Martes, 22 Febrero 2011 13:11

La Violencia en Libia, ¿Otro “Efecto Egipto”?

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protestas_libiaLa ola de protestas y represión que sacuden a Libia está siendo catalogada desde la prensa occidental como parte del contagio de los sucesos en Túnez y Egipto que asolan al mundo árabe. Sin embargo, las cosas no son tan simples como se las pretende presentar

 

La ola de protestas y represión que sacuden a Libia está siendo catalogada desde la prensa occidental como parte del contagio de los sucesos en Túnez y Egipto que asolan al mundo árabe. Sin embargo, las cosas no son tan simples como se las pretende presentar

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protestas_libiaUno de los errores más comunes en el análisis de los sucesos acontecidos en el Magreb y Medio Oriente es que numerosos analistas ya están hablando de todos los casos como parte del "efecto Túnez o Egipto". Así fue como, por ejemplo, se vaticinó que después de Túnez, Argelia sería el próximo país en ceder a las protestas populares, omitiéndose en el análisis el antecedente de la guerra civil argelina durante la década del noventa que jugó como elemento disuasivo en la escalada de la crisis en el país.

Otro error frecuente es "embolsar" los hechos acontecidos en el norte africano como algo "típico del continente". Sin dudas, aunque podríamos vernos tentados a hacerlo, los recientes hechos distan en sus orígenes así como en su desarrollo de la realidad de países de África subsahariana, por mencionar una diferencia. Por otra parte, se ha caído en una sobresimplificación de las particularidades de los países en cuestión, así como de sus hechos históricos, al punto que se compara la Revolución en Túnez y en Egipto con las protestas en Libia, Bahrein o en Irán, mezclándose regiones, causas y hechos.

Debido a ello pueden surgir algunos interrogantes en torno a las últimas novedades del Magreb, como por ejemplo si está Libia sufriendo el "efecto Egipto". ¿Estos movimientos son una novedad consecuencia de los avances de la tecnología como ocurrió en Egipto de manera contundente? ¿El Estado libio ha reprimido para sosegar los movimientos contestatarios que demandan la salida de Gaddafi del poder? ¿Cuáles son los actores que han jugado un rol en los hechos actuales? En el presente artículo intentaremos exponer algunas de las posibles respuestas a tales preguntas.

Libia es un país que en los últimos años perdió presencia en los medios de comunicación mundiales tras recomponer su vínculo con los países de Occidente pero, más que nada, con los Estados Unidos. Tras esto, el país dejó de ser catalogado como una amenaza al gobierno norteamericano y paradójicamente se convirtió en uno de los elementos de estabilidad del continente africano, sobre todo del Magreb, una zona de vital importancia tanto para los Estados Unidos –por su cercanía con Medio Oriente– como para sus socios europeos –por ser una puerta de acceso a este continente–.

Históricamente, Libia ha gozado el privilegio de ser una puerta de acceso a Europa así como también poseer elementos geográficos y culturales que lo posicionaron como un actor multifacético de la arena internacional. Geopolíticamente, su posesión de vastos yacimientos de petróleo y su posición estratégica le sirvieron como herramienta de negociación y presión internacional que a su vez resultó vital como fuente de legitimidad para su régimen en el frente doméstico. Monetariamente, estas ventajas le posibilitaron tejer alianzas y comprar lealtades tanto dentro como fuera del país. Culturalmente, el Islam y la población en su mayoría de origen árabe le dieron un rasgo de identidad con los países del Magreb y de la Península Arábiga; finalmente, su pertenencia al continente africano le dio acceso a una de las masas continentales más grandes del mundo desde la cual Muammar al Gaddafi, líder de la Revolución libia desde 1969, buscó construir su base de poder.

Desde el triunfo de la llamada Revolución Al Fateh se emprendieron en el país una serie de reformas que tuvieron como norte la unidad árabe y cierta idea de justicia social basada en los preceptos del Islam con elementos provenientes del Socialismo. "Revolución Al Fateh" fue el término que denomina al proceso que derivó en la caída de la monarquía de Idris I, el cual se aproxima al significado de "victoria" y designó en sus orígenes una facción palestina creada en 1957 por Yasser Arafat, y que persiguió como principal objetivo la completa independencia del pueblo palestino. En el caso libio, su utilización reflejó la idea de liberación del pueblo de Libia de las manos del colonialismo, al cual la monarquía habría sido funcional permitiendo la injerencia de las potencias occidentales en los asuntos internos del país.

Desde entonces, el régimen comandado por Muammar al Gaddafi tuvo una combinación de religiosidad no teocrática, ideas socialistas, voluntad popular y fuerzas armadas que dio forma a lo que se denominó desde la década del setenta la Jamahiriya Árabe Libia Popular y Socialista, término en teoría aproximado al de "gobierno del pueblo".

Las políticas reformistas introducidas desde sus orígenes generaron tanto seguidores como detractores para el gobierno de Gaddafi, por lo cual podemos decir que los actuales acontecimientos distan de ser nuevos; de hecho, estuvieron latentes durante mucho tiempo.

Es así que, por un lado, los hechos de violencia acontecidos en Libia en las últimas horas y que se han cobrado ya la vida de más de 500 personas no han sido consecuencia de la mera represión del Estado –una reacción que, por lo demás, se corresponde a la tónica adoptada por el régimen libio y emplaza como uno de los principales responsables a Gaddafi quien en última instancia es quien tiene la palabra decisiva en las acciones del gobierno libio desde hace años– sino que han sido también parte de acciones deliberadas de ciertas facciones de las fuerzas de seguridad libias opuestas al régimen desde hace casi dos décadas, como consecuencia de la intención del gobierno libio de crear "milicias del pueblo" destinadas, en gran parte, a reemplazarlas.

Esto explicaría por qué luego de las primeras muertes el gobierno destituyó a dos de los principales encargados de las fuerzas de seguridad del país y posteriormente se siguieron sucediendo las muertes en manos de oficiales supuestamente impulsados por el gobierno. La escalada de la tensión no obstante, llevó a una nueva ola de represión oficial dada la escasa presencia de la prensa internacional que el gobierno libio –creyó– podría aprovechar para actuar con impunidad.

Por otra parte, los líderes tribales también han tenido su involucramiento en los recientes eventos. La vida y estructura tribales en Libia fueron un patrón predominante en la historia del país desde mucho antes de su independencia. Durante la monarquía de Idris I, quien había delegado parte de su autoridad en poderosas familias locales las cuales consolidaron esta base de poder a través de lazos matrimoniales, el "tribalismo" fue un elemento central del Reino Unido de Libia pero también determinó su destino porque muchos libios sentían que su futuro recaía en las decisiones de unos pocos en situación privilegiada.

En función de esto, el gobierno de la Revolución se opuso a la influencia ejercida por estos clanes en los asuntos políticos del país por lo cual buscó debilitar las lealtades tribales existentes y destruir sus organizaciones. Sin embargo, y pese a los esfuerzos del régimen, los factores ideológicos nunca tuvieron el mismo peso que los lazos tribales y de sangre.

La tensa relación que sostuvo por este motivo con las tribus del país, así como por el favoritismo sobre su propia tribu, la Qathafa, le generaron numerosas críticas que están buscando ser canalizadas a través de las protestas actuales. Muchos de ellos están pidiendo el fin de la represión y hasta amenazaron con frenar las exportaciones de crudo. Akram Al-Warfalli, jefe de la tribu Al-Warfalla, una de las más importantes del país, le pidió en horas de ayer a Gaddafi que abandone el país. Asimismo, el jefe de la tribu Al-Zuwayya amenazó: "Cerraremos las exportaciones de petróleo hacia los países occidentales en 24 horas si no cesa la violencia y la represión a los manifestantes".

A estos actores se puede agregar también la presión que están ejerciendo los grupos islamistas que, según algunos expertos, son los mejores posicionados en el país y que han dejado entrever elementos religiosos en sus reclamos a través de eslóganes religiosos como "Dios es grande" y "Muammar [Gaddafi] es el enemigo de Dios".

La insatisfacción en Libia es grande, pero hasta ahora la oposición había permanecido dividida. Casi todas las críticas apuntan al "hermano líder" y su ideología del "dominio del comité popular" que acusan sus opositores acaba directamente entre rejas ante cualquier disidencia.

El hijo de Gaddafi, Seif Al Islam, quien es considerado uno de los más reformistas del régimen, advirtió días atrás por cadena nacional que el país se expone con estos actos violentos a caer en una guerra civil. Si bien advirtió que se buscará combatir los actos de violencia hasta "el último hombre" también dejó entrever la posibilidad de introducir reformas al proponer "nuevas leyes y un debate nacional sobre una nueva Constitución que se puede abrir a partir de mañana si estamos de acuerdo".

La escalada en los actos violentos, sin embargo, pone de manifiesto la división de un país entre sostenedores y detractores del régimen jamahirí. No existe un consenso sobre el futuro de Libia y cabe preguntarnos cuántos están dispuestos a morir o matarse unos a otros por un régimen.

Por otra parte, en medio del caos reinante muchos pierden de vista que de todas las partes involucradas en la presente crisis nadie ha esbozado ni siquiera planes preliminares para el futuro. Todas las voces atacan a Gaddafi y algunos han llegado a pedir su salida del país aunque no el fin del régimen, ignorando que el régimen ha sido durante años producto de la ideología y las decisiones unilaterales del líder libio.

Por otra parte, tampoco han aparecido intereses nacionales que se presenten como alternativas que interpreten el futuro del país en forma abarcativa, sino que las diferentes voces que se han hecho oír responder a intereses sectoriales o rivalidades puntuales entre algunos sectores y el gobierno libio: las facciones militares buscan recuperar su poder y prestigio de antaño; los grupos religiosos defienden la primacía de las estructuras islámicas más tradicionales como las que primaban antes de la Revolución; y, finalmente, los líderes tribales esperan que se les vuelva a reconocer la importancia del "tribalismo" aunque su descontento se centra principalmente en el protagonismo que el clan del propio Gaddafi ha gozado en los últimos años y en el manejo de los asuntos gubernamentales.

Más allá entonces de la validez del reclamo y no obstante la importancia de introducir reformas para alcanzar una forma de gobierno más transparente y respetuosa de las libertades fundamentales en Libia, cabe preguntarnos si Libia podrá sobrevivir a su propia voz. ¿Es posible pensar un futuro en Libia sin la polémica imagen de Gaddafi que, pese a las críticas, supo durante mucho tiempo comprar lealtades y aplacar los intereses sectoriales en pos de un ideal más colectivo? ¿Podrá el gran Jamahiriya árabe sobrevivir a los determinantes que le ha impuesto la propia coyuntura internacional creando presiones sistémicas sobre las que no ha podido tener control?

Sea cual sea la respuesta y en horas en que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se prepara para una reunión de emergencia, por estos días Libia no es igual a Egipto, por su pasado, por su presente, pero sobre todo por su futuro, ante la inexistencia de alternativas visibles y un trabajo concertado incluso entre aquellos que coinciden en que ha llegado la hora de un cambio.

 

(*) Analista Internacional de la Fundación para la Integración Federal

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