Los resultados electorales nunca pueden ser analizados ni comprendidos desde el enojo. Mucho menos cuando no nos favorecen. En ese sentido aplica aquella vieja máxima de la calle que dice que “el que se enoja, pierde”. El triunfo de Javier Milei en las PASO del último domingo, produjo un verdadero cimbronazo en el conjunto del sistema político argentino. Más allá de los estilos, de las promesas de campaña y de la preocupación por el corto y el mediano plazo, el electorado se expresó y por lo tanto, ello debe ser revisado de cara a lo que viene. Sobre todo si se quieren dar vuelta los números finales.
La verdadera sorpresa radicó en el triunfo del libertario, no tanto en la paridad que suponen tres puntos en un escenario de tercios. En esta misma columna en algún momento abordamos la existencia de un “té para tres” que hasta la propia Cristina Fernández de Kirchner luego explicitó a partir de una serie de estudios de opinión que, efectivamente, reflejaban ese escenario. (Vale la mención para el grupo Zubán Córdoba y Asociados que insistió hasta días antes con la referencia de los tercios).
¿Qué pasó?, preguntará algún desprevenido. El error en el que cayó este articulista refiere a haberse apegado a cierta lógica tradicional del análisis político que establece que a lo largo de la historia, ningún candidato presidencial había podido prevalecer sin una estructura de apoyo territorial. Todos hemos visto cómo las pocas candidaturas que Milei decidió apoyar, tenían poco volumen electoral en cada una de las provincias. Ni hablar de aquellas donde luego de algunos acuerdos iniciales decidió quitarles el apoyo.
Una de las grandes preguntas de cara a lo sucedido redunda en “descular” si debemos quemar los libros que explican las condiciones básicas para una candidatura nacional, dado que estaríamos en presencia de un tiempo social que no exige de la utilización de ciertas estructuras y formatos tradicionales o si, en realidad, nos enfrentamos a una causalidad efímera.
En este último aspecto vale resaltar cómo llega el principal protagonista del último domingo al proceso electoral. Milei había alcanzado un modesto resultado en 2021, lo cual lo había convertido en diputado nacional alcanzando cuatro escaños para la Cámara Baja. Es un hombre conocido en los medios, fundamentalmente en aquellos que pertenecen a la corporación mediática con incidencia nacional, los cuales trajina, al menos, desde hace cinco años. No importa el carácter insólito de muchas de sus propuestas, lo cual las transforman en impracticables, ya su mayor activo radica en que habla claro y sencillo en un contexto de insatisfacción social evidente. Visibilidad no le faltaba, por lo tanto no tuvo que gastar ni tiempo ni dinero en hacer conocida su figura.
Una segunda gran pregunta refiere a descubrir quién lo votó. No pueden pedirse estudios demasiados profundos a 72hs de las elecciones, pero la sensación reinante impone que su base de sustentación radicó en los jóvenes sub 25, en los trabajadores precarizados y en quienes desde hace no poco tiempo están enojados con “la política”. La apelación al discurso anti casta, a la que Milei ha pertenecido en algún momento hasta hace algunos años atrás, al haber sido asesor del diputado Ricardo Bussi en la Cámara de Diputados, su estilo disruptivo, la ropa que viste y hasta su declamada forma de vida, lo muestran como un supuesto anti sistema que, en línea con lo que sucede en no pocas partes del mundo, siempre seduce y atrae.
Basta poner atención, de manera honesta y tratando de evitar los prejuicios, en aquellos testimonios de algunos votantes para entender las razones de su irrupción. De alguna forma, supo representar a buena parte de los desencantados por el fracaso del gobierno de las dos últimas coaliciones. Nada es casual, y si miramos con detenimiento comparativo los números de las PASO 2019 con las del 2023, notaremos que mientras el peronismo perdió el 21 por ciento de los votos, Juntos por el Cambio dejó en el camino 13 puntos. Realice la suma estimado lector, querida lectora y verá que el número está por encima (pero no muy lejos) de lo obtenido por el libertario.
Pero más allá de lo evidente, de cara a octubre, el escenario está abierto. Tres puntos de diferencia entre el primero y el tercero no representan nada definitivo y cada uno de los principales protagonistas enfrenta sus propios límites de cara a lo que viene.
Patricia Bullrich porque no tiene mucho para crecer: no son pocos los que dudan de que pueda retener los 11 puntos de Horacio Rodríguez Larreta ya que si extrema su discurso, muchos migrarían a la versión original que representa el líder de La Libertad Avanza y si lo modera, otros irían hacia la opción de Sergio Massa.
El tigrense, por su parte, se enfrenta a la doble problemática de ser candidato siendo ministro de Economía, en el contexto de un peronismo que no se ha mostrado como esa máquina electoral dispuesta a imponer un resultado electoral que lo favorezca.
Y finalmente, Milei se encuentra frente al dilema de tener que explicitar con más detalle su propuesta política, la cual adolece de coherencia y que, de aplicarlas, supone la emergencia de un escenario social que agrave las dificultades de lo existente.
Una pregunta final y una hipótesis de trabajo para ciudadanos y ciudadanas que nos resistimos a la idea de poner en riesgo lo poco o mucho que cada uno pueda haber logrado. De cara a lo que viene, ¿podemos imaginar un candidato que se “bagliniza” (el teorema de Baglini dice que “A menor posibilidad de ser gobierno, más liviandad en las propuestas”) o insistirá en la idea de romper todo aquello que el liberalismo extremo ensalza?
Ante esto, la repregunta con argumentos al candidato, pero fundamentalmente a sus votantes, aparece como un activo para debilitar políticamente la propuesta libertaria. Es falso que en muchos de sus votantes el Estado ha sido un lastre o no ha llegado con cierta presencia. Es cuestión de cada uno saber detectar cómo, cotidianamente, prevalece en nuestras vidas: con los subsidios en tarifas y servicios, con la existencia de la educación pública en los tres niveles, con la atención de las redes de salud, vía hospitales públicos y obras sociales, etc. Todo ello para nosotros y los demás. Con el fin de evitar nuevas pesadillas, tal vez la clave resida en el fundamento que cada uno de nosotros podamos aportar desde el boca a boca. Así de simple. Así de complejo.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez