El resultado electoral de octubre de 2019 habilitó a que Juntos por el Cambio se transformara en la primer minoría institucional y, a “vuelo de pájaro”, en la oposición al gobierno que conduce Alberto Fernández desde el 10 de diciembre.
En un esquema simplista y si alguien mirara desde afuera el fenómeno, podría suponerse que, en tanto y en cuanto, Mauricio Macri había alcanzado el 41% de los votos luego de una muy mala gestión (siendo benévolos), le correspondía naturalmente la jefatura de la oposición. Pero en política y mucho menos en la Argentina, las cosas nunca son tan lineales. Veamos.
Desde ya que señalaremos lo que marcamos desde hace tiempo en este espacio: el sistema político argentino lejos está de parecerse al modelo clásico que las teorías políticas bien han definido: a un oficialismo triunfante, le corresponde una oposición que en muchas ocasiones debe re configurarse, pero que nunca “deja de ser”. Por estos lares, el bloque derrotado de 2019 se ha transformado en un conjunto no homogéneo de voces que en ocasiones intentan decir algo parecido, pero que muchas veces parecen hablar un idioma diferente, al punto de poder suponer que existen varias oposiciones. En ese sentido, la pandemia del Covid 19 parece haber trastocado todo aquello que parecía firme e irreductible y, como es obvio, lo que subyacía como diferencias de grado.
A grandes rasgos, Cambiemos se conformó con el aporte de Pro y un sector muy importante del radicalismo, más la suma de la débil estructura que aporta la Coalición Cívica y el fuerte liderazgo mediático de Elisa Carrió. A seis meses de asumido el nuevo gobierno, los protagonistas de aquel entonces ya no lo son tanto: Mauricio Macri, en tanto figura política desgastada se fue a Suiza a hacer negocios en la Fundación FIFA, a la abogada oriunda del Chaco se la supone en un auto retiro y la Unión Cívica Radical no se sabe muy bien qué es ni quién la conduce, dando la sensación que ha quedado subsumida a una sumatoria de pequeñas (y no tanto) comarcas provinciales que le dan aire político a sus dirigentes.
Si tomáramos como válida aquella vieja idea de Torcuato Di Tella (habría que revisarla a fondo), que planteaba que en términos de su sistema político la Argentina confluiría hacia un esquema de dos grandes polos, uno de centro derecha y otro de centro izquierda, veríamos que el primero de ellos hoy enfrenta dos situaciones perfectamente demarcadas, con dos referencias que resultan insoslayables: uno que quiere ser y el otro que no puede.
Salvando el protagonismo de cierto radicalismo que, como señalamos más arriba, hoy por hoy parece bastante diluido, es indudable que Horacio Rodríguez Larreta se proyecta con cierto futuro (el que quiere ser), mientras que el propio Mauricio Macri pareciera no tener mucho para decir (es el que no puede). En éste último caso, la complejidad del asunto no es menor. Al desastre de su administración, combinado con una imagen que tiene un techo bajo, se suma lo que se ha comenzado a conocer en los últimos días con los casos de espionaje a diferentes personas públicas de parte de la Agencia Federal de Inteligencia conducida por el dúo Arribas - Madjalani y que, de avanzar la Justicia de la manera que corresponde, demostrará una vez más un recurso que el macrismo puro y duro ha utilizado desde siempre: espiar a propios y extraños.
Ante esto el ex presidente tiene dos posibilidades. Si niega conocer algo del pus que está saliendo a la luz, quedaría demostrado que no había conducción de ningún tipo sobre la AFI y, tal vez, tampoco sobre sus subordinados inmediatos. Si reconociera que estaba al tanto de ello (cosa que nunca sucederá), sería su muerte política ipso facto. Por lo tanto, es mejor no hablar del tema y en todo caso, será Patricia Bulrrich, su bocera más acérrima en estas cuestiones, la que salga a poner la cara en un tema tan sensible. Habría que desensillar hasta que aclare. ¿Irá la Justicia a fondo? Dejamos que la libre imaginación del lector haga su juego.
Pero el que quiere, Larreta, tampoco la tiene todas consigo. Con una fenomenal cobertura y sobreprotección de la gran prensa capitalina, que nos muestra la Ciudad Autónoma de Buenos Aires como si fuera un apéndice administrativo similar a Londres o Nueva York, lo cierto es que el ex funcionario de PAMI, ha comenzado a darle forma, aunque falte mucho, a su sueño presidencial. Pero el virus Covid 19 ha hecho de las suyas, a tal punto que paradójicamente, ha ligado ese proyecto al éxito de la crisis sanitaria de la mano de un gobierno del que es opositor.
Con un estilo totalmente diferente al de las voces más cercanas a la conducción del partido, el jefe de gobierno porteño se mueve en aguas revueltas: en medio de una pandemia desconocida en la cual debe coordinar acciones con su colega Kicillof, y el presidente Alberto Fernández, a la vez debe responder a los cuestionamientos internos que nada quieren saber con la forma de manejo de la cuarentena y mucho menos con tener algún tipo de diálogo político con el kirchnerismo.
Si a Rodríguez Larreta le va mal en esta coyuntura (deterioro de la situación sanitaria), queda gravemente herido su proyecto político y si le fuera bien (comparando con las grandes capitales mundiales) su éxito quedaría relativizado por una conducción mayor. Compleja encrucijada.
Uno, “viene cuesta a abajo en la rodada y arrastra por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”. Para el otro es la “vida entera, el sol de primavera y su pasión”. Para nosotros queda la memoria y el compromiso de que ni uno ni otro tengan mayor protagonismo.
(*) Analista político de Fundamentar