Los dichos del primer ministro británico David Cameron de que la Argentina tiene "comportamientos colonialistas" en relación con las Islas Malvinas puede verse como una nueva etapa en el intercambio retórico entre ambos países. Sin embargo, el calificativo no sólo no tiene antecedentes sino que además es un increíble despropósito histórico
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Todo comenzó con una pregunta. David Cameron había asistido a su sesión semanal en la Cámara de los Comunes (la Cámara baja del Parlamento británico), donde fue consultado por la medida que tomó en diciembre el Mercosur de no permitir que los barcos con bandera de Malvinas reposten en puertos de la región. El primer ministro aseguró que quería enviar un "mensaje fuerte" sobre la cuestión. "Yo diría que lo que los argentinos han estado diciendo recientemente es mucho más colonialismo, porque esta gente quiere seguir siendo británica y los argentinos quieren que ellos hagan otra cosa. Protegeré a la población de las islas y permitiré que ellos decidan por su futuro. Estoy decidido a que nos aseguremos de que nuestras defensas y todo lo demás esté en orden".
Fácilmente uno podría afirmar que se trata simplemente de otro capítulo más en el intercambio retórico de las últimas semanas desde que el Mercosur tomó la histórica decisión respecto de los barcos que proceden de las islas. Pero eso sería quedarse en una posición facilista. Ciertamente es un nuevo capítulo del intercambio retórico, pero esta vez el jefe del gobierno británico fue donde nadie se había atrevido a ir. Ahora, ¿de dónde sale este despropósito político e histórico? Porque nadie puede ser tan torpe o tan estúpido como para decir una cosa semejante y verdaderamente creérselo.
Hay una explicación que insiste en que las palabras de Cameron son para consumo interno, tanto de la opinión pública británica como del propio partido Conservador. Para ello se insiste en comparar el actual y complicado momento político de Cameron a nivel doméstico, con el también complejo momento que vivía Margaret Tatcher en su frente doméstico en los meses previos a la aventura militar de la dictadura argentina. Con esta comparación se intenta significar la retórica de Cameron con intento de búsqueda de una "causa nacional" que unifique a la sociedad y la distraiga de sus problemas cotidianos.
Pero como muy bien lo explica el artículo de Martín Granosky en el diario Página 12, "A las 19.20 de ayer, la noticia principal del sitio web del diario conservador inglés The Times decía que la Argentina 'golpea' al primer ministro David Cameron sobre la cuestión de las Falklands, o sea las Malvinas. Más abajo, un título indicaba que en el Reino Unido el desempleo llegó a su punto más alto en los últimos 17 años, con 2 millones 685 personas sin ocupación. Ninguna de las dos noticias era la más leída en la web de The Times. Ganaban en el ranking el restaurante del trasatlántico hundido –convertido en una tumba– y la prisión del capitán del buque."
La comparación con aquel momento de Margaret Tatcher previo a la guerra, les sirve a algunos para sostener que Cameron busca fortalecer su posición política por medio de la cuestión Malvinas, de la misma forma en que la entonces Dama de Hierro fortaleció la suya a partir de su victoria militar. De allí los intentos del actual primer ministro por militarizar la discusión.
Quizás en algún punto este argumento pueda tener una dosis de validez. El problema es que los momentos históricos no son comparables. Las dificultades domésticas de Margaret Tatcher obedecían a la conflictividad que le generaba la imposición política de un modelo económico neoliberal en ascenso. Y para ello, a esas alturas de su gobierno, se había peleado con decisión –y éxito– contra gremios como los mineros y los basureros del Reino Unido.
Hoy la realidad es distinta. Las dificultades de David Cameron obedecen a la conflictividad social en ascenso que devienen de la decadencia del modelo económico iniciado por Tatcher y al que los conservadores británicos –al igual que el resto de Europa, los Estados Unidos y el poder financiero trasnacionalizado– se aferran con uñas y dientes. Ante esta realidad y a la falta de respuestas a la crisis social creciente, Cameron parece mostrar un costado débil como no le había ocurrido a ningún gobierno británico en las pasadas tres décadas.
Sin embargo, al "exabrupto" de Cameron es necesario darle otra explicación. Porque sus expresiones son incomprensibles si no se sale del contexto doméstico británico y se pone sobre la mesa la estrategia diplomática argentina respecto de Malvinas como fuente primaria de los dolores de cabeza del primer ministro. El Canciller argentino Héctor Timerman resumió la respuesta argentina a los dichos de Cameron de manera muy acertada: "Llama la atención que Gran Bretaña hable de colonialismo cuando es un país sinónimo de colonialismo. Llama la atención también que Gran Bretaña acuse a un país como la Argentina, que es víctima de una situación colonial, como lo han expresado las Naciones Unidas al definir a Malvinas como una cuestión de soberanía y colonialismo".
Pero más allá de los dichos, el debate y la retórica, es interesante analizar cuál es el verdadero impacto de la estrategia diplomática argentina en estos últimos años. Desde la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia en el 2003, el tema Malvinas pasó a ocupar uno de los lugares más importantes en la agenda externa argentina. Esto no ha cambiado durante la presidencia de Cristina Fernández. Aún más, se ha profundizado.
Desde hace no mucho más de 3 años, la Argentina ha desplegado una red de apoyos políticos explícitos respecto de su reivindicación por la soberanía de las islas. La sumatoria de apoyos fue evolucionando de forma lenta y con características individuales: Venezuela brindaba su apoyo, Perú sumaba el suyo, Ecuador, Bolivia, Chile, Brasil. El talón de Aquiles de la estrategia siempre fue Uruguay. Los problemas bilaterales entre ambos países durante de presidencia de Tabaré Vázquez fueron un obstáculo que paralizó prácticamente la agenda política entre ambos. Con la llegada de José Mujica al gobierno y el giro de 180 grados en la relación, sumar su apoyo fue clave en las etapas siguientes.
¿En qué consistieron esas etapas? En primer lugar, transformar lo que a esas alturas era una sumatoria de apoyos individuales en una manifestación política colectiva. Tal manifestación cobró relevancia primero en la Cumbre inaugural de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC) en la que por unanimidad se apoyó el reclamo argentino por la soberanía de las islas (apoyo que incluyó a los estados caribeños miembros del Commonwealth británico); siguió con el apoyo unánime del Mercosur y pudo evidenciarse en la actual gira del Canciller Timerman por Centroamérica, cuando los ex presidentes de Panamá, Arístides Royo y Martín Torrijos, integrantes del grupo de apoyo a la cuestión Malvinas de ese país, definieron el reclamo argentino por la soberanía sobre las islas como una "causa latinoamericana".
Simultáneamente, se puso en marcha la tercera etapa que implica traducir estos apoyos políticos en acciones concretas. Allí se inscribe la decisión de impedir a los buques que enarbolen la bandera ilegal de las Islas Malvinas que reposten en puertos de países del Mercosur y por eso el apoyo de Uruguay fue clave. El puerto de Montevideo es el que ofrece la posibilidad de hacer una escala en la ruta más corta entre Malvinas y las islas Británicas. Pero si bien la decisión del Mercosur no implica la imposición de un bloqueo económico, como en un primer momento intentó presentarlo el gobierno británico, lógicamente tiene consecuencias económicas. Por lo cual, el apoyo político colectivo de toda América Latina, sumadas a las presiones conjuntas entre los socios regionales, son los elementos diferentes en esta etapa para intentar forzar a Gran Bretaña a sentarse a la mesa de negociaciones junto a la Argentina y a la ONU.
Estos son los elementos que han hecho salir de sus cabales al gobierno y a parte de la dirigencia política británica. Y de allí su intento de llevar la discusión al terreno de lo militar y de una torpe e improvisada estrategia de ganarse la simpatía y el apoyo de los países latinoamericanos montando una gira del Canciller Hague que sólo logró que, en su paso por Brasilia, el canciller Patriota le dijese en la cara y en conferencia de prensa que la posición oficial de su país es el apoyo a la posición argentina.
En definitiva, y haciendo referencia al título irónico de esta columna, lejos estamos de comportarnos como un imperio colonial. Lejos estamos de imponer una Pax Argentina, que significaría imponer decisiones políticas según nuestros propios términos. La mejor dosis de inteligencia que muestra hoy la Argentina es no responder a estas provocaciones y a los intentos de llevar la discusión al plano de la amenaza armada como intenta hacer el gobierno británico. El llamado del gobierno argentino es a la negociación y al diálogo, conceptos estos que están en el polo opuesto de una decisión impuesta, que representa el típico comportamiento de una potencia imperial.
(*) Licenciado en Relaciones Internacionales. Analista Internacional de la Fundación para la Integración Federal
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