Domingo, 03 Diciembre 2023 11:07

Mal de ausencia

Valora este artículo
(3 votos)

En tiempos donde nadie escucha a nadie.
En tiempos donde todos contra todos.
En tiempos egoístas y mezquinos.
En tiempos donde siempre estamos solos.
Habrá que declararse incompetente,
en todas las materias del mercado.
Habrá que declararse un inocente.
O habrá que ser abyecto y desalmado

Fito Páez. “Al lado del camino”.

De a poco, el casillero del funcionariado libertario se empieza a conocer. No sin conflictos internos, Javier Milei comienza a dar señales cada vez más nítidas del perfil del gobierno que proyecta para el conjunto de los argentinos. Con la ambigüedad que supone la convivencia de un triunfo electoral del 55% de los votos pero sin estructura institucional de ningún tipo que le otorgue sustento, el presidente electo va configurando, como puede, un entramado que quedará plenamente expuesto en apenas siete días más, cuando asuma la primer magistratura. En el medio, la última semana de noviembre dejó no pocas confirmaciones de lo que viene. Pasen y vean. Síntesis de siete días de algo que ya aparece como una marca en el universo mileista: un desorden crónico en la construcción política que es producto de todo aquello que se adolece. Sean todos bienvenidos.

Los resultados electorales suelen ser claros. Los números otorgan una seguridad definitiva sobre ganadores y perdedores reales que han protagonizado la contienda electoral que en la Argentina se define en días domingo. Lo que resulta mucho más complejo y que representa un verdadero desafío es saber interpretar políticamente lo que dejan las urnas abiertas. Y el triunfo libertario del 19 de noviembre profundiza esa necesidad de descubrimiento, ya no sólo referido a lo que quisieron expresar la mayoría de los argentinos hace apenas dos semanas, sino también en lo que viene ya que, como hemos venido planteando reiteradamente en estas columnas, la Argentina se enfrenta a un tiempo político inédito en su historia reciente.

Si, sucesivamente, los gobiernos coalicionales de Juntos por el Cambio y del Frente de Todos habían sido una novedad para la práctica política argentina (más allá de los fracasos evidentes), la llegada al poder de un outsider que hasta hace poco más de dos años era un economista que disfrutaba de su rol de panelista televisivo, que luego de su elección como diputado nacional no ha sabido, no ha podido o no ha querido construir con tiempo, una base territorial e institucional que le otorgue cierta solidez y previsibilidad política, que solo cuenta con minorías legislativas muy pronunciadas y sin el aval de ningún gobernador o intendente de peso (tampoco hay de los otros), a lo largo y ancho del país; abre muchos más interrogantes que las respuestas que podrían brindarnos sus 14 millones de votos obtenidos de manera legítima.

Los devaneos de los últimos días (y de los próximos), que resultan un regodeo para el conjunto del sistema político, incluyendo a periodistas, analistas y a los propios protagonistas, pero que al gran público poco suele importarle, tienen su razón de ser en la debilidad intrínseca del libertarismo, que no significa per se que pueda ser definitiva ni mucho menos, pero sí que demuestra de manera palmaria los límites a los que se enfrenta el nuevo gobierno, como nunca le ha sucedido a un fuerza recientemente elegida. En esa circunstancia radican las idas y vueltas de los últimos días donde circulan multiplicidad de nombres propios y variado perfil ideológico para pasar a formar parte de un oficialismo que se imagina reinstaurando el conservadurismo (bajo el camuflaje liberal) en todas sus dimensiones.

En el cúmulo de dudas que reinan en el ambiente, sí parece sobresalir una certeza: en la Argentina no existen tantos libertarios como para ocupar los primeros lugares de una grilla gubernamental que siempre representa un verdadero desafío en su conformación a los fines de cumplir con los objetivos de una administración eficaz.

Las pocas confirmaciones en la semana para el área ejecutiva así lo demuestran: en las segundas líneas empiezan a surgir nombres propios que en algunos casos están vinculados a empresas de los sectores que van a administrar. En YPF, por ejemplo, se eligió a Horacio Marín, director de Tecpetrol empresa que pertenece al grupo Techint. En la secretaría de Energía asume Eduardo Rodríguez Chirillo, hombre que trabajó en el proceso privatizador de los 90’ y que hace más de 20 años no reside en el país (¿qué podría salir mal?). El cuadro se completa con el tácito acuerdo con Juan Schiaretti para que Osvaldo Giordano, actual ministro de Finanzas de Córdoba ocupe el ANSES y Franco Mogetta se haga cargo de la Secretaría de Transporte, mismo cargo que detenta en la provincia mediterránea.  

Por su parte, en el nivel de ministerios a los nombres ya conocidos, en la semana fueron confirmados Luis Caputo para Economía y Patricia Bullrich para Seguridad, estos últimos sin la venia de Mauricio Macri que esperaba negociar en bloque su apoyo al libertario, lo cual incluía la llegada de Cristián Ritondo a la presidencia de la Cámara de Diputados de la Nación, entre otras designaciones. El ex presidente ha comenzado a palpar en carne propia que Milei no está dispuesto a dejar que le copen el gobierno y además, que su prevalencia en el mundo PRO ya no es lo que era.

La frutilla del postre de la semana se la lleva la designación de Rodolfo Barra como Procurador del Tesoro de la Nación, hombre con pasado menemista, integrante de la Corte Suprema de Justicia en el período 1990 / 1993, y ministro de Justicia de aquel gobierno, quien debió renunciar por tener un pasado juvenil (y no tan juvenil) donde propalaba ideas nazis, pero que además, en su paso por la función pública, promovió una serie de leyes que atentaban contra todo aquello que podamos definir como idea de libertad.

De a poco, y con un nuevo travestismo político de Patricia Bullrich a cuestas, con los rumores de asesoramiento de parte de Roberto Dromi, el padre de la reforma del Estado de los noventa, lo que empieza a verse es el entramado de un funcionariado que antes que liberal deviene en una especie de conservadurismo que pretende ser popular al mejor estilo de Carlos Menem y con el que no pocos referentes intentan comparar al actual presidente electo. Pero las diferencias, más allá de lo que afirmen los operadores mediáticos que se auto perciben periodistas, no son menores.

·         El pretendido émulo de Facundo Quiroga portaba con un importante antecedente de gestión gubernamental, habiendo sido gobernador en su provincia en la década del 70’, detenido político en la dictadura y nuevamente primer mandatario de La Rioja a partir del retorno de la democracia.     

·         Supo convertirse antes de llegar a la presidencia, en un líder dentro del sistema que contó con el apoyo de no pocos dirigentes del peronismo de aquel entonces, contando con una importante presencia a su favor del aparato partidario que, en los tiempos que corren, pueden no ser definitivamente necesarios para ganar elecciones (¿quemamos los libros de ciencia política?), pero son vitales para la conformación de gobiernos.

·         Jamás utilizó la lógica del miedo para su construcción política. Menem podía aparecer como un líder naif, inicialmente menospreciado por las corporaciones de aquel entonces, pero su figuraba portaba un encanto por el que no pocos resultaron seducidos.

·         El hombre nacido en Anillaco fue de menos a más. En la previa no azuzaba una grieta. Le hablaba al conjunto de los argentinos y cuando llevó adelante su plan, el cual resultaba decididamente contrario a lo que había prometido, marcaba los límites o problemas de un modelo de acumulación del que él había arriado todas las banderas. No consideraba a un empleado estatal, cumpliera la función que cumpliera, como un energúmeno que debía ser eliminado.

Para el caso de Milei, si sus partidarios y alcahuetes mediáticos de turno quisieran encontrar una coincidencia con el extinto ex presidente, deberían buscarla en el desafío que, con el tipo de gobierno que se vislumbra, deberá afrontar el libertario en el tiempo que viene: el de ser el gran ordenador de todas las disidencias políticas que convivirán en su administración con una harto evidente debilidad.

Por ahora, y sin que haya comenzado la gestión, va en ese sentido. Parece haberse sacado de encima el tutelaje de Mauricio Macri, quien no dejó mejor herencia que un espacio como Juntos por el Cambio al borde del colapso, sino también al PRO cerca de una atomización definitiva. La conminó a un lugar meramente institucional a la vicepresidenta electa, de quien había afirmado que sería la responsable de las áreas de Seguridad y Defensa, luego de que Villarruel diera señales de cierta independencia política. Y como dato final, con la llegada de Francisco Paoltroni a la presidencia provisional del Senado y Adrián Menem a la presidencia de la Cámara de Diputados, se asegura una línea de sucesión que le será leal.

Ahora bien, una pregunta que podemos empezar a responder es aquella que refiere a qué ha quedado de la propuesta inicial que traía la campaña electoral, habiendo dejado fuera de juego a no pocos de los economistas que lo habían acompañado en la etapa previa.

Sabemos que no habrá en el corto plazo, y seguramente tampoco en el mediano, dolarización ni cierre del Banco Central. No sólo porque sus auspiciantes ya no pertenecen al entorno mileista (Carlos Rodríguez y Emilio Ocampo, entre otros) sino porque el viaje a los EE.UU. que pretendía ser una primera aproximación que sirviera para seducir a inversores financieros, poco ha dejado a favor del presidente electo. La falta de información pública al respecto así lo confirma y no son pocos los que se animan a decir que el pasado de Caputo no juega a favor de ningún tipo de acuerdo.

La casta no parece ser, por ahora, la principal afectada por las medidas que se vienen. Además de los nombres propios que parecen ir ocupando la grilla de los cargos, el entramado de poder que va tejiendo el mileismo, no parece ir garantizando aquello que se había prometido. Con un ajuste, que según los que dicen que saben no llegará al 15% del producto pero sí al 5%, y que eso supone un desordenamiento muy grande en la vida del conjunto de los argentinos, Milei anunció que vamos a un proceso de estanflación que duraría entre 18 y 24 meses para luego sí, estabilizar el conjunto de las variables.

En ese sentido, no parece casual que sus acólitos, que desconocen la historia corta y larga de nuestro país, hayan salido a plantear que la Argentina ya está en estanflación (¿creerán que somos tontos?) y, por otra lado, que una de las ideas del paquete de leyes que preparan para el post 10 de diciembre, incluye la eliminación de las elecciones de medio término, cuestión que resulta imposible sin una reforma constitucional para la que no dan los tiempos ni la realidad política de estos días. En coyunturas sociales de “mecha corta”, resulta muy difícil imaginar cómo podría llegar al 2025 un oficialismo con semejante escenario prometido.

En la vida, no tiene demasiado sentido ufanarse de todo aquello que se carece. El desorden que se plantea en el día a día de los ganadores y donde, paradójicamente, los perdedores parecen menos expuestos a un proceso de todos contra todos, radica en esa extraña circunstancia histórica de haber bendecido electoralmente a un conjunto de arribistas que se creen con el derecho de refundar la Patria, y que imaginan que el enojo social que los legitimó, resulta un cheque blanco para destruir todo vestigio de la institucionalidad que detestan. Así de grave es el escenario. Así de preocupante ha sido el nivel de errores cometidos desde este lado. Más allá de las coyunturas generales y de, como decía Fito hace algunos lustros atrás, los tiempos egoístas y mezquinos que vivimos. Y que seguramente se profundizarán...

(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez

Inicia sesión para enviar comentarios