La sociedad argentina resultó conmovida. Como nunca antes había sucedido en el país, y sin registro real de otras latitudes, el día martes asistimos a la más conmovedora muestra de cariño que un pueblo le puede haber brindado a un grupo de deportistas que, por múltiples razones y virtudes, supieron poner al fútbol en el pedestal más alto. Las razones de ese cariño pueden resultar variadas (algo intentamos esbozar aquí), pero no debe dejar de ponerse en valor que la alegría colectiva no estuvo exenta de algunas discusiones que enmarcan un contexto donde todo lo que tenga que ver con "la política” se traduce como mala palabra. Para coronar la semana, asistimos al triste espectáculo de ver como una parte de la Cámara de Diputados se negaba a dar debate para sancionar un par de leyes que sí les cambian la vida a unos cuantos ciudadanos y a unas cuantas ciudadanas. Parecen temas disímiles pero que se entroncan en un clima de época y que pueden ser unidos por un hilo común: el de la reivindicación de la despolitización. Cada uno con sus matices. Pasen y vean. Son todos bienvenidos, campeones.
La primera salvedad que debe marcarse refiere a la diferencia entre lo que podemos definir como político y lo que se entiende como partidario. En los tiempos que corren, esa línea aparece como muy difusa. Es muy común escucharlas, verlas o leerlas como sinónimos cuando en realidad son conceptos que se relacionan de una manera definitiva pero que apuntan a conceptualizaciones distintivas.
En una democracia, lo partidario, que deviene de la idea de partido político se refiere, desde su definición más básica, a una parte de algo. Un grupo de hombres y mujeres comparten cierta cosmovisión del mundo, con una matriz ideológica determinada, y más allá de las estrategias comunicacionales y de vinculación con la sociedad que dicen representar, tratan de hacerse de una cuota de poder para transformar aquello que desean.
Lo político es otra cosa. Refiere a una dinámica propia, que se relaciona con lo partidario pero que lo supera y que se sustancia en lo colectivo y en lo que nos resulta común. Se lo podría pensar, siendo generosos, como sinónimo de lo público, de aquello que se discute entre todos, que queda expuesto de cara a la comunidad. Por ejemplo: cuando se quiere deslegitimar una medida de fuerza, se le dice que es “un paro político”. Y sí, mis amigos; una medida de fuerza, intenta llamar la atención del conjunto de la comunidad, por eso es política y porque la demanda del paro refiere, generalmente, a la mejora de las condiciones materiales de vida de un grupo de personas. Si se lo quisiera cuestionar, correspondería decir que resulta sectario o que sirve a los intereses de tal o cual partido, no mucho más que eso.
Ahora bien, desde el instante que supimos que la selección accedía a su tercera estrella mundial, la expectativa de los argentinos estuvo centrada en el tiempo que tardarían los jugadores en llegar al país para que recibieran el masivo saludo de todos nosotros. De a poco, se comenzó a saber que los jugadores no deseaban ir a la Casa Rosada para no “politizar” un hecho esencialmente deportivo. Desconociendo la historia, esa que marca que en 1986 Raúl Alfonsín recibió a los campeones de México, la que señala que Carlos Menem le dio lugar a los subcampeones de 1990 y que Cristina Fernández hizo lo propio con los derrotados del Maracaná en 2014; no fueron pocos los opositores, en formato de dirigentes políticos, periodistas e incluso politólogos de formación, que intentaron justificar la ausencia de Messi y compañía en la Plaza de Mayo.
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Pero además, está la Plaza de Mayo, epicentro neurálgico de la historia del país de los últimos 77 años. Allí nació el peronismo, se despidió de su pueblo el líder de ese movimiento; un grupo de “locas” le daban al mundo una lección con sus rondas semanales; el 30 de marzo de 1982 se reclamó por Paz, Pan y Trabajo; dos días después se vitoreaba la recuperación militar de Malvinas; el 10 de diciembre de 1983 Alfonsín sabía despertar nuestra esperanza; en 1987 la plaza se llenaba en contra del alzamiento carapintada, en los 90’ un periodista convocaba a una masiva Plaza del Sí, y veintiún años atrás, sabíamos del asesinato de más de treinta argentinos que reclamaban por una sociedad más justa. Podríamos seguir comentando hechos de todo tipo, pero en el medio, se celebraron gestas deportivas con la presencia de líderes políticos que, a la larga, de poco les servían esas fotos tan significativas.
Una caravana con una treintena de deportistas que celebra con su pueblo no es un hecho político. Pero sí tiene una vertiente despolitizadora la justificación de la no concurrencia a Casa Rosada para saltar la grieta o, como afirmó algún colega con más credenciales que el suscripto, “porque ese balcón ya no representa al país sino a la política”. Lo que parece no entenderse es que ese espacio, casa o balcón, con llegada en vehículo o escapada en helicóptero, siempre fue una parte de algo, un complemento y que no se entiende su potencia sin un pueblo debajo que le da significación.
Pero la problemática no se agota allí. En el quorum que el Frente de Todos no alcanzó el día miércoles para sesionar en la cámara baja, tenemos otro ejemplo. El asunto se agrava cuando un conjunto de legisladores decide vaciar de contenido político, a la política. Una de las condiciones de lo político también refiere a la visibilidad del otro, a reconocerlo y, como objetivo final, alcanzar esa obsesión de algunos republicanos comarcales llamado consenso. Ya ni a eso se aspira desde buena parte de la oposición argentina.
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Aparece una negación de la discusión. Hay un supuesto enojo, y desde ese estado de ánimo, los amarillos y la funcionalidad del famoso Interbloque Federal que habría llegado para mejorar a la política argentina, se niegan al debate mientras esperan entre los cortinados de un recinto semivacío de la Cámara de Diputados. Como resultado de ello, y como pocas veces se puede haber notado, a lo que se le negó tratamiento refirió a dos temas que tienen mucho de la calidad de vida a la que puede aspirar un ciudadano o una ciudadana.
Que alrededor de 800.000 personas no puedan comenzar a pensar en el acceso a un ingreso mínimo en el mediano plazo, luego de una vida de trabajo de la que no recibieron ningún tipo de aporte jubilatorio (o lo recibieron tarde y mal), y que miles de jóvenes no puedan proyectarse en el cursado de una carrera universitaria que les resulte más cercana porque “la política” anda pensando en el chiquitaje de ocasión que suponen ciertas disputas intramuros, no hace más que negarse a sí misma la capacidad transformadora.
En “Sr. Cobranza”, la Bersuit le cantaba y le gritaba a un malestar que ya resultaba insostenible. De manera muy acorde a ese tiempo, denunciaba un sistema de poder desde afuera. Desde esa denuncia que hacía mucho ruido y que nos planteaba algunas preguntas interesantes, subyacía una despolitización evidente. La letra parecía decirnos que sólo quedaba el insulto como recurso. Tres décadas después, no son pocos los actores de la política, los protagonistas y los de reparto, que reivindican la negación de ciertos atributos básicos que ella posee. Y lo llevan como bandera.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez