Lo primero que surge a la vista es que la administración Fernández queda condicionada por lo urgente. El drama social de millones de argentinos caídos en la pobreza, en especial las dos puntas de la pirámide, ancianos y niños; el nivel de endeudamiento alcanzado luego del despilfarro macrista que hace imposible el pago de las obligaciones contraídas por el Estado argentino; y la fenomenal crisis económica en el área de la producción, con el consiguiente aumento del desempleo y paralización de unidades fabriles enmarcada por una acuciante recesión; supone un escenario de enorme gravedad y riesgo para la paz social. Como ha sucedido en otras ocasiones de la todavía joven democracia argentina (llegada de Menem, Duhalde y Kirchner al poder) el flamante gobierno aplica convencido aquel viejo axioma: “primero lo urgente, luego lo importante”.
En la interpretación gubernamental, la urgencia se ha hecho dueña y señora de la coyuntura. Así lo hacen saber desde el presidente, hasta el último funcionario nombrado, pasando por ministros, secretarios y legisladores. Pero hay un elemento distintivo: no hay una recurrencia discursiva permanente de la herencia recibida. Puede inferirse políticamente, que el flamante gobierno da por sentado lo que la mayoría de los argentinos padece de manera cotidiana, como para que se le hable de cuestiones sucesorias. Cuestiones de madurez política si se quiere.
Pero las novedades no se agotan allí. A diferencia de aquellos otros procesos de crisis política, económica y social nombrados, el nuevo oficialismo no tiene las manos libres para actuar y corregir el rumbo. Enfrente cuenta con una minoría intensa que hace apenas dos meses alcanzó, con crisis incluida, el 40% de los votos, lo cual se tradujo en la consiguiente representación parlamentaria e institucional. El deterioro del radicalismo de los 90’, producto de su fracaso económico que derivó en la crisis hiperinflacionaria del 89’ y la consiguiente salida del poder, o la atomización político partidaria que recibió Néstor Kichner en 2003, en nada se parecen a este escenario argentino de 2019. Afortunadamente, el proceso electoral de este año actuó como dique de contención a un sinnúmero de demandas que, como hemos visto en países de la región, no siempre pueden ser procesadas e interpeladas por el sistema político. Aquello que David Easton nos enseñó a los estudiantes de ciencia política hace unas cuentas décadas, del sistema que recibe demandas y las devuelve en forma de respuesta política pareció venir de la mano de la esperanza que buena parte de los argentinos pusieron en los resultados que arrojaría el cuarto oscuro.
Pero no sólo el gobierno parece moverse entre la urgente y lo importante. El núcleo más granado de la oposición se orienta en esos pliegues. Con un Mauricio Macri alejado del escenario político, la urgencia de amarillos y radicales aliados, pasa por pasar rápido de pantalla como en aquellos viejos videojuegos de los 80’. La idea (y el deseo) pasa por convertirse rápidamente en una oposición sin culpas y sin responsabilidades por lo que sucedía hace apenas semanas. Los principales dirigentes se travisten en cuestión de horas. Como los niños que se tapan los ojos cuando algo los asusta, estos señores han elegido NO HABLAR de lo sucedido. La autocrítica exigida al kirchnerismo por los errores cometidos en el segundo mandato de Cristina Fernández, no parece aplicar en este caso. Nos cuentan un relato donde parecen haberse obviado los presos sin condena (lo que los convierte en presos políticos), el lawfare, la persecución a periodistas y empresarios mediáticos y el deterioro social que concluye en un crecimiento exponencial de la pobreza.
Para estos sectores de la oposición, lo urgente es horadar, desgastar al flamante gobierno. Sin autocrítica honesta, sin revisión de acciones pasadas. Una prueba tuvimos las rosarinas y los rosarinos en el mediodía del viernes 27: la raquítica convocatoria de productores “autoconvocados” a la vera del Monumento Nacional a la Bandera, que ni siquiera logró el número suficiente de ciudadanos para cortar el tránsito, fue fogoneada irresponsablemente por el macrismo local. Las caras visibles del Pro rosarino inundaron redes y agendas de productores mediáticos a los fines de hablar del atropello contra “el campo” porque la administración central retrotrae los derechos de exportación a setiembre de 2018, luego de una fenomenal devaluación de más del 50%. ¿El resultado? Tractores expuestos a la vera del camino cual si fueran una concesionaria o una exposición rural en el corazón de Rosario.
El ejemplo es claro y sirve como referencia. Los Fernández no tendrán luna de miel ni los famosos cien días de gracia que a los analistas nos gusta tener como insumo de nuestro trabajo. El impacto que produjo el resultado electoral de las PASO en voceros y operadores mediáticos que fueron cómplices y socios del desmadre macrista, inicialmente se tradujo en un intento de “acercamiento” a quien sería, inexorablemente, el futuro presidente. Se pareció mucho a una panquequeada (como diríamos en mi Tablada natal) virulenta. Rápidamente, debieron volver sobre sus pasos y de alguna manera las cosas han encontrado un eje “natural”. Sin venganza, pero sin olvido.
¿Cómo resolver las tensiones del presente? Esa es una pregunta que requiere una respuesta lo suficientemente amplia que excede a un mero artículo de opinión y análisis como éste. Pero lo cierto es que la actitud explicativa hasta el cansancio de distintos funcionarios y del propio presidente en terrenos institucionales y mediáticos hostiles es una buena herramienta. Luego deberá venir la eficiencia en la gestión. Pero para eso habrá tiempo. ¿Habrá tiempo?
(*) Analista político de Fundamentar