

La clave, tal vez, pase por lo que declaraba algunas décadas atrás un tal Arturo Jauretche. “Los gobiernos populares son débiles ante el escándalo. No tienen, ni cuentan con la recíproca solidaridad encubridora de las oligarquías y son sus propios partidarios quienes señalan sus defectos que después magnifica la prensa. El pequeño delito doméstico se agiganta para ocultar el delito nacional que las oligarquías preparan en la sombra, y el vende patria se horroriza ante las 'sisas de la cocinera'”.

Es un mal antecedente lo sucedido esta semana. Deja mal parado al gobierno y de cara al futuro, habrá que ver en qué medida lo condiciona en un año que combina pandemia y elecciones. Lo sucedido el día viernes debe señalarse con todo el rigor del caso, pero a no confundir aserrín con pan rallado y a tener muy en cuenta que los “extraños” están al acecho. La marcha convocada vía redes, para el día 24 y pidiendo renuncias masivas habla por sí solo. Lo que vendría después de la supuesta tibieza de Alberto Fernández no es una propuesta superadora de izquierda y se parece (y mucho) a la herencia de quien falleciera el domingo anterior. Las despedidas no siempre son definitivas. Ni tanto ni tan poco. Quien quiera oír, que oiga. ¿No?

(*) Analista político de Fundamentar

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