Refiere el autor florentino a la necesidad de que el príncipe posea fortalezas físicas (castillos) que lo protejan, pero bien podríamos aplicar el significado de la palabra fortaleza al sentido que le otorgamos en nuestro tiempo. Tal como describe la Real Academia Española en su primera acepción “fuerza y vigor”, en política lo único seguro es que ello no es inmutable e inmodificable.
La anterior no fue una buena semana para el gobierno nacional. La combinación de las diferencias con los gobernadores de las provincias con más población a partir de las salidas para esparcimiento, la forma en que trascendió la política argentina respecto del Mercosur, el pedido de renuncia de Alejandro Vanoli al frente de la Anses y la movida (fundamentalmente mediática) por la detención domiciliara de presos que derivaron en un cacerolazo que se hizo oír, señalan un momento político que, como en el juego de la Oca, habiendo avanzado algunos casilleros, debió retroceder otros.
Existe una verdad de Perogrullo: el primer mandatario comunica muy bien. Es un factor que la administración Fernández ha utilizado inteligentemente. Podríamos decir más, la efectiva comunicación del ahora presidente no se circunscribe al período político iniciado el 10 de diciembre de 2019 sino que fue una virtud en el desarrollo de toda la campaña presidencial.
Pero atención. Hay dos cuestiones que merecen señalarse: esa virtud no es extensiva al común del funcionariado gubernamental y, además, no por exitosa una fórmula es eterna. Como señala Nicolás Maquiavelo, la fortaleza es relativa a los tiempos.
La informalidad en la comunicación acerca y humaniza al portador del mensaje en tanto y en cuanto sea clara y efectiva. Pero si resulta contradictoria con algunos intereses, puede derivar en un problema. Ante esto, resulta necesario revisar si es el presidente quien siempre debe estar en el centro de la escena. Como muestra va un botón. La derecha argentina, siempre genuflexa y ridícula encontró en el tema de las prisiones domiciliarias una punta desde donde cree que construye política. El cacerolazo del último jueves, como siempre acicateado por los grandes medios, así parece confirmarlo. La pregunta es: ¿era políticamente necesario que quien inicialmente saliera a exponer la postura gubernamental fuera el mismísimo presidente y no sus subalternos? Allí hay un costo político que se paga.
En tiempos de pandemias posmodernas y pese a la cuarentena, la comunicación fluye a un click de distancia del hecho político. El encierro de buena parte de la sociedad mundial supone una sensibilidad definitiva al respecto. Acostumbrados a hacer y deshacer con nuestro tiempo lo que nos venga en gana, nos resulta definitivamente extraño conocer plazos, formas de salida y limitaciones físicas. En estos cuarenta y tantos días hemos aprehendido sobre la mutabilidad de los virus, los testeos rápidos, el desarrollo de curvas de contagio y la necesidad de su aplanamiento, a confeccionar barbijos caseros (cosa que nos parecía impensada hace unas pocas semanas nomás), la importancia de la higienización de los productos y del distanciamiento social. Y todo ello lo hicimos a partir de estar atentos a la comunicación, de la oficial y de la otra. De hecho, hemos conocido conceptos que nos resultan novedosos como la infodemia (sobreabundancia de información), y se ha empezado a poner en discusión cómo limitar el desarrollo de las ya famosas y tristemente célebres fake news.
La política sanitaria del gobierno nacional ha sido exitosa. Sería justo relativizar el concepto, en tanto y en cuanto el país tiene 250 fallecidos. Y no hay que negar la palabra éxito en tanto y en cuanto las diferencias con los ejemplos cercanos (y los no tanto), señalan que Argentina ha logrado lo que parecía imposible allá por mediados del mes de marzo: una situación sanitaria controlada.
Habrá que tener muy en cuenta en qué medida, la clave del éxito no se vuelve en contra de los propios hacedores del mismo: si la situación no se ha desmadrado, si comparativamente nuestro país se encuentra en otro estadío de la pandemia respecto del desmadre de, por ejemplo, Brasil, Estados Unidos o la mismísima España que ya ha empezado a “soltar amarras”, resulta lógico que buena parte de la sociedad argentina, empiece a exigir otra cosa. Sobre todo, si a ello se agrega el conjunto de presiones que plantean desde el comienzo mismo de la cuarentena los grandes jugadores de la economía nacional (VER).
Una correcta comunicación política oficial debería tener en cuenta que existe cierta saturación de la comunicación. Parece un juego de palabras, pero no lo es. La incertidumbre sobre el mediano plazo en todos los frentes de nuestra vida social (pero también sobre el día a día de muchos ciudadanos), y el bombardeo sistemático sobre cantidad de infectados, fallecidos, curados, aquí y en el exterior, termina generando una situación de cierto cansancio que debe tenerse muy en cuenta a la hora de la comunicación política.
Son tiempos que, pese a estar quietos y recluidos, resultan veloces en términos políticos. Lo que puede ser virtuoso en un momento no significa que lo sea semanas después. Esa es otra paradoja de los días que vivimos. Y ese es el desafío: renovar un diálogo que permita mantener el buen clima innegable que el presidente supo lograr y que esta semana que pasó, pareció flaquear. Ser flexibles y lógicos. De eso que nos habla el genial florentino del epígrafe.
(*) Analista político de Fundamentar