Peligrosa y (ahora sí) efectivamente, buena parte de la política argentina se empieza a parecer a una instancia del todo o nada. Si las teorías sistémicas nos enseñaron que las distintas dimensiones de la vida social se retroalimentan entre sí, bien vale preguntarse si existe algún punto de encuentro entre el drama social que vive nuestra querida Rosario, y el dislate político con el que convivimos cotidianamente, desde hace casi tres meses, a partir de la llegada libertaria al poder. No se trata de asignar culpas de problemas estructurales a flamantes autoridades (algunas no tan flamantes), sino de dejar la pregunta planteada, para que cada uno responda para sí lo que le parezca, y a la vez, poder descubrir algunas circunstancias que, vistas de lejos poco tienen que ver entre sí, pero que cuando rascamos el fondo de la olla, aparecen nexos que dicen mucho de este tiempo. Recorrido por una semana de angustia y dolor social, pero con la inestimable esperanza paralela que se vistió de violeta en una tarde de viernes. Pasen y vean. Son todas y todos bienvenidos.
La semana política a nivel nacional había comenzado con los análisis del “día después” de la propuesta mileista en el seno de la Asamblea Legislativa y que realizaba una convocatoria al conjunto de los gobernadores, a los fines de comenzar a diseñar una especie de hoja de ruta que los lleve al Pacto de Córdoba, el cual debería concretarse (el potencial nunca tuvo tanta relevancia) el día 25 de Mayo.
Fiel a su estilo, el oficialismo fue y vino con las formas que tendría el encuentro: con la presencia del presidente y todos los gobernadores en una mesa común, con un esquema de reuniones por regiones y atendidos por algunos ministros, con las dudas de si efectivamente asistiría el conjunto de los mandatarios provinciales y, la que finalmente terminó prevaleciendo, que fue la de un encuentro común con el Jefe de Gabinete Nicolás Posse y el Ministro del Interior Guillermo Francos. Para confirmar su desprecio hacia esas formas que tanto detesta, el presidente ni siquiera pasó a saludar.
Del encuentro, más allá de los dichos de ocasión, se sabe más o menos lo mismo que la semana anterior cuando Javier Milei hizo el anuncio: si se desea tener una relación relativamente armónica con el Poder Ejecutivo a nivel nacional, los gobernadores deberían garantizar a través de la conducción sobre los legisladores, que éstos aprueben una remozada ley ómnibus que ahora dispondrá “sólo” de 190 artículos y no casi de 700 como en la versión original y que, además, dejen correr el DNU 70/23. A cambio, el oficialismo ofrece la re implementación del impuesto a las ganancias de la 4º categoría, el cual es coparticipable y que plantea no pocas resistencias de parte de los interlocutores de ayer, además de las centrales de trabajadores que ya empiezan a elucubrar la idea de un nuevo paro general.
El escenario es más o menos sencillo: no son pocos los gobernadores que necesitan caja y a partir de esas carencias, veremos posicionamientos inevitablemente cercanos a los proyectos libertarios. El ejemplo del tucumano Osvaldo Jaldo es por demás de representativo: con una de las arcas más escuálidas, ayer se convirtió en el vocero de la reunión, mostrándose muy bien predispuesto a un entendimiento con el oficialismo nacional. Si en el medio es mirado de manera desconfiada por lo que hoy pueda representar el modelo nacional y popular o si las medidas oficialistas son inviables socialmente en el mediano plazo, eso es harina de otro costal. Como nos hemos acostumbrado a escuchar los futboleros en los tiempos que corren: “esto es por plata” y no deben esperarse posicionamientos que no queden circunscriptos a esa lógica.
En el detalle de la plata radica el apuro de reivindicar un superávit fiscal en el mes de enero que, a poco de transitar marzo, supimos que en febrero dejó de ser tal. La licuación de salarios y jubilaciones, más la eliminación de aportes esenciales para la asistencia social, como así también las llamadas trasferencias discrecionales a las provincias, limitaron el festejo de unos pocos días. La realidad no es un dibujo, más allá de los apuros.
Pero si una confirmación dejó el discurso presidencial del 1º de marzo y que, humildemente, comentábamos aquí el fin de semana anterior, es que el llamado al diálogo le permitió ganar tiempo al gobierno. En la semana que termina, mientras nos entretienen con las peleas vedetongas respecto del aumento de la dieta de los legisladores, y cuando el presidente se enfrenta a un nuevo escándalo por haberse auto asignado un aumento de sueldo que intentó ocultar, casi ni abordó la idea que hace apenas diez días había cobrado mucha fuerza, y que refería a que el Senado de la Nación se aprestaba a desaprobar el DNU antes mencionado.
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En el medio, y como para no perder la costumbre, el oficialismo en su conjunto no se privó de realizar unas cuantas provocaciones, las cuales alimentan un malestar social que naturaliza de manera cada vez más firme la idea de que nuestro devenir se reduce a un todo o nada. Tuvimos el efectivo cierre de Télam, con la consecuente presencia de ciudadanos que se identifican como libertarios y se movilizaron hasta el edificio para saludar la medida; al presidente volviendo a la escuela que lo formó, dando un discurso indigno ya no de su envestidura sino de la condición humana, hablando con adolescentes cual encuentro en un asado de amigos y mostrando una inexistente empatía al burlarse de dos alumnos que tuvieron “la mala idea” de desmayarse; y, para completar el cuadro, demostrando la distancia que existe con las luchas de los feminismos, desde el gobierno el día viernes, justamente en el Día Internacional de la Mujer, se anunció que el Salón de las Mujeres en la Casa Rosada, sería cambiado por el de los Próceres, y vaya sorpresa, además de ser todos hombres, aparece reivindicada la figura de Carlos Menen. Una doble provocación que define muchas cosas.
En el relato oficialista nacional la eliminación, lisa y llana del otro, cada vez resulta más celebrada. Incluso, al punto de quedar en el ridículo, como en el ejemplo de hace unos días, cuando la ministra de Seguridad saliera a celebrar la baja de asesinatos en las calles de Rosario para los meses de enero y febrero.
Los oficialismos nacional, provincial y municipal, que representaban la buena noticia de “estar en línea”, en un contexto de depreciación económica, necesitan como el agua imponer otro escenario. Problemas con el transporte, medidas de fuerza de trabajadores estatales y las incipientes señales de conflictividad en el ámbito laboral, son las consecuencias naturales de un modelo de acumulación que, cada vez que se impuso en el país, Rosario y su zona de influencia, siempre resultaron invariablemente afectadas.
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Para el año 2023 nuestra región mostraba que el mayor problema de sus habitantes residía en que aquella promesa perottista de “Paz y Orden” no se había cumplido. En un nivel de deterioro creciente, buena parte de la campaña electoral se sustanció en la lógica comparación con el período anterior, el cual mostraba una mejor realidad social, habilitando primero el triunfo interno de Maximiliano Pullaro sobre Carolina Losada y luego, con un espectacular 58%, en la general del mes de setiembre.
Desde el día uno de gestión, el hughense trató de dar una señal de fortaleza política. Si, supuestamente, el nudo gordiano de la violencia narco en las calles de Rosario, se fundamentaba en los dispositivos de comunicación que, ilegalmente, se desarrollaban desde las cárceles, el flamante gobierno interpretó, que eso debería cortarse de cuajo. Y para ello, no dudó en imponer un accionar que lejos está del cumplimiento de los protocolos internacionales de tratamiento sobre los reos. Para completar la vuelta, copió el modelo de construcción audiovisual de Nayib Bukele que, según parece, ha sido muy efectivo en la reducción de los índices de criminalidad salvadoreña, pero al costo de imponer un modelo ilegal de control.
El gobierno provincial, cuando hasta hace unos días celebraba la reducción del número de asesinatos en Rosario, confundió las formas con la sustancia. Si el actual presidente centroamericano fue efectivo, con todo su fascismo a cuestas, no lo fue porque mostrara las imágenes del maltrato de los detenidos. Pullaro empoderó a fuerzas de seguridad que están severamente sospechadas y que, vaya casualidad, la propia ministra multipartidaria le acaba de pedir que haga la consecuente depuración. La confirmación de que las muertes de los taxistas fueron realizadas con la misma arma y que las vainas encontradas pertenecen a la policía santafesina, oscurecen más el panorama.
El gobernador y no pocos (y pocas) dirigentes a los que conduce, si uno mira con proyección retrospectiva, resultan una rara avis para cierto recorrido político. Hijos de la generación que vieron en Raúl Alfonsín un ejemplo de lucha política, criados bajo el cobijo de una Franja Morada universitaria que supo enfrentar por igual al vaciamiento menemista y a los recortes que Ricardo López Murphy intentó diez años después, no han dudado en operar políticamente a favor del libertarismo, en reconocer que están dispuestos a negar el cumplimiento de los derechos humanos en las cárceles santafesinas y en aliarse con la derecha más rancia que haya operado, en nombre del liberalismo, por estos confines del mundo.
Si para Alfonsín, Mauricio Macri era el límite, para este renovado radicalismo (y parte del Partido Socialista) no lo es, ya que no duda en declarar al hijo de Franco como huésped de honor de la provincia, dado que habría sido una pieza fundamental del entramado que le dio vida al frente Unidos para Cambiar Santa Fe. Poco importaron los puestos de trabajo perdidos, el endeudamiento exponencial, el sistema de espionaje construido, el Lawfare desarrollado y los casos de corrupción que han servido para hacer aún más poderoso al propio Macri.
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En la desorientación e impacto que produjeron los hechos de violencia en Rosario, rápidamente los oficialismos salieron a imponer la idea de que son producto de esa dureza contra los jefes narcos detenidos. Pero en honor a la verdad, hay que hacer dos salvedades que relativizan esas afirmaciones: varios de los presos no están encerrados en cárceles provinciales y de lo poco que se sabe hasta ahora, en ninguno de los asesinatos la fiscalía ha informado que se tenga alguna certeza de los móviles de los crímenes. Por eso es fundamental relativizar las afirmaciones oficialistas, que, hasta ahora, sólo se basan en presunciones.
El libertarismo nacional y el oficialismo provincial tienen algunos puntos de encuentro. Las necesidades de caja, una mirada común en algunos aspectos de la cuestión de seguridad, una retrospectiva benevolente sobre la administración 2015 - 2019 y una manera de abordar las discusiones paritarias que exponen a trabajadores de la gestión pública al deterioro de la consideración general.
En el medio, los lazos sociales parecen comenzar a deshilacharse en la lógica del todo o nada. En qué medida Milei es el vehículo que canaliza cierto terraplanismo político y social que ya estaba instalado en la sociedad y en cuanta el presidente aparece como un productor con contenidos propios, es una pregunta que puede servir para intentar salir de este laberinto en el mediano plazo, pero que poco importa en la urgencia del presente.
El riesgo de la ruptura del contrato social se hace cada vez más evidente. La explicación del dirigente rosarino de la UTA Sergio Copello, en la fundamentación del paro por tiempo indeterminado ya ha dejado de ser un llamado de atención para convertirse, insisto, en un drama donde que cada uno apuesta por el sálvese quien pueda.
En las letras de La Catalina, aparece el emergente de un mundo injusto y desigual y que, en el caso rosarino, ningún funcionario con responsabilidades específicas parece darse cuenta que en los barrios, el drama del narcotráfico no se resuelve solamente con formas represivas. Pero no me haga caso querido lector, estimada lectora, en algunas ideas, este analista está a contramano de los tiempos que corren.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez