Con la proa puesta al debate del domingo 1º de Octubre en Santiago del Estero, los tres candidatos más importantes sobrellevaron la última semana de setiembre con distintas estrategias de campaña. Javier Milei se “guardó” por unos diez días. Su equipo de comunicación no resultó nada preciso en explicar las razones, en una semana en donde el ministro de Economía debía, de acuerdo a lo establecido por ley, dejar de realizar anuncios de cara a la gestión, cuestión que ha resultado fundamental para que Sergio Massa haya comenzado a aparecer competitivo, mientras que Patricia Bullrich, a la vez que se muestra con el conjunto de gobernadores e intendentes electos del propio espacio, lucha denodadamente para que el mismísimo Mauricio Macri cambie su estrategia política de desgaste interno a los propios y a los no tan propios.
La ausencia del economista, sirvió para hacer visible a parte de la estructura política que, se da por descontado, se referencia en su conducción y el resultado dejó varios elementos a la vista. Uno de ellos, su forma de entender los hechos sociales y políticos que brindan los procesos históricos. Recorrido por días donde algunos desean reescribir la historia de una forma muy particular. Pasen y vean. Están todos y todas invitadas.
En el día a día de la política, mucho más en la cotidianidad de una campaña electoral, los espacios se ocupan. A fuerza de apoyo mediático, inteligencia discursiva y votos en las urnas, Milei supo ganarse una centralidad que no siempre se puede mantener de manera constante y el efecto sorpresa parece estar pasando. La dolarización, la utilización de vouchers para la educación o la dinamita sobre el Banco Central hace un tiempo que dejaron de ser novedad en el formato de la promesa. La campaña atraviesa esa etapa donde, con los candidatos ya consolidados, empieza el período de re pregunta del cómo hacer aquello que se promete. Podrá hacerlo la prensa especializada en el mano a mano de una entrevista o será el mismo electorado quien busca los canales apropiados para descubrir el cómo se hará de aquello que pueda interesarle.
Cuando, en un contexto como el descripto, un dirigente se guarda (por las razones que fueren y más allá de las operaciones que desarrollen para explicarlas), ese espacio debe ocuparlo alguien propio que represente de alguna manera las formas y el fondo del proyecto.
En la semana que pasó, resulta indistinto descubrir si fue planificado, producto de las carencias, las casualidades o las causalidades, el espacio libertario se vio representado por tres referentes que fueron más allá que el propio líder en esto de cuestionar ciertos procesos históricos: si Milei puso el inicio de los males argentinos en la implementación del voto libre, secreto y universal que consagró a Hipólito Irigoyen como el primer presidente elegido a través del voto popular, sus acólitos fueron mucho más allá en el tiempo y en lo conceptual.
Rodrigo Marra, candidato a Jefe de Gobierno porteño, en un formato casi adolescente, reivindicó el españolismo como algo bueno per se, no le prestó demasiada atención al genocidio perpetrado por la conquista, criticó la mirada con la que ha trabajado el Canal Paka Paka el proceso y, con sus dichos (aparentemente se lo contó la madre que es profesora de historia), terminó referenciando al espacio individual, íntimo y privado como una fuente superior del saber.
Emilio Ocampo, asesor del candidato libertario e hipotético presidente del Banco Central, cuestionó la figura de José de San Martín, negándole la idea de paternidad de la Patria, “ya que nos abandonó” y como todos sabemos un buen padre no abandona a sus hijos. Aquí prevalece una doble deslegitimación a todo lo que el correntino expresa: a la idea de lo que representa su figura como artífice de una América independizada y al mito fundante de una argentinidad que supo retratarlo de diversas maneras, sea desde el héroe impoluto o desde el reflejo de un hombre imperfecto pero con un definitivo compromiso con la tierra que había nacido. Tal vez habría que ahondar en ciertos lazos familiares de Ocampo que, a la sazón, resulta descendiente directo de Carlos Alvear, enemigo político de San Martín.
Por su parte, el economista Martín Krause, supuesto referente del área de educación del mundo libertario, planteó la irresponsable, estigmatizante y provocadora pregunta sobre si no hubiera sido mejor que a la Gestapo la integrasen argentinos. Afirmó: “Porque en vez de matar 6 millones de judíos hubieran sido menos. Hubiera habido coimas, ineficiencias o se hubieran quedado dormidos, pero eran alemanes. Ese fue el problema que hubo”. El comentario recibió cuestionamientos de todo tipo y color pero refleja, antes que nada una forma, bastante cínica por cierto, de concebir la vida comunitaria.
Los tres ejemplos sirven para preguntarnos si los integrantes de este libertarismo del siglo XXI son ignorantes o negadores. Si son brutos o perversos. O sí, en definitiva, no son un poco de cada una de esas cosas. En esta forma de abordar la historia, aparecen dos diferencias de grado con lo que hemos conocido hasta el presente.
En lo reciente, el macrismo que resulta primo hermano de ciertas formas del libertarismo, ponía el foco de nuestros problemas en la irrupción del peronismo como hecho social, económico y político. El quid de la cuestión radicaba en los 70 años de vigencia del movimiento fundado por Juan Perón y Eva Duarte. El kirchnerismo, como el mejor y más actual alumno de esa prosapia, debía ser extirpado de la vida social argentina. Era (y es) la lógica del enemigo presente.
En el Macri iletrado, tan digno representante de la derecha actual y tan contrapuesto a la de los comienzos del siglo XX, anida por su origen un desprecio de clase y un rencor añejo, el cual se apalanca en la fachada de una posmodernidad que habría permitido cierto desarrollo humano producto del ADN de otras nacionalidades y etnias.
En lo más antiguo, fue el llamado revisionismo histórico el que puso blanco sobre negro en la forma de entender los hechos del pasado, en encontrar lo que se había ocultado y en reivindicar muchas formas que avergonzaban a nuestras elites. Así descubrimos por ejemplo, que San Martín era mestizo, que Belgrano ya no fue sólo el creador de la bandera sino un hombre con una convicción tal que, siendo abogado, la coyuntura y sus convicciones lo llevaron a convertirse en militar, y que en el norte del país un hombre de la talla de Martín Miguel de Güemes había sido fundamental en la consolidación del proceso independentista.
Pero en esas diferencias irreconciliables, la historiografía mitrista y la revisionista, ponían el eje en algún punto común. El período que va de mayo de 1810 a julio de 1816 podía ser interpretado de múltiples maneras, pero existía un consenso mínimo en una idea de argentinidad.
En su mirada sobre lo histórico para, de alguna manera, poder explicar el presente, el libertarismo argentino niega cualquier tipo de coincidencia preexistente. Ya no se trata sólo del negacionismo de Victoria Villarruel y de su militancia para reivindicar el terrorismo de Estado como forma de disciplinamiento colectivo, sino de reescribir y dar otra impronta a una historia sobre la que existían mínimos consensos.
En los tres ejemplos de la semana y en su relación de parentesco con el macrismo, lo que subyace es una especie de construcción de sentido sobre la inevitable e irrefrenable fatalidad argentina, fenómeno de construcción discursiva y política que no es nueva, pero que en los tiempos de ciertas derechas fulgurantes, cobra nuevos sentidos.
Sobre el 120% de inflación anual, o sobre el 40% de pobreza que se confirmó esta semana, se monta un sentimiento de vergüenza de lo que somos y de lo que no pudimos ser que intenta borrar cualquier vestigio de cosa común que nos sintetice. En este sentido, la tensión de la díada casta/no casta, opera antes como instrumento electoral que como posible ordenador con un principio de justicia de vida social. Basta ver los lineamientos políticos que ha ido construyendo Milei en este último tiempo entender el carácter relativo de la grieta que propone.
Queda por insistir entonces, en la infatigable tarea de estar atentos. El andamiaje libertario no opera exclusivamente sobre la hipotética efectividad de sus delirantes propuestas sino que, previamente, deberá deconstruir una forma de entender aquello que hemos sido en el pasado antiguo y en el reciente. Sus promesas no se asientan sólo en la necesidad de barrer con todo lo que, supuestamente está mal, sino que necesita de un anclaje conceptual que le dé sentido en una historicidad donde habríamos hecho todo mal. La culpa como motor justificador de las transformaciones que nos harían volver, tal el deseo del libertarismo, a un estado casi precapitalista. Si algo ha tenido de bueno la coyuntura de este electoral 2023, es que ha mostrado claramente la especificidad de algunas propuestas ideológicas. La verdad está al alcance de la mano. Sólo queda saber interpretarla en términos políticos.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez