A poco más de diez días de las elecciones legislativas generales, resultado que marcará el pulso de la política argentina del próximo bienio 2021 – 2023, la primera semana de noviembre trajo algunas novedades que sirven para confirmar que el proceso electoral en curso, ha tenido algunas características que lo distinguen. Si es el resultado de lo que en materia de humor social dejó la pandemia de manera circunstancial o si, responde a situaciones que llegaron para quedarse, es una cuestión que sólo el tiempo confirmará. Por ahora, aportemos algunos elementos para clarificar la idea. Repasemos.
Más allá de los resultados que dejaron las PASO y de los que puedan dejar las del domingo 14 de noviembre, hay tres elementos que distinguen a estas legislativas de 2021 y que van por fuera del análisis de la acción de gobierno (lo cual merecería otro recorrido): el fracaso de las encuestas, un protagonismo político repartido entre candidatos y referentes que por diversas razones no pudieron (o no quisieron) serlo y las profundas divisiones al interior de Juntos por el Cambio que no resultaron óbice para obtener un claro triunfo electoral en setiembre.
Lo hemos venido marcando desde mediados de setiembre, una vez conocidos los resultados del domingo 12: nadie previó los números finales. Desde el gobierno se imaginaba la posibilidad concreta de mantener una fidelidad del electorado que rondara alrededor del 40% de los votos nacionales (siempre por encima) y que, teniendo en cuenta los efectos del Covid sobre la población, más el hecho “natural” para el sistema político argentino, donde, en cada elección legislativa el voto resulta mucho más repartido entre múltiples fuerzas, era poco probable mantener el 48% de los votos de 2019.
Todo ello resultaba apalancado por la multiplicidad de estudios de opinión que establecían una victoria oficialista que, si bien no serviría para celebrar con un espumante burbujeante, permitiría darle cierta previsibilidad al oficialismo.
Nada de ello ocurrió, y Argentina se subió a un escenario mundial donde, en no pocos países, las encuestas previas no alcanzan a anticipar adecuadamente ciertos resultados.
¿Errores de medición por la forma de recolección de datos? ¿Voto oculto? ¿Decisión ciudadana tomada en el mismísimo cuarto oscuro lo cual hace realmente imposible recolectar el dato previo? Tal vez ninguna de estas situaciones resulte excluyente, y nos enfrentemos al peso cada vez más significativo de cada una de ellas, pero lo cierto es que, esa incertidumbre sigue campeando por estos lares. Sirva como ejemplo la multiplicidad de estudios (¿u operación política?) que por estos días pululan en redes y portales de todo tipo. Mientras unos nos dicen que los resultados se mantendrían más o menos inalterables como hace siete semanas, otros nos cuentan que en algunas provincias el oficialismo derrotado, cuanto menos, acortaría ventajas.
Lejos estamos desde esta columna de desprestigiar y desdeñar los estudios de opinión que en muchos casos se realizan con el rigor académico respectivo. Decimos que las fallas de las últimas mediciones resultan, de alguna manera, la base de cierta incertidumbre y de allí ciertas lógicas políticas que pueden resultar confusas.
La semana tuvo, como referencia insoslayable en la realidad del mundillo de Juntos por el Cambio, el protagonismo de algunos actores que, de alguna manera, habían intentado ser excluidos del proceso electoral en curso. Hemos comentado, sobradamente, que la disputa por el armado de las listas había dejado a Horacio Rodríguez Larreta como claro ganador del proceso. En los casos de CABA y de la provincia de Buenos Aires, Mauricio Macri había tenido que conformarse con colocar en lugares expectantes a sus hombres y mujeres más leales y en el resto de las jurisdicciones más importantes del país, lejos estuvo la posibilidad de confluir en listas de unidad. El resultado: en todas las provincias han prevalecido dirigentes que se opusieron a las huestes del ex presidente.
Pero ello no obsta a que Macri siga teniendo protagonismo. Por un lado, por el peso de lo judicial, que lo pone en el centro de la escena a partir de la causa que en Dolores investiga el Juez Martín Bava, dado el espionaje contra los familiares de los 44 marineros del ARA San Juan, y que esta semana lo tuvo como referencia ineludible al presentarse ante el tribunal y en el ingreso a la sede judicial no se le ocurrió mejor idea como “acto reflejo” que tirar al piso un micrófono de la señal de cable C5N. Resultó tan bochornoso el hecho, que en una publinota realizada por el siempre indignado Jonatan Viale, el ex presidente tuvo que ensayar una forma de disculpa y tanto las organizaciones como ADEPA (dueños de diarios) y FOPEA (foro de periodistas que se dicen defensores de la libertad), ambas afines a todo lo que supone el derrotero macrista, salieron a cuestionarlo en sendos comunicados. Como diría mi abuela: “como estará la cañada, que el chancho la cruza al trote”.
Por el otro lado, Macri también se las ingenió para hacerse visible al reconocer en Javier Milei, ese esperpento violento y sectario al que los argentinos deberíamos prestar mucha más atención como fenómeno político a consolidarse, como un hombre que tiene sus mismas ideas económicas. El mensaje tiene una visible doble vía: a la vez que lo condiciona al propio libertario, ya que éste salió a reconocer que tres semanas antes de las elecciones se habían reunido para hablar de economía, por otro lado, da una fuerte señal hacia la interna amarilla que disputa clientela política con el recién llegado al Partido Libertario, quien con sus hilarantes definiciones sobre el concepto de casta, no hizo más que confirmar la enorme vigencia del teorema del fallecido Raúl Baglini que establecía que el grado de responsabilidad de las propuestas de un partido o dirigente político es directamente proporcional a sus posibilidades de acceder al poder. Milei aún no ha sido electo diputado, pero ya empezó a dar señales de alguna forma de racionalidad política. Sólo basta revisar, Google mediante, qué decía el libertario de la figura del ex presidente boquense.
La otra referente que en la semana tuvo su cuota profundizada de visibilidad política fue la actual presidenta del Pro a nivel nacional Patricia Bullrich. Ninguneada por los dos líderes del espacio, que le negaron la posibilidad concreta de participar de una interna en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con su consiguiente enojo posterior, decidió “caminar” el país en apoyo de los candidatos propios y en su rol de autoridad partidaria.
En ese contexto, fue en la ciudad de Salta que se preguntó si “Cristina Fernández había planificado una cirugía porque no quería estar en el estrado cuando se conozcan los resultados de las elecciones del domingo 14”. Teniendo en cuenta que la razón de ser de la cirugía refería al riesgo de un hipotético tumor maligno que finalmente no fue, la bajeza declarativa de la presidenta de uno de los principales partidos de la oposición, no tiene la más mínima justificación. El “Viva el cáncer” de los 50’, o el “por algo será” de los 70’ se reeditan irremediablemente en pleno siglo XXI, confirmando que la estupidez humana no sabe de rangos políticos, etarios ni de clase. Que ningún dirigente opositor, ni comunicador, ni filósofo o en su defecto humorista devenido en opinador mediático serial, hayan hecho alguna referencia al asunto, muestra que para muchos de estos republicanos de cotillón, la idea del respeto y de cierto declarativo solo valen cuando se trata de los propios.
Más allá de los enojos circunstanciales, el trío Macri – Bullrich – Milei representan parte del mismo fenómeno. El último de ellos expresa la brutalidad visceral de un sector de la Argentina que siempre ha existido (queridos lectores y lectoras, todos tenemos amigos o familiares fascistas y violentos), y los dos primeros en su cercanía, reflejan el intento de una sobrevida (y fortalecimiento) política ante el hipotético e incipiente estrellato de Horacio Rodríguez Larreta.
Esta es la novedad del presente proceso electoral: una fuerza política que llega con sólidas expectativas de alcanzar un triunfo trascendente pero atravesada por una interna que, durante dos años, ha sido lo suficientemente bien resguardada para cumplir con dos objetivos básicos: hacer olvidar el desastre económico y social de la gestión 2015 – 2019 y ser alternativa real de gobierno para 2023. El éxito en lograr esos objetivos dependerá, una vez más, de lo que decida el pueblo argentino en apenas una semana. Y luego, habrá que hacerse cargo.
(*) Analista político de Fundamentar