Hace un tiempo algunos economistas empezaron a preguntarse cómo puede ser que los elevadísimos niveles de endeudamiento de ciertos países desarrollados no sean insostenibles, aunque a simple vista lo parezcan. Puesto de una manera un poco más precisa: el indicador por excelencia (y lleno de carencias, pero esa es una discusión aún más larga) para evaluar la sostenibilidad de la deuda pública es el ratio Deuda/PBI. Si este crece, la deuda se vuelve más “insostenible” y viceversa. En concreto, cuanto mayor sea la tasa de interés a la que se enfrenta el país o mayor el déficit fiscal, el ratio se eleva, indicando que es menos sostenible la dinámica de la deuda pública.
El debate se abrió porque si la tasa de interés a la que se enfrenta un país es sistemáticamente menor a la tasa de crecimiento de su PBI, el ratio Deuda/PBI tiende sistemáticamente a la baja, incluso en presencia de déficits fiscales moderados. De hecho, los países desarrollados no han reducido la carga de su deuda a través del pago total de la misma, sino fundamentalmente a través del crecimiento económico. Uno de los exponentes de esta postura es Olivier Blanchard, ex economista en jefe del FMI, quién plantea que quizás la deuda pública no tenga costo fiscal y que bajo ciertas condiciones es deseable incrementarla, sobre todo si se utiliza para elevar los niveles de inversión pública.
Esta discusión no es ni una revolución teórica ni mucho menos. Es más, para muchos economistas estos planteos hace años que resultan bastante obvios. No obstante, lo interesante es que el debate se lleve a cabo dentro del propio FMI ya que la postura de Blanchard implica un ataque explícito a las políticas de austeridad recomendadas por el propio Fondo. ¿Cuán hondo calará esto? Imposible saberlo, pero sería ingenuo esperar demasiado. Por de pronto, no son sólo cuatro locos dentro del FMI discutiendo en vano sino que el propio Blanchard lo planteó a la actual economista en jefe del Fondo en una conferencia abierta y hasta un grupo de economistas de la institución se apuró a contestarle con otro trabajo titulado “la deuda no es gratis”, publicado la semana pasada.
¿Qué implicancia tiene esto para la economía Argentina, si gran parte del debate gira en relación a los países desarrollados? Aquí hay que decir que no sólo los países avanzados han encontrado en el crecimiento la principal forma de reducir la carga de su deuda. De los principales países emergentes que redujeron el ratio deuda/PBI en más de 10 puntos porcentuales desde el año 2000, más de la mitad lo hicieron con déficits fiscales recurrentes.
Indonesia, por ejemplo, redujo su ratio deuda/PBI de 87% a 27% en 15 años y, según los datos del FMI, sólo en tres de ellos tuvo superávit fiscal (minúsculo, por cierto). Claro, es que la tasa de crecimiento anual de su PBI en ese mismo período fue, en promedio, superior al 5%. En resumidas cuentas, parece que los países no desarrollados tampoco pagan su deuda con superávits fiscales.
¿Quiere decir entonces que la deuda es gratis o que los déficits fiscales no importan? Claramente no. Las consecuencias de un endeudamiento en dólares excesivo para financiar fortísimos déficits externos están a la vista en nuestro país. La deuda en moneda extranjera es quizás la variable más riesgosa en Argentina y la impericia del gobierno de Macri en relación a la misma fue mayúscula. Por otro lado, en tanto los acreedores externos monitoreen el déficit fiscal como indicador de repago de la deuda, la importancia de esta variable seguirá estando presente.
De todos modos, el eje aquí no es que el déficit fiscal tenga nula relevancia, sino que crecer importa demasiado. No sirve absolutamente de nada continuar realizando severos ajustes del gasto público que por su carácter plenamente regresivos dañan la capacidad de crecer de la economía. Esto se tiene que tener presente cuando sale algún economista a reclamar que se eleve el superávit fiscal primario hasta tal o cual nivel o se leen análisis basados en el “superávit fiscal requerido” para que la deuda sea sostenible. La actual conducción económica a cargo de Martín Guzmán parece entenderlo y comienza a caminar en ese sentido. Hoy está más claro que nunca que hay que crecer para pagar porque “los muertos no pagan”.
(*) Investigador de la Fundación para la Integración Federal