Viernes, 02 Noviembre 2018 15:29

Alimentando Odios

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Alimentando Odios ViaPaís

Una ola de xenofobia y desprecio por las minorías alcanza a los dos países más importantes del sur de América.

Más violento o no, según el caso, no es un fenómeno novedoso que refiera a Brasil y Argentina. Mucho menos nació al calor de la victoria de Jair Bolsonaro del último domingo de octubre, sino que tiene profundas raíces que se extienden a décadas, tal vez desde tiempos coloniales.

Para el caso argentino, una vez consolidada la figura de Estado que supo parir el modelo agroexportador, el primer sujeto de desprecio fue el gaucho, por vago y antisistema. Luego, comenzado el siglo XX, el enojo se posó sobre los anarquistas y sindicalistas que, anclados en una incipiente tradición anti capitalista, fueron perseguidos y vilipendiados, incluso mediante la famosa Ley de Residencia de 1904. Le siguieron los descamisados y “cabecitas negras” del primer peronismo, los movimientos hippie libertarios de los 60’, los “zurdos” del 70’ y una vez concluida la masacre de la dictadura, la democracia no supo desestructurar a aquellos sectores que ven en los negros, pobres y asistidos sociales a la raíz de los problemas argentinos. Tal vez sea una de sus principales rémoras. Como dirá un famoso hombre del fútbol, que supo blanquear su imagen de violador y corruptor de menores, la base está.

Y decimos que la base está porque todos aquellos que hemos pasado cierta edad, sabemos perfectamente de qué hablamos cuando nos referimos al “enano fascista” que tenemos los argentinos. Al calor de unos cuantos derechos consagrados, las generaciones más jóvenes probablemente desconozcan el término, pero no viene nada mal recordarlo. En ese tiempo, de consagración de derechos para minorías antes excluidas, existía (casi naturalmente), un consenso básico sobre lo que era políticamente correcto decir en lo público. Incluso algunas nobles profesiones estaban profundamente estigmatizadas porque muchos de sus trabajadores arreglaban todo con un paredón y unas cuantas balas. Pero no pasaba de allí.

Al calor de cierto fracaso y de límites que encontró ese, casi único, momento de consagración de derechos, reapareció lenta pero sostenidamente un discurso que parece haber corrido el eje de cierto sentido común consensuado por estos lares. Lo que distinguía a la experiencia latinoamericana de la europea, esto es, gobiernos de centro izquierda que gobernaban en pos de la reivindicación de ciertos logros sociales, se terminó. Concluyó. Bajo el paraguas que brinda la llegada de Trump al poder, no resulta raro ni excepcional el triunfo de fuerzas de centro de derecha, derecha o directamente fascistas a través de elecciones “libres” y transparentes.

En el caso argentino, inicialmente, ese cambio se expresó en la transformación de la matriz económica. De un modelo que trataba de tener a todos adentro a como diera lugar con aciertos y errores incluidos (a eso, deformadamente, algunos le llaman "populismo") se ha avanzado hacia un esquema donde se privilegia a las minorías más ricas porque, supuesta e inocentemente, éstas, si se consolida su ganancia invertirán y arriesgarán en inversiones que generarían un saludable efecto de derrame.

Pero eso también fracasó. El deterioro económico generalizado de las mayorías es más que notable, y todo parece indicar, de acuerdo a voces oficiales y de las otras, que lo peor no llegó. El 2019 será un año muy duro en
materia económica y queda enmarcado por ser electoral. De los tópicos que se propuso y prometió al electorado el gobierno argentino no tendrá nada para mostrar en ese aspecto. Si a Mauricio Macri había que evaluarlo por la evaluación de la pobreza a partir del séptimo mes de su mandato (apagón estadístico mediante) se nos dirá que “pasaron cosas”. Si el barco de la unión de los argentinos fungía como máxima aspiración colectiva, el séquito de trolls pagados con fondos públicos y la calificación a diestra y siniestra de ladrones, choriplaneros, vagos y desestabilizadores de todos aquellos que pensamos distinto, parece haberlo hecho naufragar antes de que zarpara.

En este escenario, con estos elementos y con el viento de cola que supone las oposiciones argentinas cada vez más atomizadas, ¿qué le queda al gobierno por hacer? Poco. Tal vez el espejo de Brasil le sirva y mucho. Comenzará inexorablemente (y ojalá nos equivoquemos) un tiempo donde el “distinto” será el problema. Ya vimos los primeros esbozos a partir de los cuatro extranjeros detenidos el día del tratamiento del presupuesto 2019 en la Cámara de Diputados. La estigmatización política y mediática que sufrieron estos ciudadanos habla por sí sola de aquello a que nos enfrentamos. La afirmación del presidente, una semana después, de que es necesario modificar los marcos normativos que refieren a las cuestiones migratorias dado que el país tiene leyes demasiado benignas, olvidando lo que consagra nuestra Constitución Nacional desde el mismísimo Preámbulo, refuerza la idea de que el problema es "el otro". Los títulos de algún diario de alcance nacional del día siguiente afirmando que el gobierno endureció su política migratoria pasando de cuatro a ciento cincuenta deportados del país, le pone la frutilla al postre del asunto.

En un contexto de crisis económica severa como se padece y se extiende en el futuro de la Argentina, siempre aparecen culpables equivocados. La idea de que “vienen a sacarnos el trabajo” se hace carne y se profundiza. La historia, como siempre, nos da ejemplo y habla por sí sola. La Europa de la primera mitad del siglo XX, se construyó a base de discriminación y xenofobia. Argentina tiene su base. Los vientos que vienen desde nuestro amado Brasil acompañan. La crisis nos hará más pobres y miserables en todos los sentidos. Y el fracaso es evidente. Los recursos del miedo están ahí, a la mano. El oficialismo no tiene mucho para ofrecer. Alimentar odios será el recurso. Sólo hay que saber mirarlo.

(*) Analista político de Fundamentar.com

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