Mientras la escalada de violencia en varias ciudades de Siria empeora, en la ONU se busca cómo frenar y derrocar al presidente Bashar al-Assad. Los vetos ruso y chino en el Consejo de Seguridad apuntan a evitar este desenlace que, según afirman, repetiría la secuencia ocurrida en Libia, pero también aspira a proteger otros intereses más añejos en la región
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Desde hace más de un año que las revueltas para pedir por regímenes democráticos en Medio Oriente han dado que hablar en todos los medios: primero Túnez, luego Egipto, más tarde Libia y finalmente Yemen. Pero las miradas ahora están posadas sobre la situación en Siria que cada día se vuelve más compleja y violenta. Las manifestaciones en este país comenzaron a ser notorias hace once meses y, contra las cuales el presidente Bashar al-Assad ha respondido con represión, dejando un saldo que, según los países del Consejo de Seguridad que impulsan la resolución en contra de Siria, alcanza ya los 6.000 muertos.
Occidente, principalmente los grandes de Europa y Estados Unidos, una vez que logró el objetivo de acabar con Muammar al Gaddafi, puso los ojos en Siria buscando una sanción a través de la ONU. Rusia y China en su momento advirtieron que vetarían cualquier resolución contra Damasco, alegando que no permitirían una segunda Libia. Argumentan que un escenario similar al libio se podría haber evitado si los dos países no se hubiesen abstenido en la votación en el Consejo de Seguridad. Esa advertencia se hizo evidente en octubre de 2011 cuando Rusia vetó sanciones contra el régimen de Damasco, y recientemente el 4 de febrero cuando Pekín y Moscú le bajaron el pulgar a la resolución del Consejo de Seguridad que implicaba revocar el mandato de al-Assad.
Surgen muchas preguntas en una situación como esta. Algunas de ellas parecen que ya han sido respondidas después de la experiencia de Libia. Pero aparecen nuevos interrogantes, ¿por qué no debería generar sorpresas el veto ruso en dicho organismo? ¿Cómo afecta esta decisión a la posición de la Federación Rusa en la comunidad internacional? ¿Qué repercusiones puede haber en Medio Oriente?
¿Por Qué el Apoyo Ruso?
El veto ruso no debería sorprender a nadie. La alianza entre Moscú y Damasco no es reciente sino que se remonta a la Guerra Fría. Siria era gobernada por el padre del actual presidente, Hafez al-Assad, y Rusia se encargó de equipar y entrenar a sus fuerzas militares. Hasta la actualidad, las ventas de armas rusas a Siria son cruciales para Moscú: el 10% de la venta global de armamento de Rusia va dirigido a ese país. En los años de la Unión Soviética, Siria acumuló una pesada deuda por la compra de armas que fue amortizada durante el gobierno de Vladimir Putin en 2005 a cambio de nuevos contratos. Además, la única base naval rusa en el extranjero está ubicada en la ciudad costera de Tartus, lo cual no es un detalle menor.
El negocio de armas explica de cierta manera el peso que tienen los intereses de la industria de defensa en la política exterior del Kremlin. La Federación Rusa intenta que no se repita la situación de Libia, en la que su abstención en el Consejo de Seguridad le costó varios contratos de millones de dólares. No sólo las pesan razones económicas, sino también los contactos estrechos con la familia al-Assad que vienen de décadas y también los vínculos entre Moscú y militares, diplomáticos y miembros del régimen de Damasco.
De todos modos, hay ciertos principios políticos que rigen la política exterior rusa y que pueden explicar por qué Rusia no apoyó la moción de condenar oficialmente al régimen de Bashar al-Assad. Moscú sostiene y defiende el principio de no intervención en los asuntos internos de los Estados y condena cualquier tipo de intervención armada comandada por Occidente, como sucedió en Libia. También argumenta que la responsabilidad de la ola de violencia no es sólo del gobierno sino, sino también de la oposición que lucha por arrebatarle el poder. La resolución de la ONU sólo serviría para respaldar a las fuerzas opositoras para que puedan tomar el control del Estado por la fuerza, tal como lo sostuvo el embajador ruso ante la ONU Vitali Churkin.
Durante la votación en ONU, Churkin también remarcó "...algunos países influyentes de la comunidad internacional, e incluso sentados en esta mesa, desde el inicio de la crisis en Siria impidieron la posibilidad de la regulación política, haciendo llamamientos para derrocar al gobierno, incitando a la oposición tomar el poder incluso mediante la lucha armada". La acusación fue dirigida principalmente para Francia y EEUU, que buscan el fin del mandato de al-Assad, y al momento de elaborar la Resolución no tuvieron en cuenta la propuesta rusa de promover el diálogo entre las fuerzas opositoras sirias y el gobierno de Damasco.
Nueva Apuesta a la Mediación
Sin ir más lejos, hay que recordar que Moscú se abstuvo en la votación en el Consejo de Seguridad de la Resolución 1973 para frenar la violencia en Libia, pero no bastó para frenar la estrategia de Occidente. Dicha Resolución establecía la imposición de una zona de exclusión aérea como medida para proteger a civiles y de esa manera se impediría que el Ejército libio someta a bombardeos impunemente a las posiciones de los rebeldes enfrentados con el gobierno de Gaddafi. Sin embargo, ese objetivo fue tergiversado por Occidente y sus aliados con el fin de lograr la caída del Régimen de un "tirano" que ya no era favorable a sus intereses.
En plena crisis libia, Moscú apostó a la mediación y a la resolución pacífica del conflicto. Denunció el apoyo de Occidente a la oposición, apoyo que no hacía más que empeorar la lucha con el gobierno y derivando en un aumento en el número de víctimas. También urgió por un alto al fuego y finalmente, persuadido por el club VIP del G8, pidió la renuncia del coronel libio.
Esta vez, con el veto sino-ruso en Naciones Unidos se evitó que se repita, por lo menos por el momento, la situación en Libia: una posible intervención de la OTAN y caos que favorezca una guerra civil. Sin embargo, la prensa europea se encargó de culpar a Rusia y China de apoyar la situación de violencia en Siria la cual empeora día a día.
Tanto para Pekín como para Moscú la solución no es derrocar a al-Assad sino lograr a través de la mediación un acuerdo para promover trasformaciones democráticas entre la oposición y el gobierno sirio. Para que el proceso de reformas sea legítimo, ambos sostienen que el mandatario sirio debe participar de él, ya que goza de amplio apoyo en la sociedad.
En pos de una resolución pacífica de la situación interna de Siria, el pasado 7 de este mes el Ministro de Exteriores Serguei Lavrov, y el director del Servicio de Inteligencia Exterior, Mijaíl Fradkov visitaron Damasco. Muchos periodistas resaltaron el sorprendente apoyo de manifestantes sirios que tuvieron los mandatarios, aunque por supuesto no faltaron quienes se encargaron de abuchearlos.
Mientras tanto, Lavrov sostuvo que contribuirán con todos los medios a que se logre la propuesta pacífica hecha por la Liga Árabe para resolver el conflicto. De todos modos, de la reunión de los enviados rusos junto con el Presidente al-Assad no se lograron resultados muy fructíferos. Sólo más promesas del mandatario sirio de cesar la violencia y fomentar el diálogo con las fuerzas opositoras.
Consecuencias para Moscú y la Región
Geopolíticamente, Siria ocupa un lugar importante en la región y más aún cuando una guerra civil está golpeando las puertas y los ojos de los líderes de Occidente están posados sobre el régimen en el poder. A esta coyuntura hay que sumarle la creciente inestabilidad en las relaciones entre Israel e Irán, las nuevas sanciones impuestas a Teherán por EEUU por no frenar su programa de enriquecimiento de uranio y un mayor enfrentamiento entre sectas sunníes y chiítas en Bahrein, y Siria, detrás de los cuales se podría detectar la mano de Irán (en el primer caso) y Arabia Saudita (en el segundo). A su vez, la Liga Árabe intentó frenar al gobierno para que no se derrame más sangre, pero su plan fue rechazado por el presidente sirio. Es así que el panorama no parece ser alentador.
La mayoría de los analistas parecen coincidir en que Siria, en estos momentos, es una de las claves para sostener un relativo equilibrio al interior del eje islámico en la región. Hoy este país es el único aliado del Irán chiita en Medio Oriente. Si cae al-Assad, Teherán quedaría prácticamente sola frente a la amenaza que le representan Israel y EEUU en términos militares y Arabia Saudita en términos político-religiosos. Es aquí donde el papel de Rusia es importante. Si Moscú le retira el apoyo a al-Assad es muy probable que se concrete su salida del poder anticipada, por fuerza de su aislamiento.
Mientras tanto, Moscú piensa que alentar las protestas de la oposición tampoco es bueno para su gobierno, y menos en vísperas electorales. Vladimir Putin, quien es candidato a presidente para las próximas elecciones en Rusia y actual Primer Ministro, destacó que teme que se repita la situación de Siria en su país, ya que las manifestaciones de protesta luego de las elecciones legislativas en diciembre han sido comparadas con las de la Primavera Árabe. Y por eso razón, Putin condena la actitud de Occidente a la hora de alentar estas protestas bajo el lema de "más democracia" y con el único fin de derrocar al régimen vigente.
A pesar de que Rusia haya advertido que no votaría una intervención militar en Siria como ocurrió en Libia, se quedó sentada en la silla esperando. Si el Kremlin hubiese intentado negociar con el régimen de al-Assad antes de que se llegara a la actual escalada de violencia, los resultados quizás serían distintos y no tendría que cargar con los reproches de Occidente culpándolo de impedir la paz en Siria. Hoy se paga el precio de haber dejado pasar agua bajo el puente.
En definitiva, Rusia no quiere perder la apuesta que hizo en Siria, y si al-Assad cae, el cual sería el peor de los escenarios, al menos aspira a que el gobierno que le suceda sea también afín a sus intereses.
(*)Investigadora de la Fundación para la Integración Federal
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