Hay dos hechos en los que pueden sintetizarse la semana política anterior y que, seguramente, marcan la que hoy se inicia: la reforma judicial con su paralelo de la Comisión creada para revisar el funcionamiento de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y el Consejo de la Magistratura de la Nación y el caso Vicentín.
No sé de qué se trata, pero me opongo. Dando por sentado la leyenda que afirma que la frase le corresponde a Don Miguel de Unamuno, quien, llegando tarde a las tertulias madrileñas, allá por las primeras décadas del siglo XX, expresaba esa frase como una suerte de prevención política; la oposición que representa buena parte de Juntos por el Cambio, hizo gala de una reversión del Grupo A de 2009, y comunicó su férrea oposición a un proyecto que aún no se conocía y al funcionamiento de una comisión que, teniendo un elenco variopinto de abogados, aún ni siquiera realizó una primera reunión de trabajo.
La estrategia, que no se circunscribe sólo a este tema, parece ser clara en el medio de la pandemia: generar una sensación de hastío que, como dijimos hace algunas semanas atrás en este espacio, desgaste irremediable y tempranamente al gobierno nacional, representando esto un riesgo muy peligroso ya que, a poco menos de ocho meses de haber iniciado el mandato, resultan ilegítimas semejantes pretensiones.
Esa oposición que encarna un sector muy particular de JxC, se propone a disputar en el Ágora un doble juego: mientras ejerce su rol opositor disputa una interna para ver quien se queda con el sector más reaccionario del electorado. Por un lado, Mauricio Macri, que parece dispuesto a ser un viajero del mundo antes que un dirigente político que asume las dificultades de la hora, representado por su ala dura que conduce la ex ministra Patricia Bullrich y por el otro, una conducción de la Unión Cívica Radical que tiene como principalísimo objetivo prevalecer en una fórmula presidencial que lo posicione con expectativas de cara a 2023. Un camino que parece eterno, pero que, según parece, en algún momento habría que iniciar. La duda es si ésta es la mejor coyuntura para hacerlo.
La independencia de la Justicia es central para el desarrollo de la Argentina.
— Patricia Bullrich (@PatoBullrich) August 1, 2020
Vamos a debatir y a defender su independencia siempre. Estamos del lado de la democracia y la libertad institucional. pic.twitter.com/K4wAxuzfsx
A veces, si dejamos de tener en cuenta ese juego peligroso, ese conglomerado político parece, correr a la deriva, con los ojos ciegos bien abiertos. Se plantea la oposición a un proyecto de ley, por las dudas, por lo que puta pudiera, como diría mi abuela, y el cuestionamiento a la conformación de una comisión que tiene entre sus integrantes, a defensores de Clarín (Andrés Gil Dominguez fue uno de los abogados que actuó como amicus curiae del multimedios en la discusión ante la Corte por la Ley de Servicios Audiovisuales) y a referentes cercanos al propio ex presidente (Inés Weinberg de Roca es la presidenta del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y que Macri propuso para ser la Jefa de los fiscales del Estado argentino en el año 2018). Que el primero de ellos haya tenido que aclarar que no se hizo kirchnerista habla por sí sólo del dislate opositor.
De los conflictos se sale por arriba. Así pareció entenderlo en algún momento el presidente Alberto Fernández cuando aceptó la intermediación del gobernador Omar Perotti, un “moderado”, en el conflicto con la empresa Vicentín y que algunos pretendían reproducir como la 125 II. Tal como lo reconoció el primer mandatario y pese al malestar de muchos, hubo una lectura política inicial equivocada del asunto. Pero a la vez, también hubo una virtud: no cerrarse al esquema inicial aceptando distintas alternativas que parecieron corporizarse en el ya caído fideicomiso que convertiría en socios de la empresa estresada financieramente a sus acreedores (estafados). Podrán decirse muchas cosas de ese error inicial, pero no podrá negarse que el oficialismo dio una respuesta diferente al escenario político que se produjo entre marzo y julio de 2008, a partir de la ya famosa resolución firmada por el dúo Fernández y, a no olvidarse, por el siempre (renovadamente) impoluto Senador Martín Lousteau.
Con un hilo de twitter, el presidente pareció ordenar el asunto. Aunque muchos de sus partidarios vieron a la decisión de derogar el Decreto de Necesidad y Urgencia que habilitaba la intervención y expropiación de Vicentín como una claudicación irreductible, la nueva normativa puso blanco sobre negro. Viendo los fundamentos presidenciales, se destaca la decisión de responsabilizar al juez por los vaivenes que impidieron que el Estado se haga cargo de la situación. Para muestra basta un botón: varios meses después de haber iniciado el proceso judicial, aún no se cuenta con la memoria y balance de 2019 por parte de la empresa. Todo un detalle que le da sentido al asunto.
Hemos dispuesto la derogación del DNU 522/2020 que ordenó la intervención de Vicentin S.A.I.C. por 60 días. pic.twitter.com/TEilNynB8T
— Alberto Fernández (@alferdez) July 31, 2020
Pero, además, hay otro elemento a significar. En una sociedad que tiene deudas que triplican sus activos, la decisión de no seguir avanzando en un proceso que, tal como se estaba desarrollando, derivaría en esa eterna costumbre argentina de estatizar deudas privadas, creando una nueva versión del Estado bobo que supimos conseguir en otros tiempos, es un acierto.
El impacto del nuevo decreto se notó en los medios dominantes en sus publicaciones del fin de semana. En su escasa y moderada cobertura se refleja que el tema ya no es lo que era. Separada la hojarasca de lo verdadero, alejado el griterío movilizante que alegaba república y propiedad privada, queda la situación de un proceso concursal “común”, donde muchos acreedores (poderosos bancos internacionales, el Estado nacional, productores que fueron burlados en su buena fe) y trabajadores, deban conformarse con perder lo menos posible antes que con recuperar lo que legal y legítimamente les corresponde.
El montaje final es muy curioso, es realmente entretenido. Algún trasnochado político podrá pensar que le asignaron una dura derrota al Poder Ejecutivo, cuestión que está por verse. Un falso republicanismo de cotillón se enseñorea por este tiempo en la Argentina. Nada nuevo bajo el sol, por cierto. El problema es que en el medio hay personas, de carne y hueso. Y aunque la reforma judicial y Vicentín nos parezcan temas alejados, tienen que ver con nuestro día a día, con los ganadores y perdedores de un sistema que debería ser esencial y básicamente, más justo, ¿no?
(*) Analista político de Fundamentar