Domingo, 16 Marzo 2025 12:43

La era de la hijaputez Destacado

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Pablo Grillo Pablo Grillo

¿Qué ves?
¿Qué ves cuando me ves?
Cuando la mentira es la verdad…

“¿Qué ves?” - Divididos

En septiembre de 1993, el trío Mollo – Arnedo – Gil Solá (Divididos), editaba el disco “La era de la boludez”. La producción artística debe ser contextualizada en un período donde el menemismo había comenzado a ser “eficiente” en eso de bajar la inflación y en paralelo con su fortalecimiento, se imponía un tiempo de farandulización de la política, combinado con la liviandad de ser un “goma” o apostar a ser un “Dios del verano” como forma de desarrollo personal. 

Treinta años después, los hechos de la semana nos obligan a plantearnos la pregunta de si el tiempo presente no debe ser re categorizado. La violencia estatal esgrimida en las calles, su intento de ocultamiento y las formas de justificación nos permiten suponer que la ya vieja afirmación “dividida” se queda corta para esta coyuntura. Días de locura, con imágenes que nos recuerdan las jornadas más dolorosas de esta cuarentona democracia que supimos conseguir. El neofascismo libertario lo ha logrado. Pasen y vean. Quedan todos y todas formalmente invitados. 

En la previa y como suele suceder en muy pocas ocasiones, existía la inevitable certeza de que un día de la semana centraría el pleno de la atención (y tensión) política. Extrañamente, el miércoles aparecía como una especie de síntesis donde la calle y palacio serían protagonistas con temas esencialmente distintos. 

Por un lado, la anunciada presencia de “barras” apoyando la marcha de jubilados de cada miércoles y el tratamiento en la Cámara de Diputados sobre temas de alta sensibilidad para el gobierno, por otro, se robaban la mirada del sistema político.

Una primera digresión. En los días anteriores, el aparato político – comunicacional oficialista había sido muy eficiente en emparentar la convocatoria futbolera con la presencia de los tristemente célebres barras bravas que anidan en el fútbol argentino. Quien se muestre interesado en leer sobre la temática, con periodistas o libros que versen sobre la materia o que, simplemente, asista de manera periódica a la misa arrabalera del fútbol argento, sabrá que los barras no suelen ser personajes que gusten de cierta exposición pública. Y mucho menos en temas que no refieren a la defensa de sus mal habidos negocios. Al mejor estilo de Alfredo Yabrán, su mejor virtud suele pasar por intentar un ocultamiento que les permita no resultar expuestos.

El gobierno fue muy eficaz en esto de crear una especie de confusión donde hinchas de fútbol con legítimas preocupaciones sociales, que no encuentran espacio de representación en la arena de la política tradicional, aparecen como barras. Quien conozca la realidad de los clubes argentinos, sean de fútbol o no, sabe que en ellos anidan grupos que reivindican el encuentro social y comunitario como una forma de vida cotidiana. No casualmente, desde allí aparecen los cuestionamientos a los intentos de imponer las sociedades anónimas deportivas como estructuras jurídicas que vendrían a “renovar” al tan maltratado fútbol local.

La parafernalia mediática resultó tan potente que, a la luz de los hechos posteriores, no pocos ciudadanos y ciudadanas insospechados de fungir en las lides del libertarismo, se preguntaban qué beneficio se esperaba obtener de defender a los sistemáticamente maltratados jubilados, mediante personajes que no resultan los mejores ejemplos de conducta social.

Esa eficacia gubernamental comentada, buscaba legitimar una violencia que se desarrolló en un doble plano: por los hechos en sí (algo que desde el bloque de poder libertario se imaginaba como absolutamente necesario) y por la justificación posterior.

Captura de video del momento del disparo a Pablo Grillo
Captura de video del momento del disparo a Pablo Grillo

La estrategia fue la ya tradicional en el método de Patricia Bullrich: minutos antes de la convocatoria, se impone una represión que, además de dispersar la posible masividad de las concurrencias, sirve como excusa de disciplinamiento social. En eso el diciembre trágico de 2001 y los hechos de marzo de 2025 parecen tener un punto de encuentro innegable.

Con el agregado de un sindicalismo cegetista que le corrió el cuerpo en términos institucionales al convite (el declino de última hora de Hugo Moyano resulta una muestra más de que para algunos dirigentes, ciertas convicciones sólo se mantienen desde los intereses individuales), el humor social parece comenzar a cambiar. Resulta todo muy embrionario, pero deberá prestarse atención a lo que algunas hinchadas de fútbol comienzan a mostrar cada fin de semana: como ya sucede en algunos recitales de rock, el insulto a Milei se masifica. Poco serio el analista, dirá algún desprevenido, al acusarlo de poner en la balanza ciertas formas de ponderación social, pero algunos termómetros deben ser revisados cuando la calle toma cierta temperatura. Algo de eso podrán decir quienes actuaban como funcionarios macristas allá por el año 2018.

La justificación gubernamental y el silencio de la inmensa mayoría de sus operadores mediáticos (con la particular excepción del corregido Jony Viale), abusó de la mentira como recurso:

  • Se acusó de patotera a una jubilada golpeada arteramente por un robocop sin ley que actúa de policía. 
  • Se intentó justificar el tiro contra el fotógrafo Pablo Grillo, inicialmente por kirchnerista y empleado municipal de Lanús y luego, como una casualidad desgraciada o, lo que es peor, como parte de un daño colateral que, en términos de la diputada Lilia Lemoine sería algo así como los huevos que deben romperse necesariamente para hacer un omelette.

  • Se argumentó que la movilización había sido parte de una estrategia que tenía en su génesis un golpe de Estado contra el gobierno. ¿Delirio o maldad? Que cada uno elija su definición.

Pero esa violencia no se quedó solo en las calles. El recinto de la Cámara de Diputados se convirtió en una especie de enorme ring donde todo valía per se. Golpes de puño entre libertarios, revoleos de vasos de agua como resolución de acusaciones de traiciones de todo tipo y el acting de algunos amarillos que fungen en el rol de idiotas útiles del oficialismo, resultaron funcionales a la estrategia libertaria de romper una sesión donde corría riesgo que las facultades delegadas del presidente fueran eliminadas.

El show expuesto en toda su plenitud refleja la profunda crisis interna de un movimiento que llegó como alternativa a ciertas tradiciones políticas y que, más temprano que tarde, se desgaja inexorablemente.

De alguna forma asistimos, si no a la descomposición política del triángulo de poder, a su erosión. Incapaz de impedir que la investigación por el criptogate avance en el Congreso, el escándalo abrió una rendija por donde se cuela un frío húmedo que paraliza al conjunto de la gestión y que resultaba impensado sólo semanas atrás. El caso de la "valijera", las derivaciones sobre $Libra que salpican a Karina Milei, ya resultan casos que no pueden ser contenidos por el instrumento mediático y, por tanto, esa narrativa no puede ser controlada. 

En este punto, todo puede servir de distracción. Inclusive una represión sistemática contra jubilados que reclaman y que hace suponer a la inteligentzia gubernamental que puede distraer la atención sobre los cripto boys. Pero, en definitiva, es una distracción de cortísimo plazo que no reditúa ni acumula políticamente, e incluso puede ser leído como muestra de debilidad, ya que recurre a una violencia que sólo le reporta consolidación política en su núcleo duro de por sí consolidado. Valga la redundancia.

Sin control sobre el relato público, con los aliados políticos en el seno del Congreso recalculando su vinculación con el oficialismo y con un presidente de la Cámara de Diputados que aborta una sesión con quórum, lo único que queda es el poder duro: el de las fuerzas en la calle contra la gente, con el agregado de que el recurso de las redes, a partir de la fatídica noche de aquel viernes donde Javier Milei se decidió a “difundir” una estafa, ya no resulta un activo que mueva el péndulo en favor de la ilusión libertaria.

En todo este devenir, un par de días atrás el presidente se pegó una vuelta por el cierre de Expoagro. Inhabilitando el 4G y el wifi público en la feria, la comunicación gubernamental intentó mostrar un recibimiento jubiloso que resulta flojo de papeles: planos cortos, con más custodias que ciudadanos y ciudadanas que lo vitoreen y con el tono de una alegría ficticia, la presencia de Milei sirvió para confirmar un apoyo público a una ministra que por lo alto y por lo bajo, buena parte del sistema político empieza a cuestionar.

A diferencia de otros tiempos, donde la violencia estatal avergonzaba a funcionarios y militantes de cada espacio político, forzando renuncias a veces impensadas, la era libertaria se yergue como una especie de tiempo social donde a cada hecho luctuoso le sigue una nueva provocación dialéctica que tiene mucho de hijaputez. ¿O qué términos académicos deberíamos utilizar para describir que en el contexto de un joven que debate entre la vida y la muerte por la represión policial, un primer mandatario afirme que disfruta de irritar zurdos? En el deterioro antes comentado, el único recurso aceptable para el oficialismo parece resultar ir para adelante, sin ver que el círculo de aquiescencia cada vez resulta más reducido.

El libertarismo apunta a construir la mentira de marchantes supuestamente violentos en una verdad irrefutable. ¿Qué ven cuando nos ven? Tal vez vean el potencial riesgo que se enfrentan al convertirse, sistemáticamente, en un espacio que niega la humanización de cada uno de nosotros. Y de este lado tal vez quede apropiarnos de aquel deseo que expresaba La Vela Puerca en una ya vieja canción: no tolerar que se bajen los brazos, que no tengamos lucidez.

(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez

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