En la revisión del accionar de la presencialidad escolar de Juntos por el Cambio en general y de Horacio Rodríguez Larreta en particular, en muchas ocasiones ha prevalecido sino el enojo, por lo menos un abordaje que ha referido al ex interventor del PAMI, como un hombre que ha apostado más a satisfacer la voluntad de un capricho, antes que la responsabilidad de una autoridad que debe rendir cuentas de su accionar (cotidianamente) a su pueblo. Nada más errado en el abordaje.
Como bien lo explicó hace más de cien años Max Weber, los límites de la acción social (y es obvio que la política lo es) debe ser enmarcada entre distintos tipos: tradicional, afectiva, racional con arreglo a valores y racional con arreglo a fines. Descartada las dos primeras por razones que podrían definirse como obvias, queda desentrañar las dos últimas como escenario de disputa de lo que hace o no, el Jefe de Gobierno porteño.
Siendo benévolos, podríamos afirmar que desde Juntos por el Cambio intentan mostrarle a la sociedad, una preocupación por la problemática educativa que ubicaría al devenir político de cada día en una acción racional con arreglo a valores. Ya hemos deslizado en el artículo de la semana anterior lo que supone la idea de la “educación” como dimensión de desarrollo individual y colectivo en la sociedad argentina. Un poco por su conformación con inmigrantes que sólo hablaban su dialecto originario y que veían a la posibilidad de mandar a la escuela a sus hijos como un innegable logro personal; otro poco porque siendo un país joven y estando lejos de las decisiones mundiales, ha logrado tener un mediano desarrollo donde el conocimiento científico ha sido su base; y otro poco porque, efectivamente, muchos hemos alcanzado una vida más digna a partir de pasar por escuelas e universidades; lo cierto es que en pocos lugares del mundo, la problemática de la educación se comporta de manera tan dinámica como en la Argentina.
Juntos por el Cambio intenta decirle a la sociedad que su forma de encarar la pandemia de estos días en el mundillo de la presencialidad educativa, refiere a su permanente preocupación por ese valor tan caro a los argentinos. La acción se monta sobre algunas falsedades evidentes:
a. Se muestra a la presencialidad como la única opción formativa, confundiendo a la sociedad como la única manera de educar ciudadanos. Que sea la mejor no significa que por algunas semanas no pueda intentarse otra cosa en un contexto de una pandemia inédita.
b. Se insiste en correr el eje sobre materia educativa en una fuerza política que, cuando fue gobierno, se distinguió por un fuerte retroceso en presupuestos de todo tipo: de contenidos, de recursos humanos y de fondos destinados a un desarrollo acorde a los tiempos que corren.
Leer o escuchar a “influencers” educativos que creen que la problemática del tema refiere al país como si prevaleciera la lógica porteña, debería indignarnos a la vez que causarnos gracia en un momento tan doloroso que vive la humanidad toda.
Hay que decirlo claramente: la movida larretiana de la presencialidad debe entenderse como una acción “racional” con arreglo a fines, los cuales refieren a su necesidad política de que su proyecto presidencial “no decaiga”.
Para cualquier dirigente político que se precie de tener ambiciones hay tres factores que resultan elementales para el logro de sus objetivos: 1) tener visibilidad, 2) proyectar en el electorado una certeza, no importando tanto cual, pero sí que pueda aparecer como confiable y 3) que, en el mediano plazo, esa figura (candidato), pueda transformarse en esperanza.
Horacio Rodríguez Larreta atravesaba hasta hace unas pocas semanas, severos problemas para cumplir con las tres. Tironeado por una interna política que, indudablemente, lo debilita, apostó por endurecer su accionar político. Si bien es cierto que su figura tiene visibilidad ya que una generosa pauta publicitaria no se le niega a nadie y la centralidad porteña en un país que puede dudar de su verdadera característica federal, ponen al Jefe de Gobierno en permanente exposición; lo que queremos decir aquí es que su figura adolecía de centralidad política. Obligado a un diálogo permanente con el Poder Ejecutivo Nacional y con la administración de la provincia de Buenos Aires, su peso político quedaba diluido por el reclamo (de lo que algunos llamaban) los halcones de la fuerza amarilla.
La opción elegida por Rodríguez Larreta era clara: si Mauricio Macri, quien cuenta con niveles muy altos de rechazo electoral, había elegido recostarse sobre los fanáticos; él elegiría diferenciarse desde otro lugar. Era momento de mostrarse tolerante y eficiente en la gestión. Y a la vez que debía construir las estrategias adecuadas para seducir a los potenciales votantes de Juntos por el Cambio, debía hallar la manera de diferenciarse del presidente Alberto Fernández, pese a que la pandemia lo condicionaba. Y la presencialidad escolar fue su oportunidad.
En términos de análisis político, la jugada parece audaz. Pero toda audacia tiene altos niveles de riesgo. En este contexto, con una pandemia que nos interpela como el peor de los momentos desde marzo de 2020, con decenas de miles de contagiados y con centenares de muertos diarios, un hipotético triunfo ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación, se puede parecer y mucho, a una victoria pírrica.
Y si fuera derrota, dado que el quinteto supremo decidiera que el Decreto de Necesidad y Urgencia firmado por el primer mandatario tiene plena vigencia, evidentemente el alcalde porteño pagará un alto costo político hacia adentro y hacia afuera del espacio. Por todo ello, tal vez lo que pueda “salvarlo” sea el desgano cortesano: habrá que ver en esta semana que se inicia si el máximo tribunal se sacude la modorra y termina fallando sin que se corra el riesgo que la discusión planteada (cree este articulista de manera inútil), quede abstracta porque se plantee un limbo jurídico para lo que viene a partir del 2 de mayo, por el paso del tiempo o porque la densidad de la crisis sanitaria sea tal que resulte redundante hablar de presencialidad escolar cuando buena parte de la sociedad prefiera quedarse en su casa.
Así las cosas, la jugada larretiana que contó con el aval de todo el espectro político que representa Juntos por el Cambio, conlleva otro factor que seguramente lo condicionará: la sobrexposición política. Si bien resulta atendible cómo se entienden los tiempos de la política, justo es decir que, aquel candidato que, supuestamente, quiere representar una esperanza, no debería estar tan expuesto treinta meses antes de una elección. El desgaste puede ser definitivo. La construcción de una candidatura presidencial lleva mucho más tiempo que ello, y para octubre de 2023 hoy puede parecernos que falta una eternidad. Pero atención: una centralidad política basada en el hecho irrefutable de una ciudad colapsada sanitariamente, se puede parecer y mucho a un desgaste anticipado que resulte definitivo.
Ante estos escenarios, hipotéticos o reales, el oficialismo nacional deberá encontrar la manera de salir de la encerrona porteñocéntrica que intenta hacernos creer que los problemas del AMBA son, irremediablemente, los del país. En ese sentido, por historia, inteligencia y hecho político, esta semana que acaba de concluir, la provincia de Santa Fe demostró que las cosas se pueden hacer de otra manera.
Lo primero a mencionar se referencia en el acuerdo entre provincia, municipios y comunas para imponer nuevas restricciones (habrá que ver si alcanzan). Sin estridencias, con respeto y sin intentar imponer un diálogo que sólo supone lo que una de las partes quiere, se pudo mostrar a la población una hoja de ruta que dejó egoísmos y miserias de lado.
Lo segundo tiene que ver con la presencia del primer mandatario para la presentación de Rosario como capital alterna. Más allá de lo encomiable de la idea, y de los fondos que se inyectarán en obras a la región (unos 76.000 millones de pesos), lo que debe destacarse es el tono esgrimido por Fernández, quien supo diferenciar públicamente, que la agenda de la Reina del Plata no es la agenda nacional. Más caminata por los senderos del país y menos spots televisivos de las grandes cadenas debería ser una apuesta saludable. Pese a que vivimos tiempos de redes e hiperconectividad, la cercanía y la empatía del dirigente político que se arrima a conocer los problemas de primera mano sigue siendo ponderado en su real valor.
Se va una semana difícil. Dolorosa por lo que la pandemia impone. Pero también el señor del epígrafe supo darnos, otra vez, una alegría. Con canciones nuevas y con el estilo de siempre que supone múltiples reinterpretaciones de su arte, por un ratito, y sólo por un ratito, unas cuantas decenas de miles de argentinos acariciamos la idea de felicidad, streaming mediante. Supo contarnos, en otro momento, que tuvo una “enfermedad malvada” pero que, a la vez, celebráramos “bebiendo de las copas más lindas que tenemos”. Son tiempos angustiantes y difíciles. Pero siempre debemos dejarnos un lugar para la emoción y el disfrute. Otra vez, quedate en casa. El Covid es real.
(*) Analista político de Fundamentar