Los planteos, esta vez, no vinieron desde las voces de la política. Es legítimo preguntar qué espacios existes en el medio de una pandemia -que algunos erróneamente llaman guerra y para lo cual sugiero la lectura de este excelente artículo (VER ACÁ)-, para la discusión político partidaria. La verdad que muy pocos. A sabiendas o no, ya lo definió Mario Negri cuando le endilgó el título de comandante de todos nosotros al presidente de la nación. En un contexto de este tipo, el Poder Ejecutivo suele manejar la suma de los resortes estatales y, además, en este caso, se ha llevado adelante una buena comunicación política que, lejos de ser perfecta, muestra al primer magistrado claro y calmo, pero a la vez serio y contundente, apoyado en un saber técnico de excelencia. En este sentido, si la oposición no entiende que en estos contextos poco puede aportar en la urgencia del día, queda cercana al ridículo.
Algo de eso le sucedió al ex presidente Mauricio Macri cuando planteó la idea de que el populismo era peor que el Corona virus. A la vuelta de esas declaraciones y como si nada hubiere sucedido, reapareció en escena la anterior semana, reclamando por los argentinos varados en el exterior. Poco espacio queda allí para la construcción política.
Por ello la avanzada real vino por otro lado: twitteros famosos criticando de manera educada y de la otra (Alfredo Casero dixit), la forma en que se encaró la crisis sanitaria, editoriales y entrevistas de los medios más leídos a grandes empresarios que ponían en el centro de la escena la variable económica, las lógicas consecuencias del “parate” y el despido de 1450 trabajadores vinculados a la empresa Techint, perteneciente al empresario italo-argentino Paolo Rocca, actuaron como una suerte de paquete que intentaba cuestionar la decisión presidencial que se venía y que se terminó de confirmar en la noche del domingo.
Pero hubo un punto difícil de mensurar racionalmente y que resulta evidente por estas horas: la sociedad le dio la espalda a esa retahíla de quejas y lloriqueos interesados. Más allá de los límites que tiene y (fundamentalmente) tendrá la economía argentina, lo que se intentó poner en discusión fue la necesidad de saber cuál era el límite que podía tolerarse de freno a la actividad social que experimentamos por estos días.
Cuestionamientos solapados, aprietes concretos y chicanas “lopérfidas” tuvieron un severo problema: sus propias ideas, podríamos decir, históricas. Para estos personajes, partidarios de que todo lo que se produce en cualquier parte del mundo es mejor que lo que hacemos los argentinos, la crisis sanitaria les ha jugado en contra. Para la mayoría de los argentinos (allí están las primeras encuestas a mano), lo que sucede en muchos países desarrollados ha actuado como un reflejo de lo que no queremos sufrir por estos rincones del planeta. La desidia española e italiana, la desfachatez trumpiana y la idiotez inconmensurable de un tal Jair Bolsonaro, actúan como un acicate contrario a los intereses de aquellos que proponen alivianar la cuarentena porque si se muere la economía nos moriremos todos. El dato es simple: si debemos parecernos a esas “referencias”, donde el desprecio por el otro reina y comanda, “yo me quiero bajar”. Se dice siempre que el argentino promedio tiene una formación política diferente a ciudadanos de otros países. Eso, a veces, parece ser un problema para estos portavoces. Pero en tanto y en cuanto en el mundo desarrollado los muertos se cuenten de a miles, y sus líderes desprecien a sus propios pueblos, poco podrán hacer desde aquí sus históricos y renovados comunicadores.
En resumen, por estos días, llena de incertidumbre y algo de angustia por lo que vendrá, la sociedad argentina se enfrentó, otra vez, a que el procesamiento de sus diferencias no resultasen interpeladas por el sistema político en sí, sino por corporaciones y voceros a los cuales, como diríamos en mi Tablada natal, “se le ven los hilos”.
La lógica neoliberal se enfrenta a una potencial crisis de fe: si debemos dejar a cada uno librado a su suerte (en este caso contagio) es probable que la potencialidad del virus y la cantidad de probables infectados mine su base de desarrollo. El neoliberalismo necesita de la precarización y la informalidad como el Covid-19 necesita de cada uno de nosotros para desarrollarse.
Pero, y otra vez siempre hay un pero, si la solución de este tiempo llegara de la mano de un Estado activo que deba y pueda corregir las injusticias, inequidades y desigualdades que los herederos de Milton Friedman nos han propuesto en los últimos 50 años, resultará muy difícil de sostener los principios del self-made man en los tiempos venideros. Allí radica buena parte de la disputa de este tiempo, del que viene y que ya empieza a vislumbrarse. La crisis no sólo es sanitaria. Es fundamentalmente política. Paolo Rocca, sus pares y sus portavoces lo tienen perfectamente claro. Nosotros, como nunca, deberemos estar atentos.
(*) Analista político de Fundamentar