los datos del Banco Mundial están ahí: el PIB conjunto del continente ha crecido a una tasa media anual superior al cinco por cien en la última década, y ha venido acompañado de avances en desarrollo humano impensables hasta hace poco. La población en situación de pobreza ha caído del 58 al 43 por cien entre 1999 y 2012. La esperanza de vida ha aumentado hasta los 55 años (siete años más que a principios de 2000), y se espera que alcance los 60 años en otra década más, gracias sobre todo a la radical caída de la mortalidad infantil. Los ingresos per cápita han crecido más de un 30 por cien. Las muertes por malaria se redujeron cerca de un 30 por cien y las infecciones por VIH, un 74. Muchos países han aplicado políticas educativas que han extendido de forma espectacular la educación primaria y recientemente la secundaria.
¿Estamos viviendo un auge de África? Desde la OCDE, Henri-Bernard Solignac-Lecomte se pregunta: “¿Qué ha cambiado desde los años del afro-pesimismo?”. En primer lugar, la demografía: “África es hoy el continente más joven del mundo, con 200 millones de personas entre 15 y 24 años (…) Desde 2010, los africanos son oficialmente más de 1.000 millones: gente por alimentar, por vestir, alojar, equipar con teléfonos móviles…”. La demografía y la demanda interior son motores del crecimiento que se han puesto en marcha gracias a otros factores fundamentales como el apaciguamiento africano tras el fin de la mayoría de los conflictos armados en el continente, y también gracias a un viejo conocido de las economías de África: la demanda de recursos naturales, desde petróleo y minerales a tierra cultivable, esta vez por parte de dos potencias en desarrollo, China e India, pero también Brasil.
El vínculo entre países en desarrollo es otro de los factores del despegue de África en su aspecto geopolítico. El continente es un centro en la configuración de lo que Pádraig Carmody denomina el Espacio Sur: “una región definida por la historia, los flujos materiales y unas relaciones sociales supuestamente más igualitarias y menos explotadoras que las que caracterizan las relaciones entre Norte y Sur”.
“una región definida por la historia, los flujos materiales y unas relaciones sociales supuestamente más igualitarias y menos explotadoras que las que caracterizan las relaciones entre Norte y Sur”.
Hablar de regiones, y aún más de continentes, implica en buena medida generalizar éxitos o fracasos, aunque permite trazar tendencias. Es imposible hablar de África como un todo, ni siquiera partiendo de la división norte de África/África subsahariana. Además, en la actualidad la diferenciación se está acelerando no solo entre países, sino dentro de cada uno de ellos, debido al distinto impacto de fenómenos como el desplazamiento del campo a la ciudad o la enorme expansión de la telefonía móvil (hay tres teléfonos móviles por cada cuatro africanos).
Los países de África subsahariana están siguiendo patrones que los alejan cada vez más de la pasada caracterización que unía sin remedio conflicto armado, pobreza y enfermedad. Sin embargo, no es lo mismo Ghana, que con un crecimiento del PIB del 14,4 por cien en 2011 y una democracia resistente se ha convertido en la nueva estrella africana, que Somalia, donde se sufren de forma dramática los efectos del cambio climático y aún hoy vive crisis periódicas de desnutrición. Tampoco es comparable la Suráfrica integrante del G-20 y del grupo BRICS, con República Centroafricana, uno de los países más pobres del planeta que vivió un golpe de Estado en marzo y está en permanente emergencia sanitaria.
El continente africano es cada vez más diverso en su desarrollo, pero existen aún retos compartidos. Entre ellos, un mejor reparto de la riqueza, un cambio estructural que genere empleos para esos millones de jóvenes africanos y una gobernanza que pase por el fin de la violencia política, el combate a la corrupción y el empoderamiento de los ciudadanos. Relacionarse con China, el principal socio comercial de África –actor neocolonial encubierto para unos, alternativa efectiva a la ayuda occidental para otros–, supondrá también un desafío a medio plazo. Hay además un problema que el mundo ha aparcado y que marcará el futuro de África: el cambio climático.
No es la primera vez que se habla de un “renacimiento africano”. Economía y geopolítica están hoy a favor para que África entre en una vía sin retorno de desarrollo que llegue a los africanos.
RELEVAMIENTO Y EDICIÓN: Rafael Pansa
FUENTE: politicaexterior.com