El presente artículo no se trata de una cata de golosinas, ni de esa delicia que viene en forma de confites de chocolate que acompañó la infancia de unos cuantos de los que aquí nos leen. Se trata de aportar algunos elementos que permitan entender el porqué del desgajamiento que, lenta pero sostenidamente, protagoniza Juntos por el Cambio en general y el PRO en particular, en el contexto de la presente campaña electoral. Si los publicistas del producto creado por Forrest Mars y Bruce Murrie proponían que el chocolate “se derritiera en tu boca y no en la mano”, podríamos preguntarnos el porqué del deterioro político de una fuerza que supo representar por primera vez a la derecha argentina vía el voto popular. Son dos M los apellidos que lo condicionan, aunque el sabor de boca final sea más amargo que dulce para unos cuantos protagonistas de la cosa pública. Recorrido por una semana compleja para la coalición opositora que se imaginaba en esta etapa a marcha triunfal y sostenida de cara al 10 de diciembre de 2023. La puerta está abierta de par en par. Pasen todos y todas. Sean bienvenidos.
La semana política comenzó el domingo a la noche con la realización del debate presidencial llevado adelante en la ciudad de Santiago del Estero. Pese a ser un instrumento valioso en sí mismo, no suelen faltar las críticas sobre lo estructurado de los mismos, la rigidez de las presentaciones y la falta de interacción que hace a cualquier discusión que pueda darse entre dirigentes con perfiles ideológicos y vitales tan contrapuestos. Pero nunca debe olvidarse el contexto que los fundamenta en su realización: todos tienen el derecho a expresarse en la misma cantidad de minutos y los tiempos televisivos suelen ser rígidos y estructurados.
Pese a ello, la Justicia Electoral se las ingenió para imponer un par de novedades que le dieron una impronta más dinámica que los debates realizados en 2019. La posibilidad de que la sociedad eligiera una temática que inicialmente no estaba planteada, sirvió como una circunstancia fundamental dado que exigió a que los candidatos se explayaran sobre el tema derechos humanos, cuestión que ha servido para poner blanco sobre negro la opinión de cada uno de los cinco candidatos.
❤🇦🇷 #Debate2023 Tenemos el desafío de cuidar el legado de Memoria, Verdad y Justicia, que nos valió un enorme reconocimiento internacional.
— Sergio Massa (@SergioMassa) October 2, 2023
Además, tenemos la responsabilidad de agregar la agenda de los nuevos derechos humanos. El derecho a un ambiente sano, a la salud, a la… pic.twitter.com/3fVZx7DiwR
Como es de rigor, cada uno de ellos fue con una estrategia definida de antemano y más allá de lo expuesta que haya quedado o no, es evidente que Miryam Bregman se mostró sólida en las formas de expresión y algunas chicanas, pero poco consistente en su propuesta; Juan Schiaretti hizo gala de su cordobesismo al palo; Sergio Massa pasó sin mayores sobresaltos los cuestionamientos económicos y del caso Insaurralde; Javier Milei se mostró sobrio sin ninguno de los arrebatos emocionales que lo caracterizan, aunque no se privó de intentar revivir la teoría de los dos demonios y Patricia Bullrich resultó la de peor performance a la hora de comunicar y explicar ideas.
Puede decirse que existe un consenso generalizado en que nadie gana una elección por un debate. Seguramente, en tiempos de redes, virtualidad y coacheo, tampoco nadie lo pierda, pero lo que puede afirmarse es que cada uno de ellos tiene consecuencias para los días subsiguientes. No define pero sí condiciona. Algo de ello podría aseverar la propia Bullrich que un par de días después señaló públicamente que su presentación estuvo condicionada por una fuerte gripe. Si su salud sigue deteriorada o no, lo sabremos en este domingo 8.
No conforme con todo ello, la candidata cambiemista no se privó de estar en el centro de la escena política pero, otra vez, por anunciar una propuesta de gestión que resulta lisa y llanamente ilegal. En un programa cercano, con un entrevistador que resulta especialista en hacer sentir cómodo a los “propios” y viejo amigo de participar en operaciones de prensa de dudosa eticidad, se animó a aseverar que modificaría el Código Penal a los fines de validar legalmente las escuchas entre abogados y delincuentes detenidos, confirmando de esa manera, que todo lo sucedido durante el gobierno de Macri no eran casualidades sino causalidades con las que se estaba de acuerdo.
El deterioro político de Bullrich resulta cada vez más evidente, lo cual se traslada al conjunto del PRO y que podrían sintetizarse en las declaraciones que Horacio Rodríguez Larreta le hiciera en la semana al periodista Luis Novaresio donde afirmó, entre otras cosas, que no vio venir la derrota de las PASO del mes de agosto. Son tres los factores que explican el momento político vidrioso que atraviesa la principal coalición opositora.
Error de cálculo en 2021: el triunfo en las elecciones legislativas de hace dos años, cuando, pandemia mediante, Juntos por el Cambio había podido mantenerse arriba del 40% de los votos a nivel nacional luego de la derrota de 2019, hizo suponer al conjunto de su dirigencia que era cuestión de prepararse para volver al poder.
El deterioro peronista, no exento de los males que la gestión del Covid le acarreó a la gran mayoría de los oficialismos a nivel mundial, sus divisiones internas a la hora de implementar el programa que le había dado el triunfo y las tensiones por el liderazgo en esa coyuntura política, con una Cristina Fernández de Kirchner que era la dirigente más representativa pero sin poder de “lapicera”; facilitaba las cosas para una derecha que contaba con algunos sectores que se animaban a fantasear con un Macri candidato por el “Segundo tiempo”.
Sin tener en cuenta la capacidad de reacción del oficialismo, corrido Macri de la centralidad a partir de su alta imagen negativa, y con el conjunto de dirigentes radicales más acostumbrados a cuidar el territorio que a imaginar una proyección nacional que los habilitara a una precandidatura presidencial; sólo bastaba ponerle los nombres propios a las candidaturas para descubrir quiénes podrían participar de la contienda interna. En ese todo o nada, se explica una disputa que se distinguió por una virulencia harto visible.
Emergencia de Milei: con el dato del libertario haciendo una elección discreta en 2021 (sólo obtuvo cuatro escaños), en Juntos por el Cambio (y en todo el sistema político), supusieron que el ahora novio de Fátima Flórez, captaría algunos pocos votos desde los extremos.
Alimentado hasta el hartazgo por los medios, a mitad de camino de productores algo remolones que encontraban en su discurso cierto atractivo y de una forma de expresión que siempre les resulta funcional a las corporaciones mediáticas, Milei fue penetrando en el electorado como el agua cuando horada a la piedra.
Para una sociedad en parte enojada y en parte decepcionada, la argumentación de casta resultó un hallazgo que no sólo alcanzaba al oficialismo sino que se proyectaba (y se proyecta) a cualquier fuerza política con algo de representación conseguida en los últimos años. No sólo la gestión peronista era criticable sino que también el cuestionamiento alcanzó a Juntos por el Cambio.
El liderazgo macrista. Mauricio Macri se ha caracterizado por ser un líder que no acepta el surgimiento de cercanos que, si hasta ayer le juraban lealtad, con el tiempo puedan ensombrecerlo. Si resultara válido referenciar a las regiones con el carácter moldeado de una persona, como buen descendiente de calabrés, suele ser lapidario en su construcción y en su devenir político.
Lo anterior lo sabe muy bien María Eugenia Vidal quien, siendo gobernadora de la provincia de Buenos Aires y con una potencial proyección nacional sufrió las internas nunca contenidas por Macri y que, junto a su mala gestión política, la llevaron a una derrota histórica que habilitó el triunfo de Axel Kicillof. Lo sabe Rodríguez Larreta quien se animó a bucear por caminos alternativos que habilitaran más temprano que tarde la jubilación del ex presidente y también lo ha vivido en carne propia la misma Bullrich, antigua protegida de Mauricio y quien sufre el coqueteo ambivalente de éste último con el candidato libertario.
Desde la noche misma del 13 de agosto, cuando cerró los discursos cambiemistas en el comando electoral y se dio el gusto de mandarle un saludo al triunfador, Macri ha sabido dejar en claro que no sólo se preserva en el presente sino que sigue imaginando una vigencia política más allá del 10 diciembre y sin necesidad de tener todas las luminarias encima suyo. Sus declaraciones de los últimos días, cuando afirma que le gustaría que la fuerza amarilla acompañe a Milei si éste realizara propuestas razonables, con el antecedente de las denuncias penales cruzadas entre su ex ministra y el libertario, no hacen más que confirmar el estado de orfandad a la que queda expuesta la presidenta del partido. No sólo es Milei con su triunfo sorpresivo el que limita a Juntos por el Cambio: es el propio Macri quien parece intentar sobrevivir, sin importar si en el camino deja en estado de gracia a su criatura político institucional más lograda.
Nadie parece tener del todo claro si a esta altura, a Patricia Bullrich le conviene la presencia y el acompañamiento de su jefe. Pero además, y como en el texto del epígrafe, ¿alguien puede creer en serio que el “contento” hincha bostero la cuidará en una hipotética derrota hasta el final? El dúo M&M’s ya parece tener en claro otra cosa.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez