Martes, 19 Junio 2012 18:23

De Roca-Runciman al G-20: La Historia de Dos Mundos y Dos Naciones

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cristina-cameronLos tiempos cambian. Las sociedades cambian. Lo que no parece querer cambiar son las pretensiones de ciertos dirigentes políticos de reivindicar viejas glorias imperiales donde las naciones se inclinaban sumisas ante los dictados de ese poder imperial.Por FABIÁN VIDOLETTI

 

Los tiempos cambian. Las sociedades cambian. Lo que no parece querer cambiar son las pretensiones de ciertos dirigentes políticos de reivindicar viejas glorias imperiales donde las naciones se inclinaban sumisas ante los dictados de ese poder imperial

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cristina-cameronHace unos días atrás el Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, intentando explicar la testarudez de las autoridades monetarias europeas, decía lo siguiente: "Martin Wolf es mordaz (y con razón). 'Hasta ahora nunca había comprendido cómo pudo suceder lo de los años treinta', escribía el columnista del Financial Times en una tribuna de opinión publicada el 5 de junio. 'Ahora sí lo entiendo. Lo único que se necesita son economías frágiles, un régimen monetario rígido, un debate intenso sobre lo que hay que hacer, la creencia generalizada de que sufrir es bueno, políticos miopes, una incapacidad para cooperar y el no anticiparse a los acontecimientos".

No es un mal ejercicio histórico comparativo. Las similitudes ciertamente llaman al asombro. Lo interesante es el resultado que provoca cuando a este ejercicio se le incorporan otros elementos comparativos. Allí los resultados son muy distintos y sus consecuencias, pensando específicamente en la Argentina, no podrían ser más diferentes.

A veces parece obra de la casualidad –aunque a medida que pasa el tiempo me convenzo un poco más que tal cosa no existe– pero días atrás me encontraba releyendo algunos entretelones del tratado Roca-Runciman, firmado entre la Argentina y Gran Bretaña en 1933, en un intento que estaba haciendo por reinterpretar la lógica del proteccionismo comercial de aquel entonces y ver si existían similitudes con algunas tendencias actuales.

La historia era a grandes rasgos la siguiente: Corría el año 1932; poco más de dos años luego del crack de la Bolsa de Nueva York de 1929. Lo que en ese entonces era aún una profunda recesión económica amenazaba seriamente con transformarse en una depresión. En ese contexto, representantes del Imperio Británico se reunieron en la ciudad de Otawa, Canadá, con sus colonias y ex colonias para reorganizar su comercio exterior. Producto de esa reunión, Gran Bretaña decidió adquirir en Canadá, Australia y Nueva Zelanda los productos que antes compraba a la Argentina.

El presidente Agustín P. Justo, parte integrante del golpe que derrocó a Hipólito Yrigoyen y un fiel representante de los sectores ganaderos exportadores, envió a Londres al vicepresidente Julio A. Roca (hijo) para llegar a un acuerdo. Ya en la capital británica, éste adujo sin ruborizarse que la Argentina era, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Británico. Otro miembro de la delegación, Guillermo Leguizamón –abogado de los ferrocarriles ingleses en la Argentina– sostuvo a su turno que "la Argentina es una de las joyas más preciadas de su graciosa majestad".

El resultado fue la firma de un acuerdo con el ministro de comercio británico, Sir Walter Runciman, conocido como "pacto Roca–Runciman". Por éste, Inglaterra se comprometía a seguir comprando carnes argentinas siempre y cuando su precio fuera menor al de los demás proveedores. En cambio, la Argentina aceptó concesiones lindantes con la deshonra: tomó un nuevo empréstito con acreedores ingleses por el cual el deudor y garante era el Estado Argentino y los destinatarios del dinero eran empresas británicas radicadas en suelo argentino; se le otorgó prioridad a Gran Bretaña en cualquier licitación o compra del Estado; se liberaron los impuestos que pesaban sobre los productos ingleses tales como el carbón (lo cual fue un golpe terminal para la industria del carbón y el petróleo nacional) y se comprometió a no permitir la instalación de frigoríficos argentinos. Se creó el Banco Central de la República Argentina el cual tenía a su cargo funciones tan importantes como la emisión monetaria y la regulación de la tasa de interés, y en cuyo directorio –increíblemente– había una importante presencia de funcionarios ingleses. Finalmente se le otorgó el monopolio de los transportes de la capital a una corporación inglesa.

Es decir, se trataba de dos países en situaciones claramente asimétricas aunque, en cierto punto, paradójicamente similares. En el caso británico, la conformación de un espacio proteccionista para su comercio internacional obedecía a su creciente debilidad económica producto de la depresión incipiente; debilidad que derivaba lenta pero inexorablemente hacia una debilidad política. En el caso argentino, si bien los niveles de exposición al contagio de la crisis internacional eran menores, la afectación directa a los intereses ganaderos que implicaba el proteccionismo británico, dejó al gobierno de Justo en una posición de dominio colonial de hecho. Situación que, por otro lado, no les disgustaba demasiado a la acomodada oligarquía nacional.

Dicho en pocos términos: Una crisis mundial, dos naciones, una política de sumisión.

Pero la historia está plagada de paradojas. Casi parece una burla del destino. Exactamente a ochenta años del pacto que simboliza lo más profundo del pensamiento colonizado en la Argentina, el escenario vuelve a repetirse. Los actores también se repiten. El elenco se amplió. La trama no pudo ser más diferente.

Ochenta años después, una nueva crisis financiera global amenaza con transformarse en depresión. Como analizaba el columnista del Financial Times citado por Krugman, los elementos que desplegaron el escenario en los años treinta casi que se volvieron a repetir de idéntica forma. Y una vez más, el discurso alrededor del proteccionismo comercial se hizo presente. Pero como afirma el dicho, el diablo está en los detalles.

El Imperio Británico ya es sólo parte de las páginas de la historia. Sus dominios coloniales se han transformado en naciones independientes, algunas más pujantes que otras. Lo que se niega a desaparecer es la mentalidad imperial de una buena parte de la dirigencia política británica. Mientras tanto, en la Argentina, el pensamiento colonizado aún existe aunque como una expresión marginal en el seno de una sociedad mucho más plural y politizada que la de hace ochenta años. Su dirigencia política, con sus matices, ya no se inclina de forma sumisa ni reconoce a su país como "una de las joyas más preciadas de su graciosa majestad".

Sin embargo, algunas escenas de la trama de hace ocho décadas intentan volver a ser interpretadas. El problema, tal como lo afirmó la presidenta Cristina Fernández apenas hace una semana en la ONU, es que estamos en un mundo en pleno proceso de cambio. Una vez más. Y si este no es el mundo post 1945, menos aún es el mundo post 1932.

El que no parece haberse enterado de ello es el mismísimo premier británico, David Cameron, que aún parece creer que la preminencia política de su nación es la misma de otrora. Un primer ministro que sin el menor empacho –apelando a alusiones por elevación y sin hacer nombres– afirmó en un seminario celebrado durante una pausa de la Cumbre del G-20 en México: "En los últimos ocho meses ha habido medidas que afectaron las inversiones, hemos visto la expropiación de una compañía multinacional, requerimientos para que divisas de exportaciones mineras y petroleras se cambien en el mercado local, regulaciones para el cambio de moneda a los habitantes, límites a la compra de tierras por extranjeros y la obligación de repatriar divisas a compañías de seguros. Y todo eso por parte de un solo miembro del G-20".

No se necesita ser un agudo analista de la realidad para entender que Cameron hablaba de la Argentina. Es decir, lo que son atributos de decisiones soberanas y legales de parte de una nación independiente son motivo de dura crítica. Ahora, lo que es curioso es que sí estimó que tiene que haber un respeto a la "autodeterminación de los pueblos" cuando se trata de los habitantes de Malvinas: "Los isleños han decidido tener un referéndum. Van a decidir sobre una simple cuestión, si quieren continuar con el status quo o lo quieren cambiar. El mensaje a la Argentina es muy claro. Escuchen lo que el pueblo de las Falklands quiere. Nosotros creemos en la autodeterminación, no en el colonialismo", afirmó. De ese modo, Cameron acusó al país de colonialismo en Malvinas y de proteccionismo en el comercio internacional. Cuando los periodistas le consultaron respecto de si pensaba decirle todo eso a la mandataria argentina, contestó: "Absolutamente".

Y de hecho lo hizo. Pero más allá de que haya estado fuera de lugar y de contexto dadas las reglas establecidas para la Cumbre, cuando tuvo que poner la cara y soportar la respuesta de la presidenta, se negó a hacerlo, dio media vuelta y se fue. La respuesta de la Cristina Fernández era entregarle una carpeta con las más de 40 resoluciones de la ONU que instan a las partes al diálogo. Simple y sencillo. A las bravuconadas se les responde con la ley en la mano, sin intercambios dialécticos que no conducen a ningún lado.

Mientras tanto, en el terreno del proteccionismo comercial que tanto critica Cameron, la presidenta respondió donde debía, en el plenario de la Cumbre. Primero, habló durante nueve minutos, tres más que el tiempo asignado para cada presidente, tal vez una concesión por ser una de las pocas jefas de Estado que se sostuvieron en el poder a pesar del huracán económico que barrió con oficialismos de derecha a izquierda.

La presidenta cuestionó el "círculo vicioso" que se está operando en Europa: fuga de capitales de las naciones periféricas, como Grecia o España, hacia centros financieros como Alemania e Inglaterra, y vuelta de esos recursos al lugar de origen, pero transformados en deuda a altas tasas de interés. Por eso pidió la reestructuración de los pasivos de los países que no pueden afrontarlos, pero reclamó que se lo haga con consenso internacional y no dejándolos a la deriva, como ocurrió con la Argentina en 2001.

Antes, durante una reunión que mantuvo a solas con su par brasileña Dilma Rousseff, ambas llegaron a la conclusión de que lo que se advierte es una presión cada vez mayor para que países en desarrollo abran sus mercados. De ahí las referencias críticas al proteccionismo, en momentos en que las naciones desarrolladas tienen excedentes que buscan colocar en otros países. "Tenemos que protegernos juntas. Hay una guerra de monedas que intenta castigarnos", señaló Dilma a Cristina, según relató una de las personas a quien la presidenta argentina transmitió el resultado de esa charla. "Parece el blindaje de Argentina. Cada vez ponen más plata en los rescates y la respuesta de los mercados no cambia", agregó.

Para el final de su intervención en el plenario de la Cumbre, la presidenta le reservó una dedicatoria al premier inglés: "Desde que empezaron las rondas del G-20 que se viene hablando de los paraísos fiscales, sin embargo siguen funcionando y este año ha aumentado diez veces la salida de dinero. De 5000 a 59.000 millones de dólares por año, especialmente de la periferia de Europa. Es hora de que el G-20 haga cumplir su deseo de terminar con los paraísos fiscales. Inglaterra es uno de los principales defensores de esos paraísos de los que, por otra parte, se terminan beneficiando". Por último, Cristina Fernández remarcó que "desde 2008 se perdieron 50 millones de empleos en el mundo y este es un problema que afecta especialmente a los jóvenes. No hay más tiempo que perder".

Una nueva crisis mundial, dos naciones, una política autónoma que reivindica su modelo de desarrollo y su interés nacional.

Efectivamente el mundo está cambiando. A todos nos gustaría pensar que como en el mejor argumento teatral, tras las tribulaciones llega el momento de una etapa nueva y mejor. Lo que hoy sí queda claro es que, por más que Cameron se empeñe en lo contrario, Gran Bretaña ya no es un imperio, ni la Argentina es el país de Roca-Runciman. 

 

(*) Licenciado en Relaciones Internacionales. Analista Internacional de la Fundación para la Integración Federal

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