Ya en el año 1995 Susan Strange en su artículo The Defective State afirmaba que el acontecer internacional parecía indicar que el conflicto civil estaba atravesando un proceso por el cual era probable que se convirtiera en una amenaza mayor para la seguridad personal que el conflicto interestatal. Y todo parece indicar que Siria, epicentro de una guerra civil cuyo inicio se remonta al denominado fenómeno de la Primavera Árabe, se configura en la actualidad - luego de casi tres años -en uno de los conflictos más preocupantes del siglo XXI y en un Infierno Árabe.
Tal como indica Sami Naïr, “el dictador sirio”, en referencia a Bachar el Asad, “ha transformado el conflicto de legitimidad política y las reivindicaciones democráticas en luchas intertribales e interconfesionales, dando cuenta hasta que punto su régimen estaba basado exclusivamente en la fuerza", un elemento de poder que, con el transcurso del tiempo, fue llevado a su extremo al punto tal que la comunidad internacional - inmovilizada y desorientada - aún no logra coordinar una propuesta que sea correspondida por las partes involucradas en el conflicto.
El pasado 26 de enero se inició en Montreaux, Suiza, a iniciativa de Naciones Unidas y del grupo de países nucleados bajo la nómina "Amigos de Siria" - una amalgama de potencias occidentales y árabes en las que se encuentran Estados Unidos, Arabia Saudí y Turquía - la primera etapa de negociaciones entre el gobierno de Bachar El Asad y la oposición siria, representada por la Coalición Nacional Siria (brazo político del secular Ejército Libre Sirio, pero no de las demás milicias rebeldes). Enmarcado en la Conferencia de Paz denominada como Ginebra II, desde el primer encuentro, y con la presencia de delegaciones de 39 países, fue posible entrever el fracaso que signaría la misma a razón de las rígidas posturas mantenidas por los representantes de cada una de las partes.
Por un lado, el Ministro de Exteriores sirio - Wallid al Muallem - acusó a la contraparte de ser "traidores", "agentes a sueldo del enemigo" que sólo busca amparar el terrorismo en su país, y de infringir serios abusos como decapitaciones y violaciones. En su réplica, el líder de la oposición - Ahmad Jarba - hizo uso de una serie de imágenes que muestran los cadáveres de víctimas con signos de tortura y violación, como también del reciente informe encargado por Catar que da cuenta de la lamentable situación de los presos en las cárceles del país.
Luego de aquél primer diálogo, y ya en Ginebra, se desarrollaron hasta el viernes pasado los contactos directos bajo la mediación del representante de Naciones Unidas, Ladjar Brahimi, quien afirmó desde aquél momento que si bien hubo “signos de esperanza", no se debatió “ninguno de los asuntos cruciales”. Si bien el acuerdo alcanzado en Ginebra I en el año 2012 estipulaba que el objetivo final sería la conformación de un gobierno de transición, con todo lo que esto implicaría, la delegación oficialista siria no mostró ningún tipo de intención en coincidir con dicha meta, dejando a la oposición en un lugar de clara debilidad al tener que aceptar que los contactos iniciados se basarían en tan sólo meras especulaciones. Y fue así tal como sucedió. Con el transcurso de los días la prensa sólo lograba recoger declaraciones que apuntaban al desacuerdo absoluto, inclusive en materia humanitaria, en tanto que a mediados de la semana pasada se había comunicado que se estaba intentando coordinar un alto al fuego y arreglos para lograr el acceso de ayuda a las zonas asediadas de Homs, cuestión que hasta el día de hoy aún no se concretó.
De manera simultánea, los medios de comunicación continúan revelando una cantidad de información cada vez mayor, que indica cómo se han ido complejizando los problemas que agobian a la población, cuestión que se ha traducido tanto en las cifras como en la gravedad que se deja entrever en las historias y relatos de aquellos que han sido testigos de la situación en la cual el pueblo sirio se encuentra.
En este sentido, no es equivocado pensar que la realidad ha eclipsado la cumbre celebrada en Ginebra en tanto que sus exiguos logros quedan aplacados por la urgencia de dar respuestas contundentes para problemas altamente apremiantes, tales como el asedio de Yarmurk que ya lleva siete meses y en donde aproximadamente 80 personas ya han muerto por inanición; las 1.500 muertes provocadas en tan sólo una semana y que se suman a la escalofriante cifra de 130.000 víctimas desde el inicio del conflicto; el reciente bombardeo con barriles explosivos que dejó 85 muertos en Alepo en un sólo día; entre tantas otras.
Tal como ha dicho Ana Palacio, ex ministra de Asuntos Exteriores de España, en un reciente artículo para el diario El País, Siria se encuentra desamparada. "El mundo responde a la brutalidad con estériles manifestaciones de indignación" afirma, para luego proseguir planteando cómo la respuesta del mundo a esta crisis viene signada por intereses geopolíticos, por medias tintas y torpes iniciativas que llevan a que uno se pregunte "¿Cuántas veces tenemos que decir: "Nunca más"?
Pareciera ser que a pesar de que en las últimas décadas el mundo ha sido testigo de cuantiosas atrocidades, subsiste un gran interrogante: cómo, desde la creación de Naciones Unidas, de la adopción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y de la discusión en torno a la responsabilidad por proteger, aún no se ha logrado aprehender cómo coordinar unánimemente iniciativas que tengan mayores logros que el hecho que las partes se hayan sentado juntos en una misma habitación, tal como ha sucedido en Ginebra II.
(*) Investigadora de la Fundación para la Integración Federal