Martes, 11 Diciembre 2012 13:35

La Frente en Alto y la Piel de Gallina

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La actual crisis europea dispara reflexiones sobre los sucesos acontecidos durante diciembre de 2001 en la Argentina y cómo estos hechos transformaron la vida política del país. Por NOEMÍ RABBIA

 

La actual crisis europea dispara reflexiones sobre los sucesos acontecidos durante diciembre de 2001 en la Argentina y cómo estos hechos transformaron la vida política del país

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“De sólo pensarlo se me pone la piel de gallina” – dijo mi madre mientras escuchaba cuasi anonadada las declaraciones del juez Baltazar Garzón, sobre la actual crisis europea, especialmente España. Muchos de nosotros solemos tender un puente pleno de recuerdos hacia ese pasado argentino no muy lejano y no tan distinto del presente español. El 2001 dejó cicatrices pero no lo hizo en todos, ni fueron las mismas para todos. Muchos recuerdan aquellos días como agitados. Otros lo hacemos desde el recuerdo más visceral de vivir trabajando para apenas llevar comida a la mesa. Por ese entonces no se pagaban impuestos, casi no se viajaba por placer, no se sonreía tanto y la Navidad para más de una familia se pasó con pizza y sidra, con suerte. Dicen que la necesidad tiene cara de hereje. En el 2001 en Argentina, también tenía cara de harina, sidra y patacón.

Los sucesos que tiñen por estos días la realidad española, sin dudas pueden parecernos no tan lejanos de los vividos en Argentina en aquel tórrido diciembre del año 2001. Por ese entonces quien les escribe vivía en un pueblo pequeño de Entre Ríos, e incluso allí, uno de los lugares más apacibles y seguros de la provincia, la crisis social, política y económica nos había golpeado a la puerta.

Tenía 17 años, era la víspera de mi cumpleaños y se rumoreaba que una gran movilización se avecinaba por las rutas aledañas al pueblo y que los saqueos eran inminentes. Hasta tanto eso ocurriera, la rutina seguiría normalmente, salvo por los tablones que vallaban algunos locales, para pretenderse vacíos e intentar así evitar los saqueos.

A título personal más que analítico, considero que debemos reflexionar que en el año 2001 coexistieron varias crisis. No sólo hablamos de las categorías sociológicas que permiten analizar este fenómeno desde diferentes perspectivas, sino también me refiero a las percepciones individuales o de grupos reducidos – como las familias - que hicieron de la crisis, LA crisis en cada hogar y en su forma particular.

A algunas semanas de las manifestaciones en contra del gobierno nacional, para algunos, y en pos de reclamos diversos, para otros, se ha vuelto corriente escuchar afirmaciones como que hoy se vive peor que en ese año.

José de Maistre, un filósofo italiano, fue quien alguna vez sostuvo el aforismo que reza que cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Con esto queremos decir que la crisis acontecida en aquel momento no fue sólo producto de la desidia de los gobernantes popularmente electos, sino también de la aquiescencia e inacción de la sociedad argentina en su conjunto, que le enseñó a los propios hijos de la democracia a temerle a la participación política (por si volvían los militares) y a desentenderse de la política (para aprovechar la primavera económica que ofrecía el menemismo)

Por el contrario, la pos crisis dejó como resultado una efervescencia social que se profundizó con la llegada al poder de Néstor Kirchner y su apelación a volver a tomar las banderas y de la “maravillosa juventud” como agente de cambio. Quienes entonces lo criticaron, hoy hasta lo nombran como uno de los mejores presidentes de nuestra historia. Dicen que para apreciar lo bueno es mejor tomar distancia; tengo mis reservas respecto de esa afirmación.

Ser argentino por momentos parece una tarea titánica. Nos caracterizan sentimientos dignos y nobles para una vida en sociedad: somos solidarios y estamos casi hechos a prueba de crisis; pero siempre nos sentimos tentados a sucumbir al individualismo y al gozo inmediato del beneficio personal, mientras leemos el esfuerzo de cada uno de nosotros, no como un legado para las generaciones futuras, sino como un cheque en blanco para actuar como queramos. Cuando estamos mal votamos bien, cuando estamos bien votamos mal; cuando estamos mal, le exigimos al Estado, cuando estamos un poco mejor le pedimos que nos deje en paz para disfrutar el momento. Es por ello que políticas tan interesantes como la idea de posicionar a Argentina como potencia moral, promovida durante el gobierno de Alfonsín, fue un aliciente más débil que el uno a uno del menemismo; las políticas de la moralidad nunca hicieron popular a nadie. Si no, pregúntenle a Jimmy Carter.

Desde aquel 2001 hasta ahora, la sociedad argentina parece haberse re-politizado, con una importante participación no sólo de los jóvenes que se confiesan a favor del gobierno nacional, sino también de aquellos que se le oponen. Y es en esto donde no podemos negar tampoco el parecido con los hechos que se dan por estos días en países como España y Grecia, por nombrar los más importantes.

No obstante este florecimiento de las fuerzas políticas de la sociedad, urge hoy más que nunca abrazar la idea de que – en palabras de Néstor Kirchner – no hay destinos individuales sino que la política puede ser una herramienta para la construcción colectiva. Es importante entonces, no caer en el discurso de los inconformismos crónicos, sino por el contrario, llenar de contenido las críticas pero también los apoyos.

Al igual que el proceso de crisis del 2001, en la actualidad argentina coexisten diversas realidades Y apreciaciones de la realidad, que no pueden ser englobadas en una sola afirmación, ni siquiera al son de las “cacerolas autoconvocadas” que en nada se asemejan a las de hace poco más de diez años atrás. ¿Se podría estar mejor? Claro que sí. ¿Estamos igual que antes? Claro que no.

Incluso en nuestras disidencias veo más dignidad (y compromiso) en los argentinos que la que se veía antes del 2001, veo mayor involucramiento, sobre todo entre los de mi generación, la generación sub-35; suelo escuchar tantas veces por día la frase “crisis del 2001” que tengo miedo que se desgaste. Después lo medito un rato y caigo en la cuenta de que me sigue generando el mismo escalofrío que me generó entonces. Son recuerdos mezclados, que entristecen y fortalecen. Son recuerdos que en última instancia te terminan enamorando de los ideales políticos, como motor de cambio, porque uno ya lo vivió, porque uno ya lo pasó y porque encontró alguien que le puso voz a ese sentimiento y lo convirtió en política de Estado. Ojalá a todos les pase.

 

(*) Licenciada en Relaciones Internacionales de la UNR

 


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