Como pocas veces ha sucedido en el último tiempo, la semana que pasó se llenó de ruido. Tal vez porque alguna comunicación oficial no fue la más acertada, tal vez porque el tiempo de la cuarentena hace mella en diversas personas, tal vez porque ciertos actores creen encontrar un resquicio desde donde socavar la buena imagen presidencial, o tal vez, por una mezcla de cada una de estas razones. Los últimos días de mayo transcurrieron con una multiplicidad de voces que se parecieron más a griterío generalizado, antes que al dinamismo que supone la vida en una sociedad democrática. Tal vez sea hora de empezar a escucharnos entre ese ruido.
Separemos las cosas. En una sociedad que vive en una libertad fundamentada y sostenida desde hace varias décadas, la cuarentena representa un problema en sí mismo. No es ésta una situación exclusiva de nuestro país ni mucho menos, pero dados ciertos comportamientos sociales y culturales, típicos de cierta argentinidad al palo, quedarse encerrados en casa, no se parece en nada a esa vida que deseamos vivir.
No debería tener mucho sentido ahondar en esta columna si la cuarentena provoca o no angustia y de qué tipo, ya que las condiciones materiales de vida, pero así también el carácter individual de cada uno de nosotros, nos predispone de manera diversa ante un fenómeno absolutamente desconocido para el ser humano occidental post moderno. Dicho esto (y pudiendo aceptar algunos espíritus angustiados), lo que sí podría definirse como mayoritariamente común es la sensación de preocupación e incertidumbre que nos abarca a todos. Por si hemos perdido algo, o si por el hecho de que eso no esté TAN garantizado para el futuro inmediato, se me concederá una verdad de Perogrullo: la cuarentena ha trastocado nuestras vidas.
Pero en su esencia, su imposición desde aquel 20 de marzo, la tornó definitivamente eficaz. Estamos atravesando una pandemia sin precedentes donde nadie sabe muy bien a ciencia cierta por qué caminos transitar. La multiplicidad de opciones que tomaron las decenas de países que componen nuestro planeta así lo certifican. Sanitariamente, la cuarentena tenía un objetivo central: evitar la mayor cantidad posible de muertes. Podrán tomarse todas las referencias posibles, las variables que nos gusten, las estadísticas que encuadren en nuestros preconceptos, pero lo real y concreto es que aquella medida dispuesta en la previa del comienzo del otoño, fue, repito, EFICAZ.
Desde las distintas posturas sobre el tema, parece políticamente correcto afirmar que la díada salud/economía es falsa. Y es verdad. Pero en lo que no se insiste demasiado es en que esa veracidad se complementa con el hecho de que todas las economías del mundo caen (y caerán) en niveles, hasta ahora, desconocidos. Como bien pudo escucharse durante el “ruido” del fin de semana, lo que perjudica a la economía y deteriora nuestra calidad de vida, no es la cuarentena sino la pandemia. Y esta, a su vez, es consecuencia del virus. Elijan el modelo de país que quieran, con el modelo sanitario que mejor los represente y verán que a la hora de mirar la economía en el presente (y fundamentalmente) en el futuro, nadie sabe muy bien por dónde va la cosa.
Por lo tanto, resulta legítimo preguntarse qué estamos discutiendo en este contexto en la Argentina. Y aquí se me permitirá la digresión de que, para saber qué discutimos, identifiquemos a quienes son los que plantean los cuestionamientos desde el anticuarentenismo (el término no existe, pero mis estimados lectores sabrán disculparme dado que, si 300 supuestos intelectuales nos pretenden hacer discutir sobre la infectadura, no pretendo ser menos en la creación de conceptos con “punch”).
Podríamos decir que existen dos grandes grupos que reniegan de la cuarentena. El primero de ellos es el que está atravesado por el matiz ideológico. Causalidades de la vida, donde mayormente impera es en la ciudad de Buenos Aires. Síntesis perfecta de la mayor presencia del virus y de una ciudad que, siendo la más rica del país, resulta en esencia conservadora y clasista. Podrán atraernos sus luces, su magnificencia y enorme variedad de propuestas, pero en el fondo subyace una estructura social que lejos está de definirse como socialmente solidaria. En su seno pululan reaccionarios, libertarios, individualistas, y personajes que se creen autosuficientes. Eso se refleja, irremediablemente, en los grandes medios que, no casualmente, responden a la lógica de una concentración obscena que se proyecta al conjunto del país. Si no fuera por que resultan penosas, las imágenes vistas el día sábado desde el Obelisco podrían ser definidas como divertidas, típicas de algún sketch inspirado en la genialidad del dúo Capusotto–Saborido. Pero no lo es. Y ese rejunte, el cual no puede ser llamado colectivo, deberá ser observado con atención por el propio gobierno, no tanto porque pueda convencerlo de nada sino para que, fundamentalmente, su estropicio ideológico no se propague al conjunto social cual virus Covid 19.
Y hay un segundo grupo al que los gobiernos de todos los niveles del Estado, deberían prestar especial atención. Aquel que está integrado por los sectores que han sido efectivamente afectados por la caída de la economía: profesiones liberales, actividades vinculadas con el esparcimiento, grupos de la salud que se encuentran en situación de precarización laboral; son todos parte de un mismo problema al que, según las regiones, la respuesta no puede ser unívoca. Es sabido que el mayor problema sanitario reside en la zona metropolitana de Buenos Aires y nada tiene que ver con lo que ocurre en buena parte del resto del país. Así las cosas, tal vez algunos gobiernos como el de Rosario y de Santa Fe, dejaron de estar atentos a esos reclamos. No porque las administraciones no estén necesariamente pensando en cómo resolver esas tensiones, sino porque ante la multiplicidad de reclamos que vimos en nuestra región durante el fin de semana, pareció que nadie estaba escuchando a estos sectores. Tal vez sea hora de la convocatoria a estos grupos, dejando deslizar cierta planificación que los incluya, alivianando temores e incertidumbres naturales.
Tal vez en este contexto, todos tengamos miedo de ver la verdad. Pero si los gobiernos y nosotros, en tanto ciudadanos, nos escuchamos entre el ruido, probablemente podamos sobrellevar mejor nuestra carga.
(*) Analista político de Fundamentar