La victoria de Vladimir Putin en las elecciones presidenciales del pasado domingo se enmarcan en un período de desafíos inéditos, entre elecciones cuestionadas y demandas de cambio político, y un frente externo agitado tanto por la crisis internacional como por la agitación política en Medio Oriente
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Todos los pronósticos han sido certeros y los resultados sin sorpresas. Finalmente, el ganador de las elecciones ocurridas en Rusia el 4 de marzo fue nada más ni nada menos que Vladimir Putin. El actual Primer Ministro ocupó el cargo de presidente durante 8 años (2000-2008), y luego ubicó a su delfín político, Dimitri Medvedev, en su lugar, ya que la Constitución no le permitía tener más de dos períodos consecutivos. Hoy está de regreso al poder. Al igual que en su segunda presidencia, tendrá a Medvedev como su primer ministro; y, cómo para variar, esta vez Putin ocupará el Kremlin durante un período de 6 años.
La Variable Interna
Según las cifras de la Comisión Central Electoral, Putin obtuvo una holgada victoria con el 63% de los votos, una cifra que marca una amplia brecha en relación a sus contrincantes: el comunista Guennadi Ziugánov alcanzó el 17,18%, el millonario Mikhail Prójorov con el 7,98%, el nacionalista Vladimir Zhirinovski 6,22% y por último Serguéi Mirónov, por el partido socialdemócrata Rusia Justa (3,85%).
Sin embargo, a pesar de que Putin recibió más de 45 millones de votos, su triunfo fue cuestionado y las elecciones fueron teñidas de fraudulentas por observadores internacionales y por una oposición cada vez más desafiante. Esto tampoco fue sorpresa por la situación que le precede a los comicios electorales rusos. En las últimas elecciones legislativas de diciembre de 2011, el partido de Putin, Rusia Unida (RU), fue acusado de ganar unas elecciones calificadas como ilegítimas. Los resultados de diciembre -en los cuales RU alcanzó la mayoría absoluta, pero perdiendo la mayoría calificada necesaria para realizar cambios constitucionales- provocaron una reacción en la población nunca vista desde tiempos de la URSS. Las principales ciudades fueron testigo de los ciudadanos que salieron a la calle pidiendo la nulidad de las elecciones. La situación se repitió en el transcurso de los meses siguientes hasta el día de las elecciones presidenciales, cuando la oposición no dudó en protestar nuevamente después de que se presentaron varias denuncias por irregularidades.
El carácter inédito de estas marchas fue interpretado como un viraje en el grado de involucramiento político de la sociedad civil rusa, percibida tradicionalmente como tendiente a recostarse en un liderazgo fuerte como el que Putin ha provisto durante sus años en el poder. Los reclamos de los distintos movimientos que se conformaron -en particular, la llamada "Liga de Electores"- y que contaron con el apoyo de intelectuales contrarios a Putin, se centraron en el pedido de anulación de las elecciones parlamentarias, llamando a un control civil del proceso electoral de marzo. Muchos, inclusive, creyeron ver en estos movimientos un reflejo de lo ocurrido en la Primavera Árabe, visualizando este resurgir social en Rusia como una voluntad manifiesta de cambio político. Las medidas tomadas por Medvedev para aplacar el descontento (mayores facilidades para la inscripción de partidos políticos y restitución de la elección directa de gobernadores regionales) no tuvieron el éxito esperado.
Tampoco debe desdeñarse el factor económico en el surgimiento de estas protestas. Luego de un período de bonanza económica y crecimiento aupados sobre los precios del petróleo, Rusia no se ha visto ajena a los coletazos de la crisis internacional, con un crecimiento en 2011 del 3,5% (nada despreciable en tiempos de crisis, aunque muy por debajo de los indicadores de los últimos años), un desempleo cercano al 8% y una inflación estimada dentro de las mismas cifras. El evidente malestar social en torno al deterioro del nivel de vida y las acusaciones de corrupción a nivel oficial constituyen factores suplementarios que permiten explicar la difusión de un sentimiento contrario a Putin, sobre todo en los sectores de medianos ingresos.
Pero así como se movilizaron públicamente contra Putin, tampoco faltaron los grupos en su apoyo. La multitud fue testigo del discurso dado por el actual Primer Ministro en compañía del Presidente en la céntrica plaza Manézhnaya de Moscú, en la noche de la victoria. Putin habló de "madurez política" en referencia a los resultados de los comicios electorales. Hizo alegaciones nacionalistas al hablar de la Gran Rusia y, por supuesto, no faltaron las lágrimas de emoción.
Putin retomó también un discurso contrario a la presunta injerencia extranjera en la política rusa. Este discurso, que refiere al carácter inducido desde afuera en cuanto a las movilizaciones de protesta por las elecciones de diciembre, no es nuevo. Ya desde la Revolución Naranja ucraniana en 2004 y la Revolución de las Rosas en Georgia en 2005, Putin ha sostenido que estos movimientos eran activamente apoyados desde Estados Unidos, a partir del accionar de diversas ONGs, recelando de un accionar similar al interior de Rusia. Es por ello que en el acto posterior al anuncio de su triunfo, Putin hizo una distinción entre reclamos de renovación y provocación política, declarando que el carácter unánime del triunfo da cuenta de que dichas fuerzas extranjeras "no pueden imponernos nada".
Si bien las acusaciones de fraude intentaron respaldarse sobre guarismos que darían cuenta de una apreciable diferencia en torno al resultado final y al que presumiblemente se dio (según versiones, RU habría estado cerca de un 50%, trece puntos por debajo de las cifras oficiales), lo cierto es que con o sin fraude, los resultados finales no habrían variado. La gran diferencia entre RU y los partidos de oposición daría cuenta, finalmente, de la incapacidad de esta última para capitalizar el descontento popular luego de diciembre.
Luego de que la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) valoró a los resultados electorales como injustos y fraudulentos, el presidente electo expresó que «Antes que nada, yo soy el menos interesado [en que se produjeran irregularidades]. Desde un principio, yo no lo necesitaba».
El Impacto Internacional
Las elecciones en Rusia importan. La Federación Rusa pesa internacionalmente por sus dimensiones geográficas, crecimiento económico, emergencia en el sistema internacional y por su papel de ex superpotencia durante la Guerra Fría, que según algunas analistas Putin quiere volver a recobrar.
Al mismo tiempo, Moscú juega un papel primordial en el balance de poder en el sistema internacional y también como contrapeso a los caprichos de Occidente. Tal es así, que su voz se hizo oír durante los últimos sucesos entorno a la crisis en Siria. Rusia, junto con China, ha defendido a rajatabla el principio de no intervención, tratando de evitar en Siria una repetición del escenario libio, en consonancia con su tradicional defensa de los principios del Derecho Internacional. Sin embargo, la posición de Rusia fue criticada debido a que Moscú dejó pasar casi un año hasta activar su diplomacia e intentos de mediación para paliar la crisis en Siria. Las recientes declaraciones en torno a la continuidad de la posición rusa con respecto a Siria tras la elección de Putin hacen pensar en una mayor extensión del conflicto no sólo dentro de Siria, sino al interior de Naciones Unidas.
Lo cierto es que al día de hoy los vetos y declaraciones cruzadas entre Rusia y EEUU junto a Europa no han solucionado el conflicto entre el gobierno sirio y la oposición. La cifra de muertos aumenta cada día, mientras que Occidente continúa buscando resolver el caos reinante impulsando lentamente la idea de una intervención armada.
La mayoría de los líderes mundiales felicitaron explícitamente a Putin, como fue el caso Francia, Gran Bretaña, Venezuela e Irán, entre muchos más. En este sentido, llamó la atención el tono por parte de Washington en relación a la victoria de Putin, tal como se desprende de lo dicho por la Secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, quien afirmó que estaba a disposición de trabajar junto con el "presidente electo", sin hacer mención de las felicitaciones a Putin, como dicta el protocolo. Detrás de estas declaraciones se esconde una profunda desconfianza en torno al propio Putin. No es un secreto que muchos sectores de línea dura -tanto demócratas como republicanos- perciben las políticas de Putin como orientadas a restaurar el antiguo dominio soviético sobre su región cercana, aunque también es cierto que existe una incapacidad en estos mismos sectores de percibir a Rusia fuera de una óptica propia de la Guerra Fría.
En el último tiempo han existido puntos de encuentro entre ambos países, siendo el más importante de ellos la participación en las negociaciones a seis bandas en la cuestión del programa de desarrollo nuclear norcoreano. Pero lo cierto es que los desencuentros han sido una constante, sobre todo a partir de la renovación del proyecto antimisiles que, en su nuevo formato, todavía continúa siendo negociado, sumado a la ya mencionada controversia en torno a la cuestión siria.
Volviendo ya al plano electoral ruso, EE.UU. ha sido uno de los portavoces en defensa de las elecciones limpias desde las que tuvieron lugar en diciembre. Parece ser que en ese país no tienen memoria de cómo fueron las circunstancias en las que George W. Bush ganó las elecciones de 2000. En fin, el país del norte sabe que Putin es un hombre fuerte, y que va a reforzar la línea de política exterior que llevó a cabo Medvedev durante estos 4 años. No van a lograr tener al mundo en bandeja servida, al menos mientras Rusia pueda hacerse oír.
(*) Analista Internacional de la Fundación para la Integración Federal
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