Me preguntaron si la creación de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) debilitaba a la Comunidad Andina de Naciones (CAN), y me costó entender la pregunta. ¿No se valoraba acaso que un continente nacido a su vida republicana fraccionado junte, después de dos siglos, sus regiones, incluidos los esquemas subregionales en un todo: nuestra Patria Grande? Aquel 23 de mayo de 2008, en Brasilia, voces de esperanza sin nacionalidades ni fronteras acompasaron la suscripción del Tratado Constitutivo de Unasur, que en sus objetivos destaca su carácter multidimensional; su naturaleza inclusiva, que busca superar participativamente las asimetrías; y eliminar las desigualdades fortaleciendo la democracia y su sentido plural, respetuoso de las soberanías.
En sus cortos años Unasur ha alcanzado ya logros trascendentes en el ámbito del diálogo político, con medidas destinadas a consolidar el espacio suramericano como una zona de paz, generando confianza y seguridad.
Pero también queda explícito el valor de la unidad continental para poder gravitar juntos en el mundo, pensando la integración estratégicamente, a partir de resultados inmediatos en áreas en las que los Estados asumen acuerdos para un desarrollo más equitativo, armónico e integral, como energía, defensa, salud, desarrollo social, infraestructura, lucha contra las drogas, economía y finanzas, procesos electorales, educación, cultura, ciencia y tecnología, seguridad y justicia.
En sus cortos años Unasur ha alcanzado ya logros trascendentes en el ámbito del diálogo político, con medidas destinadas a consolidar el espacio suramericano como una zona de paz, generando confianza y seguridad. Obviamente que su caminar no está exento de dificultades, por ejemplo, algunos críticos la desahuciaron cuando no se logró reunir a todos los presidentes para condenar la afrenta de cuatro países europeos al Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia; no le es fácil superar los asentamientos soberanos, que tienen urgencias diferenciadas expuestas por su estructura intergubernamental; y es un reto garantizar su sostenibilidad e impedir desaceleraciones en su marcha.
En su proyección, necesita garantizar la participación social y la construcción de una ciudadanía suramericana con derechos regionales adicionales a los nacionales y subregionales. También tiene que promover la superación de las asimetrías con políticas de solidaridad, asumiendo que en integración solidarizarse con el vecino es solidarizarse con uno mismo. Por otro lado, debe acoger las conquistas de los esquemas subregionales de integración, a sabiendas que las convergencias no son el resultado, sino un camino para la prosperidad. Y no puede desatender la urgencia de consolidar el desarrollo y la gobernabilidad de nuestros países, en un contexto en el que el funcionamiento de cadenas de valor y desaceleración de la demanda de materias primas nos exigen mayor crecimiento, transformación del patrón productivo y unidad.
Entonces, Unasur, nuestra Unasur, no es sólo un esquema de integración profunda, sino también la realización de los sueños por la justicia y la unidad continental. Que no queden dudas, Unasur, nuestra “casa grande”, es el camino compartido que lleva a destinos comunes en un continente que cada vez se entiende y se respeta más.
(*) Sociólogo y comunicador boliviano
FUENTE: La Razón