Cuando Javier Milei se paró en el recinto de Naciones Unidas e inició su primer discurso presidencial allí, su gestión ya había recorrido un breve pero sostenido camino para empujar a la Argentina a desvincularse de la agenda internacional de desarrollo, multilateralismo, igualdad y derechos humanos. Su giro aislacionista no sucedió ante la ONU. Fue una construcción de meses que, promete el Gobierno libertario, continuará.
Milei se paró en la propia sede de la ONU para insultar a sus miembros. Dijo allí que el organismo adoptó un rumbo “trágico” desde que se volvió “socialista” y “colectivista”, y así convirtió a la Argentina en el único Estado miembro que no participará del Pacto del Futuro 2045, que empuja consensos en temas como desarrollo sostenible, paz, igualdad de género, cambio climático y seguridad internacional.
Ese discurso fue parte de un dispositivo que tiene a la Cancillería como el "mascarón de proa de la batalla cultural" que Milei quiere liderar a nivel global. Si algo no le falta al presidente argentino es ambición. Su objetivo último es empujar, en coordinación con otros líderes de la ultraderecha mundial, cambios en los organismos internacionales que, a su juicio, hoy intervienen en disputas y conflictos para laudar con una mirada progresista, de defensa de derechos humanos e igualdades, que el mandatario considera “totalitaria” e injerencista.
Cuando la ministra de Relaciones Exteriores, Diana Mondino, mostró –al igual que el personal diplomático de carrera de la Cancillería– dudas respecto de la forma y el fondo de la decisión de desengancharse por completo de la agenda de las democracias occidentales, Milei y su hermana, la secretaria general de la Presidencia, le intervinieron el Ministerio. Así desembarcaron en Cancillería la abogada ultraconservadora Úrsula Basset –que, paradójicamente, y al igual que el asesor Santiago Caputo, no tiene designación formal en el Estado– y el cruzado Nahuel Sotelo, flamante secretario de Culto y Civilización.
Los Milei apuntan a discutir en ámbitos internacionales la agenda progresista y a obstaculizar los reclamos contra el Estado argentino por el no cumplimiento de leyes vinculadas con derechos humanos, género y ambiente. Esta batalla cultural ya no debe ser leída en clave local, sino que sus objetivos y, por lo tanto, sus consecuencias, aparecen también en el plano internacional. Por caso, cada vez que avanzan negociaciones vinculadas a tratados económicos o acuerdos bilaterales, los representantes argentinos deben pedir permiso para incluir términos que el Gobierno considera que deben ser combatidos, como “desarrollo sustentable”. Pero además resta conocer las consecuencias del anunciado abandono de la posición de neutralidad argentina.
En el discurso de Milei ante la ONU, la contracara del abandono del Pacto del Futuro fue una convocatoria a los líderes mundiales a que se sumen a una agenda de la libertad que impulsará la Argentina. Y por más descabellada y fuera de lugar que suene la exhortación, esa es la búsqueda del presidente: erigirse en el líder global de la cruzada anti multilateralismo.
La Argentina aparece aislada en esa quijotada. El Pacto del Futuro tuvo consensos amplísimos en Naciones Unidas y solo marcaron diferencias países como Rusia, Nicaragua, Bielorrusia, Corea del Norte, Irán, Siria, Sudán y El Salvador. El presidente de este último, Nayib Bukele, terminó alineando su discurso con el de Milei. Todos ellos consideran que la ONU busca intervenir en sus asuntos internos con el Pacto del Futuro. Un acuerdo que, entre otras cosas, postula:
- Pondremos fin al hambre y eliminaremos la inseguridad alimentaria y todas las formas de malnutrición.
- Lograremos la igualdad de género y el empoderamiento de todas las mujeres y niñas como contribución decisiva para avanzar en todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible y sus metas.
- Reforzaremos nuestras acciones para hacer frente al cambio climático.
- Protegeremos a todos los civiles en los conflictos armados.
- Reformaremos el Consejo de Seguridad, reconociendo la urgente necesidad de que sea más representativo, inclusivo, transparente, eficiente, eficaz y democrático y tenga más rendición de cuentas.
En su afán de desmantelar lo que llama ‘progresismo internacional’, Argentina corre el riesgo de aislarse aún más en el escenario global, perdiendo influencia y relevancia en un mundo que continúa avanzando en sentido opuesto.
FUENTE: Cenital