Sábado, 29 Septiembre 2018 17:08

Lo Contrafáctico y Las Patas Cortas

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En las últimas semanas el gobierno nacional ha vuelto a utilizar el ya viejo recurso discursivo que justifica que las medidas económicas tomadas desde el 10 de diciembre de 2015, resultaron herramientas que nos permitieron a los argentinos evitar transformarnos en Venezuela. Es, sin lugar a dudas, un argumento contrafáctico, un hecho que no sucedió, que no se desarrolló y por lo tanto tiene severos límites para la justificación y la construcción política. Como la mentira, a poco de andar se le nota lo corto de sus pliegues y de su esquema legitimante.

Lo contrafáctico se opone, por su naturaleza al hecho social o político (que a nuestros fines, ambos, vendrían a operar más o menos de la misma manera). No existe más que en la imaginación de cada uno de nosotros, en un juego que nos puede entretener un tiempo (tal vez prudencial) pero no más allá de ciertos límites tolerables. Resulta una construcción mental, una abstracción que se moldea y se construye y deconstruye una y otra vez desde mentes entretenidas con lo anecdótico. A su diferencia, el hecho social o político ES. Existe. Moldea destinos, configura proyectos, delimita situaciones y se extiende, como no, en el tiempo. El 17 de octubre de 1945 es el hecho político y social más trascendente de la vida argentina de todo el siglo XX. Puede ser resumido de distintas formas (aluvión zoológico, revolución popular, aventura demagógica), pero lo que lo hace trascendente es que ha podido ser reinterpretado una y otra vez. Sistemática e inexorablemente. De hecho, aún hoy y de manera inteligente ya que lo nombra sin nombrarlo, Cambiemos lo ha ubicado como el comienzo de todos nuestros males cuando nos dice que desde hace 70 años hacemos las cosas mal.

El hecho político se moldea colectivamente. Es apropiado y resignificado en múltiples formatos que habilitan a una nueva interpretación para la construcción política. A su contraparte, lo contrafáctico no supera el mero desdén de lo volátil y de lo provisorio que se desvanece. Como la mentira, tiene un corto recorrido que puede resultar legitimante para una etapa chiquita, concreta. Puede pensarse como un recurso electoral poderoso donde el emisor del mensaje nos propone imaginarnos nuestro futuro a su lado. Es elemental en un escenario de elecciones y de tiempos donde se recurren a la esperanza y a la proyección de un mejor desarrollo material. Pero tiene fecha de vencimiento. Al calor del devenir temporal es necesario mostrar otras cartas, más sólidas. Aquello que pueda medirse y que pueda hacerse tangible de diversas maneras.

Casi tres años después de haber asumido su mandato, Cambiemos se enfrenta al axioma de seguir insistiendo con aquello que no fuimos pero con un presente inexorablemente peor de lo que ya éramos. Su gestión política en la “reasignación” de lo público ha resultado tan mediocre y pobre que necesita, para seguir legitimándose, recurrir a aquello que NO FUE, pero también a construir un espejo donde mirarse y que sea resultado de todo lo malo que hubiéramos sido. Por eso la recurrencia permanente y sistemática al peor de todos los males: el kirchnerismo. Si la promesa electoral refería a la pobreza cero y a la unidad de los argentinos, pero en la realidad la pobreza aumenta y en todos los frentes se juega el juego de la división estigmatizante (sostenida por comprados, conversos y demás miserables), no quedan muchos recursos políticos en tanto construcción colectiva, más que hablarle a los propios y convencidos. Y se le habla con la recurrencia de lo imaginativo, de aquello que apela a la sensibilidad de aquellos sectores que sólo buscan reafirmar prejuicios y temores mundanos sobre el otro, el que pueda resultar distinto. Por ello la imagen del presidente (como así también de todo el arco Cambiemos) baja en todos los frentes. Porque no hay nada de gestión que mostrar. Si el mundo amarillo llegó a la primera magistratura gracias al 51% de los votos, si quisiéramos desechar alegremente al otro 49% que eligió a Daniel Scioli y casi tres años después el núcleo de apoyo (duro) no supera el 25%, es indudable que una buena parte del electorado no está siendo representado. Se podrá seguir construyendo escenarios contrafácticos y utilizándolos hasta el hartazgo, pero si no apareciera una concreta resignificación material, el ideario de Venezuela, para los argentinos, tendrá como la mentira, patas muy cortas.

 

(*) Analista político de Fundamentar

   

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