La voracidad especulativa, sus voceros institucionalizados, los organismos que les son funcionales, el oligopolio del veto, el neocolonialismo y la injusticia internacional fueron blanco de los dardos de la presidenta en un discurso que continuó con las líneas directrices que Néstor Kirchner plantease en el 2003 cuando se presentó por primera vez ante la Asamblea General de la ONU
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La presidenta Cristina Fernández pronunció su discurso en la apertura de sesiones de la 66º Asamblea General de la ONU. En un año en el que el foco está puesto sobre la cuestión del reconocimiento del Estado Palestino, y en donde la grave crisis financiera mundial parece quedar eclipsada por este tema, la presidenta redobló la apuesta de las naciones emergentes en contra de los privilegios detentados por un orden que parece estar en el camino de la decadencia.
De la misma forma en que en el año 2003 Néstor Kirchner arremetió contra el Fondo Monetario al hacerlo responsable último por el derrotero que llevó a la Argentina a la crisis de 2001, Cristina Fernández volvió a criticar con dureza a los organismos financieros internacionales. Esta crítica partió de un diagnóstico de fondo trazado por la presidenta que se dirigió al núcleo más profundo del entramado de la crisis financiera: la hegemonía del capital financiero trasnacionalizado y su voracidad especulativa.
Cristina Fernández inició este diagnóstico afirmando que "Muchos de los que aquí han intervenido se han quejado de la especulación financiera con commodities, sobre todo en el sector de alimentos. Señoras y señores, cuando uno observa el crecimiento del stock financiero global en relación al PBI global, es decir a lo que producimos en bienes y servicios el conjunto de los ciudadanos y empresas del mundo, puede advertir claramente el por qué estamos frente a un mundo donde la especulación parece no tener freno y trasladarse de un lado hacia el otro y de un país o de una región hacia la otra afectando monedas, economías y también la vida cotidiana de los ciudadanos, destruyendo trabajos, impidiendo que tengan una educación digna, que tengan salud".
Luego agregó "Si uno observa la relación entre PBI global y stock financiero en la década del 80 ésta era una relación de 1 punto 1. Es decir, había un stock financiero que era igual a lo que producía el mundo en bienes y servicios. A partir de la década del 90 estas cifras se disparan geométricamente y se llega al año 2008 a que el stock total financiero, el activo financiero en el mundo sea 3.6 el PBI global, ese formidable spread entre lo que producimos y lo que está, en lo que yo denomino la economía del enter, porque en realidad si vamos a buscar esos activos son solamente apretar la tecla enter en una computadora y trasladarse de un lugar a otro, de una moneda a otra y producir una volatilidad como nunca se ha visto en los mercados y crisis recurrentes donde las bolsas suben y bajan todos los días, creando la destrucción de miles de trabajos, pero también formidables rentabilidades que alguien se lleva".
En este entramado, los voceros institucionalizados del capital financiero, las agencias calificadoras de riesgo, también fueron objeto de los dardos presidenciales: "las calificadoras de riesgo, grandes responsables de muchas de las cosas que han pasado, califican por ejemplo a la Argentina como una economía marginal y calificaban hasta hace muy poco tiempo a economías que están a punto de caer en default, en deudas mucho mejor calificadas que la que tenía la Argentina. Se exige también entonces una evidente regulación sobre las calificadoras de riesgo que han tenido también una gran responsabilidad en la crisis que hoy vivimos en determinadas regiones y que obviamente va a impactar en todos los países".
El problema más serio que se genera a partir de este estado de descontrol o de falta de regulación del sistema financiero, es su impacto sobre los sistemas políticos. La presidenta lo afirmó con contundencia en su discurso: "siempre las crisis económicas terminan impactando en los sistemas políticos. No hay posibilidades de profundas crisis económicas donde la gente pierda su trabajo, donde millones caigan en la miseria, donde millones de personas pierdan su trabajo, su casa su educación, su salud, sin que esto implique también profundas transformaciones políticas".
Pero así como el orden económico mundial tal como existe actualmente no puede prolongarse sin provocar su propia autodestrucción, lo mismo puede decirse del orden político, en el cual las otrora todopoderosas potencias se abroquelan en sus privilegios institucionalizados para impedir cualquier cambio hacia un mundo políticamente más justo y más democrático. Es cierto que esto quizás no sería así si la crisis financiera no afectase a los centros de poder como lo está haciendo actualmente, pero también lo es que eso mismo los inhibe de detentar un poder que ya no poseen.
Por eso mismo, la presidenta criticó severamente la actual estructura institucional de la ONU, donde cinco países (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Rusia y China) se arrogan la capacidad de decidir qué cambia y qué no en el orden internacional. "No compartimos la necesidad de ampliar los miembros permanentes, al contrario, creemos que es necesario eliminar la categoría de miembros permanentes y también eliminar el derecho de veto que impide realmente que este Consejo de Seguridad cumpla con su verdadera función [...] ese lugar permanente y ese derecho de veto no son para defender la seguridad o la estabilidad universal sino muchas veces para posicionamientos de los miembros que lo integran y que hacen ejercer su derecho".
La cuestión del neocolonialismo que se manifiesta en la situación de Palestina, en el tema Libia, en la misma cuestión Malvinas, señalada por la presidenta, y otros tantos casos en el mundo obran como ejemplos de un orden mundial de otro siglo, cuyos resabios decadentes son sufridos por grandes núcleos poblacionales y por naciones soberanas.
¿Qué tuvo de diferente este año el discurso de Cristina Fernández en la ONU? Poco en cuanto a contenido, mucho en cuanto a lo simbólico. Cuando en el 2003 Néstor Kirchner se paró en el podio ante el pleno de la Asamblea, la Argentina era un paria internacional. Ocho años después, tanto a partir de resultados macroeconómicos exitosos, como de los pronósticos hechos en ese mismo foro sobre qué destino sufriría de la economía mundial si no se la sometía a cambios estructurales, le dieron a la mandataria argentina la estatura moral para hablar desde otro lugar. Un lugar en el que, como ella misma lo dijo, "el crecimiento con inclusión social para nuestros compatriotas, el lograr el respeto irrestricto a los derechos humanos con juicios por la memoria, por la verdad y por la justicia" le muestran al mundo que otra alternativa es posible.
(*) Licenciado en Relaciones Internacionales. Analista Internacional de la Fundación para la Integración Federal
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