Sábado, 12 Agosto 2023 18:29

Meses de preaviso

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Comunicación sin emoción.
Una voz en off con expresión, deforme.
Busco algo que me saque este mareo,
busco calor en esa imagen de video…
“Nada personal” - Soda Stéreo

Cuando usted, querido lector, estimada lectora, lea estas líneas, el domingo electoral ya se estará desarrollando a pleno. Si es algo remolón o remolona, probablemente los resultados ya sean conocidos y tal vez, sólo tal vez, su voto se vea sintetizado en un triunfo electoral que lo reconforte, luego de una campaña que puede haber sido muchas cosas pero que seguro adoleció de la pasión y del ánimo de otros tiempos.

Para colmo de males, y como si no alcanzara con algunas incertidumbres, la violencia volvió a aparecer en el centro de la escena. Inicialmente, con el crimen de una niña de once años que fue utilizado políticamente y veinticuatro horas después con el fallecimiento de un militante de izquierda, en pleno Obelisco, con la policía porteña involucrada, hecho sobre el cual aparecieron (rápidamente) las justificaciones más deleznables. De alguna forma, como en aquellos trabajadores que tienen una antigüedad mayor a cinco años, ciertos hechos y sus justificaciones nos anuncian lo que puede suceder de aquí a dos meses. Recorrido por una semana atípica de cierre de campaña. Pasen y vean. Sean todes bienvenides.

Finalmente llegamos a la primera posta de las elecciones nacionales. Si serán dos o tres, (con ballotage incluido) está por verse, pero lo que suceda a partir del domingo a la noche, una vez contados los votos, ya nos dará las primeras señales.  

Pero antes de los resultados hubo una campaña que dejó algunas certezas y, si se quiere, novedades no del todo agradables. Un proceso electoral supone el intento de seducción del votante. El ABC de la estrategia indica que la propuesta debe erigirse sobre una oferta de futuro. Se cuestiona lo que está mal del presente y con determinadas recetas muchas veces originales, otras planteadas de manera imperfectas, el candidato promete un tiempo por venir mejor.

Desde la estrategia comunicacional opositora que encarnan Juntos por el Cambio y La Libertad Avanza, esta campaña electoral resulta rara en su esencia. Los candidatos de ambos frentes proponen un futuro pero con el espejo retrovisor de 150 años de historia. La debilidad propositiva es tal, que ya no podrían utilizar la estratagema macrista de 2015, donde prometió que ninguno de los derechos consagrados en el período de la década ganada serían afectados, sino que lo bueno que está por venir reside en la ejemplaridad del promocionado (y falso) ideario del granero del mundo.

En este aspecto existe una construcción de sentido muy particular, estructurada desde hace no menos de cien años, donde se nos cuenta que la potencialidad argentina de aquel entonces, resulta el modelo para imitar en los tiempos que vienen. A sus propaladores poco les importa que, en los hechos y en los números, la Argentina no era un país para todos. La hacinación en los centros urbanos que tomaron el nombre de conventillos, su pobreza estructural, las injusticias que padecía el trabajador de campo al que no le correspondía derecho de ningún tipo, la represión impuesta ante los primeros atisbos de organización obrera, la miseria que alcanzaba a los que no tenían la dicha de nacer en una familia de alcurnia y la imposibilidad de acceder a derechos de cualquier tipo; también son parte de la historia de esa Argentina potencia.

Esa articulación se estructura sobre el olvido y/o desconocimiento de los receptores del discurso. La derecha argentina debe volver el tiempo atrás, porque sus experiencias recientes no pueden ser reivindicadas más allá del límite que supone cierto núcleo duro con el que no se ganan elecciones. Si Javier Milei reivindica la década del 90’, rápidamente encontrará un freno a partir de lo que cualquier ciudadano medianamente informado intuya lo que fue el final de la experiencia de la convertibilidad.  En Juntos por el Cambio por su parte, resulta necesario irse muy atrás en el tiempo, para encontrar una era a reivindicar, dado que la experiencia 2015 – 2019 está demasiado fresca para seducir a alguien que ya no esté convencido.

Pero debe decirse que la campaña 2023 fue rara en sí misma. Ningún opositor derechoso que se precie, se ruboriza porque la propuesta electoral se parezca más a un decálogo de amenazas hacia un sector de la sociedad, antes que a un “nosotros” inclusivo que resulte masivo: si en 2015 el kirchnerismo era un problema porque promocionaba la grieta, hoy, ese mismo mecanismo es reivindicado per se, como la solución de todos los males.

A ese entramado político se enfrenta un oficialismo nacional que tiene sus propios límites (a partir de lo que hemos venido comentando desde el 2020 para aquí), pero que ha encontrado en Sergio Massa un candidato que, como dirían los comentaristas deportivos, lo puso en partido.

Unión por la Patria ha diseñado una campaña donde el eje central de la elección radica en la diferenciación de dos modelos: productivos, financieros, políticos y definitivamente sociales. Para el oficialismo, de alguna manera, mucho debería resignificarse para no romper aquello que pudo mantenerse en pie pese a la pandemia, la sequía, sus crisis subsiguientes y con un escenario de mediano plazo (2024) que promete mejores condiciones estructurales en un sentido inverso: la Covid es historia, la producción agraria será sustancialmente superior y la importación de energía será de menor cuantía a partir del pleno funcionamiento del gasoducto Néstor Kirchner. La pregunta central para el espacio es confirmar en qué medida ese armado discursivo pudo ser transmitido y aceptado por un electorado que supo identificarse como un núcleo duro de piso alto.

La derecha argentina (y aquí no tiene demasiado valor analítico separar a cambiemistas de libertarios) propone el desafío de construir algo nuevo rompiendo lo que, supuestamente, funciona mal. Desordenar la vida de no pocos argentinos para que, de un modo ilusoriamente infantil, desde ese desestructuramiento se construya una sociedad mejor.

De alguna manera extraña, la incertidumbre asoma como un activo opositor, rasgo que no descarta, claro que no, la violencia como forma de argumentación política. Aunque nos resulte contradictorio en su esencia.

La semana, de alguna manera, nos mostró que el GPS de cierta previsibilidad no funciona del todo bien. El crimen de Morena Domínguez, tan común a la realidad rosarina pero tan excepcional en su propalación nacional y en su utilización política, al igual que la muerte de Facundo Molares, quien parece haber sido merecedor de su triste final por su pertenencia ideológica y su vinculación con las FARC, azuzaron los peores fantasmas de los tiempos recientes. Si Santiago Maldonado murió ahogado por no saber nadar, a la derecha vernácula poco le importa si su decisión de entrar al agua obedeció a un delirio místico o a una persecución ilegal de la Gendarmería Nacional. Molares, parece que tuvo el desatino de descompensarse en una marcha donde había más policías que manifestantes y también resultaría una circunstancia casual, que la policía porteña lo tuviera retenido con una maniobra asfixiante. Detalles de salud que, invariablemente, deberemos tener en cuenta a la hora de imaginar cualquier tipo de movilización a la que queramos asistir.

En ese escenario de una derecha que hace rato decidió salir del closet, y que esta campaña no hizo más que mostrar en toda su dimensión, la duda por los resultados se complementa con lo que pueda suceder con el nivel de ausentismo electoral, que en términos nominales no parece haber tenido una profundización determinante en el conjunto de las elecciones provinciales (algunos analistas refieren a una caída del 5% respecto de 2021), pero que aparece como una variable de cierto malhumor social.

En ese sentido, un nivel de ausentismo alto resulta peor que el famoso voto bronca de 2001 ya que éste, por lo menos era portador de cierto tipo de mensaje, mientras que una ausencia masiva demuestra un desinterés muy difícil de decodificar: ¿apatía que llegó para quedarse o malestar que refleja que un sector del electorado, circunstancialmente, no encuentra representación? Dudas que nadie preferiría tener que comenzar a indagar para las semanas, los meses y los años venideros.

Con todo, no son pocos los especialistas pertenecientes o vinculados al sistema político argentino que se animan a “afirmar que nada puede afirmarse” de antemano para éste domingo 13. Las encuestas vienen fallando aquí y en el mundo por múltiples razones: el voto oculto (por vergüenza o por indecisión), la forma de recolección de datos (no representa el mismo universo interpelado vía telefónica, vía redes o de manera presencial) y por haberlas convertido en un oráculo que en muchas ocasiones responden más a operaciones políticas que a instrumentos científicos que trabajan con datos de la realidad social. Probablemente, la Argentina 2023 no sea la excepción.

“Yo te avisé y vos no me escuchaste” cantaba un joven Vicentico hace algunas décadas atrás. Esta semana política que pasó, tuvo la particular virtud de anticiparnos los tiempos que podrían venir mientras nos recordaba lo que pasó. Comunicación sin emoción. ¿Globos de ensayo anticipatorios? De todos nosotros depende. Nada personal. ¿O sí?

(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez

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