Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio nos cuenta el catalán como una verdad inexorable. Y tal vez sea un buen punto de partida para entender y aceptar (sin enojarse) los resultados del proceso electoral que culminó en la noche del domingo 14. Los números están allí, al alcance de la mano, con el sentido inexorable de cambiar el escenario político argentino. Más allá de su absolutismo, también valen las interpretaciones de los mismos. En definitiva, hablamos de política, dimensión en la cual los números nunca pueden ser entendidos como parte de una ciencia exacta. Repasemos.
Lo primero que debe decirse es que el gobierno nacional se preparó para la derrota. De alguna manera, amortiguó el golpe. Interpretó, desde un primer momento y a partir de la contundencia de los votos amarillos del domingo 12 de setiembre, que el escenario político de una victoria era definitivamente imposible. Una diferencia de diez puntos para modificar en poco más de dos meses en el escenario nacional, se parece mucho a una cuesta empinada, con tormenta de nieve incluida.
El tono de sus candidatos y dirigentes en el transcurso de la campaña y la edición y posterior difusión de un discurso grabado del presidente Alberto Fernández en la misma noche en que aún se contaban los votos, planteando, de alguna manera, los nuevos ejes de su gobierno, reflejan que, en esta oportunidad, nada resultó novedoso para el conjunto del oficialismo.
Si se quiere, los rostros del resto de los dirigentes allí en Chacarita, reflejaban cierto alivio por el terreno recuperado en provincia de Buenos Aires. En un intento de dar vuelta la página, la convocatoria a la Plaza de Mayo del día miércoles, motorizada por una CGT “renovada” en su conducción y por los movimientos sociales, supone una forma de mostrar una autoridad política que Juntos por el Cambio imaginaba esmerilar a partir de esta nueva etapa.
En su momento fue el anuncio de María Eugenia Vidal de confirmar que una victoria en las generales serviría para ir por la presidencia de la Cámara de Diputados y posteriormente, las declaraciones de Mauricio Macri, a la hora de votar, hablando de “transición” hacia el 2023, actuaron como llamados de atención en un espacio político que no está acostumbrado a que lo presionen con esos métodos.
Los resultados, además, confirman un dato irrefutable de las últimas elecciones: la fidelidad del voto cambiemista en las provincias más pobladas del país que ocupan el centro del territorio. Si nos habíamos acostumbrado a la imagen de la camiseta de Boca Juniors, con el sur y el norte del país pintado del azul que identifica históricamente al peronismo y el amarillo prevaleciendo en Mendoza, Córdoba y Santa Fe, debe decirse que esa tonalidad se ha extendido hacia el sur y hacia la propia provincia de Buenos Aires, dejando al norte como referencia fiel del oficialismo nacional.
En ese escenario dos datos sobresalen y vale la pena de que sean mensurados en su justo tono. Por un lado, la provincia de Córdoba. El éxito de Luis Juez allí ha sido arrasador, al punto de conseguir seis diputados sobre nueve, dejando dos para las fuerzas de Juan Schiaretti. La pregunta aquí es si nos encontramos ante el fin del cordobesismo o por lo menos, ante una reconfiguración. ¿Cómo encarará el gobernador, amigo personal de Macri, los dos últimos años de su gobierno? ¿Tratará de estrechar vínculos con el gobierno nacional para evitar una derrota en 2023, o profundizará su intento de autopreservación en una situación que lo pondría ante un riesgo concreto de aislamiento político? Dudas para el tiempo que viene.
El otro indicador llamativo es la elección en Rosario con el triunfo del peronismo para los cargos nacionales. En una ciudad atravesada por el drama de la inseguridad, con sus calles alcanzadas por balaceras que el narcotráfico protagoniza y reivindica, apostando a una situación de zozobra que profundice el miedo y la angustia de cada día, resulta un dato a tener en cuenta que el PJ haya sacado, para el cargo de senador cuatro puntos más que Juntos por el Cambio. Segunda pregunta del día: ¿valorización de la figura de los candidatos o, efectivamente, aquella referencia del perottismo que señala que Santa Fe lidera la recuperación económica en el país, se refleja en la otrora segunda ciudad del país como en ningún otro territorio? Tal vez haya un poco de cada cosa, aunque es muy temprano para saberlo. Dejamos la tarea de siempre para nuestros queridos lectores y lectoras.
Lo que efectivamente vinieron a confirmar los números conocidos el domingo a la noche, es la fortaleza y fidelidad del voto de Juntos por el Cambio. Quienes siguen esta columna semanalmente, saben que hemos marcado como un dato distintivo, cómo supo evitar ese espacio político una sobrexposición de la crisis que generó su mala gestión en el período 2015 – 2019. Lo hemos señalado en reiteradas oportunidades: la base ideológica de su electorado, al que poco le importa la eficacia propia a la hora enfrentar al peronismo, la irrupción de la pandemia Covid que permitió la construcción de un falaz discurso que tensionaba una supuesta díada libertad – dictadura y la siempre presente corporación mediática que oculta y mira para otro lado en cuestiones que refieren a la corrupción estructural inherente al macrismo (cuando no sus papelones políticos); han actuado como factores que explican buena parte de la relegitimación de este tiempo.
Pero también cabe entender (y tal vez esto sea lo más importante) las razones que han llevado a la derrota del Frente de Todos. Si bien una elección a cargos ejecutivos debe ser relativizada en su comparación con una elección legislativa, no es menos cierto que la pérdida de 15 puntos respecto de 2019, resulta un dato político a tener en cuenta.
Partiendo de la idea fuerza de este analista que dice que las elecciones, básicamente, las pierden o ganan los oficialismos, tal vez podamos reconocer tres ejes por revisar de cara el 2023. El primero refiere a los efectos de la pandemia. Ha sido un fenómeno más o menos extendido, aunque no inexorable, que los oficialismos no la han pasado nada bien en elecciones que han quedado atravesados por la pandemia. Si bien la situación argentina de hoy resulta digna de ser señalada, al punto que hemos naturalizado una mejora notable en todos los indicadores sanitarios, argumento que muchos países no pueden reivindicar (incluso del primer mundo), lo cierto es que algunos desmanejos, con fotos y el mal llamado vacunatorio vip incluido, han impactado de una manera más contundente de lo que el gobierno podía desear y suponer.
Junto a esto, el segundo factor a tener en cuenta, refiere a las fallas en la comunicación política gubernamental, las cuales no refieren exclusivamente al estilo más moderado que puede representar la figura de Alberto Fernández y que el conjunto del sistema político conocía de antemano. Nos referimos a algo más profundo y que tiene referencia en la forma de llevar adelante una gestión para una fuerza política que no está acostumbrada a gobernar en formato de coalición. Si los ministerios están segmentados por áreas donde los distintos espacios políticos conviven entre sí, y en donde, en muchas ocasiones, las diferencias internas marcan los distintos tiempos en lo que se gestiona, resulta válido preguntarse sino llegó la hora de estructurar de manera distinta el proceso, reasegurando un reparto de poder con líneas más armónicas entre las famosas primeras, segundas y terceras líneas de la gestión. No es que la comunicación presidencial se haya caracterizado por su lucidez y claridad, pero tal vez sea hora de no pensar al tema como exclusivo de una figura política, sino como parte de un todo que muestre mayor uniformidad.
Y finalmente, un tercer elemento a tener en cuenta refiere a la economía. Es cierto que todos los indicadores macro dan una mejora ostensible, incluso respecto de 2019, pero es evidente que esa situación no llega al común de la ciudadanía de la misma manera y al mismo tiempo. Y sobre todo con una inflación que no baja del 50% anual. Podría decirse que el reclamo y la demanda del electorado y que se traduce en la derrota de estas horas, supone el reclamo de cumplir con ese contrato ni firmado ni escrito, pero sí real, de darle a los argentinos una mejor calidad de vida a partir de la desidia macrista.
Los resultados de este domingo dejaron la imagen de que, como ocurre cada cuatro años, en elecciones de medio término, varios se empiezan a probar trajes que el tiempo demuestra que les quedan grandes. Se viene un tiempo político donde la oposición que encarna Juntos por el Cambio, sus voceros políticos, institucionales y mediáticos, intentarán hacernos creer que la suerte para 2023 ya está echada y de paso, que el kirchnerismo (y para algún delirante el peronismo) tiene fecha de vencimiento.
La historia reciente no demuestra eso. Con la sola excepción de 2005 donde prevaleció el naciente kirchnerismo, en las otras legislativas siempre resultó derrotado, mostrando, evidentemente, una marca en el orillo de un movimiento que, otra vez, no las tiene todas consigo, pero que, y poco importa si sus enemigos lo reconocen, ha tenido la enorme virtud de transformarse para cada disputa de cargos ejecutivos.
Del derecho y del revés uno siempre es lo que es y anda siempre con lo puesto. Es hora de una nueva reinvención. Con las características de este tiempo. Pero con la irrenunciable condición de no olvidarse cuál fue el sentido de su irrupción en el mundillo político argentino.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez