En algún momento de la historia reciente el PRO se sintió transformador y revolucionario. Basta recordar los discursos (e incluso aquel delirio irrespetuoso de las remeras amarillas que emulaban la imagen icónica de Ernesto Che Guevara, pero con el rostro de Mauricio Macri) y cierta impronta escenográfica para entender que este conjunto de “emprendedores” habían llegado para quedarse y retomar, de otra manera y con otras formas, lo que había iniciado la dictadura asesina de 1976 primero, y el menemato, después.
Sabidos son los recursos (legítimos) que utilizó en su conformación como fuerza nacional alternativa al peronismo gobernante en 2015:
- Estilo cool. Desde la vestimenta con escasas formalidades ya que la corbata sólo se mostraba en eventos estrictamente protocolares, hasta el uso de jeans y remeras que mostraba a sus dirigentes más cercanos y más parecidos a cualquier ciudadano. La impronta de llamar a los interlocutores (a los propios y a los extraños) por su nombre de pila reforzaba esa idea de cercanía y de personas “comunes” que trataban al otro como un igual.
- A partir de cierto y lógico desgaste en la administración del gobierno que conducía Cristina Fernández, recrearon un relato que nos interpelaba desde la idealidad de cierta “república” que hacía necesario el diálogo y el consenso para la construcción política y, lo más importante, para el bienestar de los argentinos.
- Estaban convencidos que, siendo empresarios, lobbistas y consultores que “solidariamente” dejaban su zona de confort para “colaborar” en la conformación de una nueva Argentina, conocían los mercados y estos, a su vez, les brindarían un apoyo especial porque había llegado la hora de construir ese país del que habían soñado. En realidad, nunca comprendieron del todo que, si bien tenían amigos empresarios, que podían sostenerlos efectivamente (además de hacer negocios), los “mercados” no saben de ciertos sentimentalismos, pese a que hayas formado parte de sus estructuras de estafa, timba y especulación. Las sucesivas devaluaciones y los consiguientes aumentos inflacionarios así lo demuestran.
- La “meritocracia” fue un concepto que se recreó. Vinculado íntimamente al viejo discurso de “nuestros viejos inmigrantes que nos enseñaron el valor del trabajo y del sacrificio”, se intentaba crear la falsa idea de que, si te esforzabas, por el sólo hecho de hacerlo, te iría bien, accediendo a bienes y servicios de calidad. Se llegó al punto de que una empresa como General Motors que recibió enormes beneficios para su radicación en Alvear (allá por mediados de los 90’) y un crédito estatal accesible en 2009, cuando la crisis arreciaba, promoviera una publicidad con la idea del mérito como valor para la compra de un vehículo de alta gama. Y para completar el esquema, se alardeaba del emprendedurismo como forma de desarrollo personal, sin importar los condicionantes sociales que a veces tenemos las personas.
Pero algo se rompió. En una primera etapa, digamos que el contrato con la sociedad que en algún momento le había “sonreído” a Mauricio Macri (recordemos que allá por mediados de 2016 el ex Jefe de Gobierno de CABA tenía una imagen positiva de más del 70%), se resquebrajó. La primera razón de ello fue la mala gestión. Aumento del desempleo, de la inflación y focos de corrupción muy marcados son la breve síntesis de un deterioro que comenzó sobre finales de 2017, cuando el oficialismo había hecho una buena elección de medio término y creyó que tenía un cheque en blanco definitivo.
El personalismo del que se había acusado a la anterior presidenta se corporizó amarillo. Se dejó de lado el diálogo con “extraños” (que se reclamaba tan necesario) pero también con los propios al punto de que la mesa de decisiones se hizo cada vez más chica. Y a la par que las malas noticias se sucedían, se abandonó definitivamente aquella promesa de campaña y de comienzo de gestión que planteaba la necesidad de unir a los argentinos. A la vez que se volvía ineficaz, se endurecía el discurso. Nada mal le fue ya que, pese a la mala gestión del período, mantuvo el porcentaje de votos de dos años anteriores. Pero no alcanzó.
La pandemia del coronavirus trajo el inicio de una segunda etapa de esa ruptura. Y ya no alcanza solamente a la distancia con un sector de la sociedad que había acompañado al macrismo anteriormente. Ahora es la dirigencia del propio espacio que queda atravesada por las diferencias. La primera de ellas es por la gestión en sí: mientras quienes deben administrar en las provincias y municipios la crisis sanitaria, muestran un discurso moderado, dado el riesgo de un crecimiento exponencial de contagiados y muertos; del otro lado aparece un grupo no menor de dirigentes que hablan desde la irresponsabilidad que le habilitan las redes sociales y los medios hegemónicos, que en estos tiempos vendrían a ser más o menos la misma cosa.
Y la segunda diferencia no menor en esta etapa es el escándalo de las escuchas de la Agencia Federal de Inteligencia que no alcanza sólo al espionaje, persecución e intento de control de los opositores (cuestión que podría entenderse desde cierta deformidad política), sino a los dirigentes del propio partido. Las declaraciones de Diego Santilli, actual vice jefe de gobierno de CABA, afirmando que no “esperaba que Macri tuviera algo que ver pero que había que esperar”, marca un síntoma de malestar. El escándalo crece semana a semana y el argumento defensivo de que todo tiene que ver con una operación armada desde el Poder Ejecutivo, no alcanza para tapar el bochorno de violar la intimidad de cualquier ciudadano.
Sólo queda ir para adelante radicalizando el discurso. Aunque el allanamiento del secretario privado del ex presidente agrava aún más las cosas, queda la protección de esos mismos medios que fueron tan funcionales en la administración Macri. La idea de república quedó subsumida al “cacareo” de famosos y dirigentes que saben que, en un punto, la cuarentena les puede dar una oportunidad de sobrevivencia política. Pero al interior de la fuerza amarilla seguramente tendrán que barajar y dar de nuevo y no parece que el ex presidente, el Sr. Uno, las tenga todas consigo. Si el amor ya ha pasado, no se debe recordar. Ya nos lo enseñaron los geniales Bebo Valdes y Omara Portuondo. En Pro ya comenzaron a entenderlo.
(*) Politólogo de Fundamentar