Este espacio de análisis se sostiene con la idea concreta de poner bajo la lupa los hechos políticos de cada semana, tratando de desentrañar (modestamente) los elementos estructurales que lo contienen. Muchos de los acontecimientos que solemos comentar, en reiteradas ocasiones se agotan en el cortísimo plazo de unos días, a veces horas. El recorrido temático de mediados de abril nos permite afirmar que varias de las situaciones que trascurrieron en los últimos siete días, tendrán una proyección en meses y tal vez años. Veamos.
Lo primero que debe decirse, por más obvio que parezca, es que, en la Argentina de estos días, la pandemia del Coronavirus actúa como un factor ordenador y disciplinador del día a día de la política. No sólo se refleja en las medidas sanitarias tomadas a lo largo y ancho del país, de cómo esto nos afecta en nuestras cotidianeidades de encuentros, distancia y aislamientos y de cómo el espacio de lo que resulta público ha quedado afectado; sino que la problemática del Covid ha mostrado que, a la hora de enfrentar ciertas crisis sociales, lo ideológico también permea algunas decisiones.
Pero no nos referimos a las cuestiones de las ideas como un elemento negativo. Queremos señalar el hecho de que ciertas cosmovisiones del mundo impactan de lleno en diversos posicionamientos de la agenda política. Si el gobierno propuso la adquisición de una vacuna con origen en Rusia, la respuesta del otro lado fue poner en duda la calidad de la misma. No tanto por lo que efectivamente podía sospecharse en términos sanitarios, sino por lo que representa Vladimir Putin para cierta dirigencia política.
Si la administración Fernández centralizó el reparto y la inoculación de manera gratuita, desde el principal espacio de la oposición sugirieron que cada provincia y municipio comprara de la manera que quisiera y que, aquellos que pudieran, pagaran las vacunas. Y el que no podía, subsidios. De costadito y como al pasar digamos que unos cuantos ni siquiera se habían tomado el trabajo de leer la ley que habilitaba la compra de vacunas, ya que allí está perfectamente establecido que los estados subnacionales pueden participar de las adquisiciones.
Resulta más que obvio que algunas de esas diferencias “ideológicas” se parecen más a chicanas que a potables diferencias de cómo encarar la gestión de la pandemia, pero en otras, efectivamente, subyacen formas de entender el mundo. Ya no se trata de desmontar nimiedades como el término “infectadura” o aquella que compara la cantidad anual de muertos con gripe común, sino de mostrar que conceptos como “inmunidad de rebaño” aplicados en determinados momentos de la pandemia reflejaban una idea de cómo se construye lo social.
Si la semana había comenzado con un comunicado (oooootro más) de Juntos por el Cambio, que dejaba entrever la aceptación de algunas restricciones, rápidamente, y a partir de la decisión presidencial de dar un nuevo marco regulatorio de circulación en el AMBA, el principal frente opositor pareció volver sobre sus pasos y salió a la arena pública a reclamar por una vuelta atrás. Cacerolazo con escupitajos a la policía en la puerta de la Quinta Presidencial de Olivos (con la presencia de la presidenta del Pro Patricia Bullrich) y llamados a la desobediencia civil y a la resistencia fueron la más importante respuesta de acción política, con Mauricio Macri incluido. Un presidente con mandato cumplido convocando a la población a no hacer caso de un decreto de necesidad y urgencia. Parece fuerte. Y lo es.
Y a partir de aquí el nuevo terreno en disputa fue la educación. En una comunidad que indudablemente la tiene como un aspecto central de su vida, donde subyace su vinculación con el viejo pero persistente sueño de la movilidad social ascendente, el Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, tomó una bandera donde pretende erigirse en un referente de ciertos valores que, indudablemente, calan muy hondo en la sociedad argentina.
Con reclamo judicial de por medio, Horacio Rodríguez Larreta vio al decreto presidencial como una excelente oportunidad para recuperar empatía de parte de ese electorado amarillo más duro que tributa en las figuras de Bullrich (Patricia) y Macri. Desde esa mirada tan particular, la cuestión es toda ganancia para el ex interventor de PAMI. Si la Corte Suprema de Justicia de la Nación acepta el amparo solicitado, lo transforma en un referente insoslayable del frente opositor. Si los cortesanos deniegan el pedido, o miran para otro lado, alargando plazos y decisiones, podrá mostrarse como alguien preocupado por no dejar a “nuestros hijos sin futuro”.
En realidad, y esto hay que decirlo con todas las letras, el debate es falso por un par de motivos muy visibles. El primero de ellos se trasunta en la cuestión sanitaria. Que el conjunto del alumnado pierda unas pocas semanas de presencialidad escolar no le hace perder el futuro a nadie. Medidas ambas situaciones sociales (riesgo sanitario – asistencia a colegios) en un contexto de expansión de la pandemia, no debería insistirse demasiado con ciertos encuentros. Escuela incluida. Ciertos informes de innegable valor académico así lo demuestran --> VER
Pero, además, (y como segundo elemento) también está la historia que supo construir Juntos por el Cambio en su gestión educativa. En un espacio político que viene sosteniendo y justificando desde hace doce años en CABA y en el período 2015 – 2019 en la administración nacional, el deterioro de todo lo concerniente a la educación, resultan poco creíbles ciertas preocupaciones. Los mandatos macristas (con la gestión bonaerense de María Eugenia Vidal incluida) no sólo incluyeron frases poco felices como aquella que refería a “caer en la escuela pública” sino también acciones y omisiones concretas: presupuestos más acotados, paritarias no cerradas y promesas incumplidas (3000 jardines de infantes que nunca se construyeron). Y la frutilla del postre de estos días: mientras en Santa Fe se vacunó al 94% de los docentes, en CABA ese número no llega ni a su tercera parte.
En realidad, lo que subyace en ciertas disputas políticas de entre semana, refiere a cómo se mira y se construye el largo plazo. Mientras el alcalde porteño privilegió la acción cortoplacista que le permitiría ganar visibilidad política para, en un futuro mediato, presentar una creíble candidatura presidencial, Alberto Fernández pasó a ocupar el centro de la escena con la aplicación de restricciones que, de alguna manera, vinieron a complementar lo determinado el 9 de abril.
Indudablemente paga un costo político, y a la vez ordena el espacio interno. Pero, además, habrá que prestar atención en qué medida no termina fortalecido en tanto y en cuanto las imágenes del viernes a la noche en el AMBA muestran un inocultable acatamiento social a las nuevas restricciones. Con ellas, el primer mandatario eligió el camino (si se quiere) más difícil: el cuidado de la salud como argumentación central. No parece poco, aunque a alguno no les alcance.
La idea de resistencia o de desobediencia civil propuestas por distintos referentes, políticos, mediáticos, sindicales y gremiales, parece no haber encontrado eco mayoritario. Y pone en cuestionamiento, otra vez, la supuesta trascendencia de los medios de comunicación a la hora de modificar o permear comportamientos sociales y electorales. No decimos con esto que son inocuos e inofensivos. Nada de eso. Pero sí que, en muchas ocasiones, deberíamos relativizar su incidencia. Las elecciones de 2011, las de 2019 y este vacío social en las calles del conurbano y de la ciudad más rica de la Argentina del viernes a la noche, así lo marcan. También la corporación mediática quedó expuesta.
Tal vez, se trate de inventar un mañana. Tal vez, el incordio de hoy sea el bienestar de mañana. Y la preocupación de algunos sea la promesa políticamente correcta pero que tiene mucho de hipocresía y falsedad. Tenemos la obligación de pensar un mañana. Pero, como nos enseña Gustavo Nápoli, no sea ayer. Es imperativo.
(*) Analista político de Fundamentar