“El tiempo no para” cantaba el malogrado Cazuza, allá por mediados de los noventa. Su bellísima canción, algo así como un grito de guerra, bronca y pedido de auxilio en la ola conservadora que gobernó el mundo sobre finales del milenio pasado, y que tan bien reversionó Bersuit Vergarabat, hablaba, entre tantas otras cosas, de pasado, de presente y de futuro. Si algún macrista de paladar negro, suponía que a su líder se le terminarían los problemas el 10 de diciembre de 2019, podemos decir que no sólo ya han pasado los suficientes meses para confirmar su error, sino que, la semana que acaba de culminar, muestra, como nunca, los límites que puede enfrentar un dirigente político cuando sus acciones del pasado cobran una resignificación aleccionadora. Repasemos.
El fin de semana anterior, horas después de que entregáramos nuestro artículo de cada semana para su edición, se conocía el dato que comenzaba a ordenar las piezas de ajedrez del tablero de la política porteña. Una aclaración para el dormido que nunca falta: le ponemos atención a lo que pueda suceder en el devenir de Buenos Aires porque de lo que allí sucede, sobre todo en el Pro, tiene evidente proyección sobre el resto de las piezas que inciden en el escenario nacional.
El día sábado, la ex ministra y actual presidenta del partido, Patricia Bullrich, anunciaba que no participaría (como candidata) del proceso electoral en ciernes. Su derrota política (y la del sector sobre el que Mauricio Macri decidió recostarse políticamente una vez concluido su mandato), no podía resultar más evidente. Horacio Rodríguez Larreta, ahora sí, se mostró como un dirigente con algunos atributos que lo pueden proyectar en la pelea grande. Su capacidad de negociación con propios y extraños y la inestimable utilización de una serie de recursos que supone la administración de la ciudad más rica del país, terminaron poniendo en jaque la intentona de “La piba” de imponer su nombre como cabeza de lista en un esquema de unidad o la posibilidad siempre declamada de ir a una interna en las PASO que se avecinan.
No renuncio a acompañar a cada argentino para que cumpla sus sueños.
— Patricia Bullrich (@PatoBullrich) July 3, 2021
He tomado una decisión y quiero que la conozcan en esta carta: https://t.co/lPRNu3ofwV
Hilo 👇
Nada de ello pasó y, como en la leyenda del zorro que cuando no llegaba a las uvas declamaba “no importa, están verdes”, la reducidora de sueldos de jubilados y estatales tuvo la peor respuesta política que pueda darse: aquella que sale desde el despecho. Afirmó que, a sabiendas de que ganaría la elección interna, no participaba de ella dado que el desgaste que eso generaría, pondría en una situación de debilidad extrema a la principal fuerza opositora del país. Para confirmar su enojo, el anuncio fue complementado con un video que la muestra llegando a un encuentro con vecinos donde ella es más reconocida que el propio alcalde porteño. En fin, de desaires está lleno este mundo injusto.
La derrota fue absolutamente clara. El diálogo previo entre Macri y María Eugenia Vidal donde ésta desoía el pedido del ex presidente de competir en provincia de Buenos Aires, el alineamiento de Carrió con la figura de Rodríguez Larreta y el diálogo entre “Mauricio y Horacio” con el consiguiente viaje del ex presidente a Europa, habían sido señales lo suficientemente importantes para no subirse a una disputa que tenía, para el sector más duro del macrismo, bastante de riesgo antes que de certeza política.
Pero si el presente le dio a Macri una muestra de que ya nada es lo que era, algunas noticias de estos días, y que vienen de un pasado lejano, golpearon en la línea de flotación política del ex presidente.
La primera de ellas no se circunscribe a su exclusiva figura, sino también al consorcio empresarial que supo construir Franco Macri y que tiene como cara visible al segundo de los hijos, Gianfranco. La quiebra del Correo Argentino dispuesta por la Justicia, va de suyo que tiene una implicancia “comercial” de proporciones ya que hablamos de desguazar una empresa, sin muchos activos, a los fines de que los acreedores (entre ellos el Estado nacional) cobren una deuda de 6.000 millones de pesos. El punto en cuestión es que ya se ha planteado el pedido formal de parte del procurador Carlos Zannini de ir sobre los bienes de los garantes, en este caso Socma (Sociedad Macri), orgullo y emblema de aquel italiano calabrés que supo congraciarse con el poder y construir un imperio de proporciones, de la mano de la Patria Contratista.
Pero el mayor impacto es, antes que nada, político.
Por un lado, interpela a la Justicia argentina. Resulta legítimo preguntarse porqué una causa de una “mera” quiebra, puede dilatarse veinte años. ¿Se autoevalúan los sectores judiciales implicados que permitieron que se llegara a esta situación? ¿Creen, en serio, aquellos referentes que plantean que el Poder Judicial debe auto depurarse, sin injerencia de los otros dos poderes, que le hacen algún tipo de favor a la “República” que dicen defender? Difícil que el chancho chifle, diría mi abuela.
Y, por otro lado, muestra la mala lectura que hace de la cotidianeidad política Mauricio Macri. A falta de un Jaime Durán Barba que lo asesore, el primogénito de Franco dio alguna señal previa de lo que se vendría después, cuando vía Facebook, publicó una carta denunciando una serie de persecuciones que no son tales. Veinte años litigando, el intento de pagar una deuda (que al comienzo del pleito no era reconocida) varias veces menor, la absurda e impúdica postura de estar de los dos lados del mostrador, tratando de cerrar un acuerdo que, afortunadamente, fue valientemente denunciado por la fiscal Gabriela Boquín en 2016, no parecen ser, precisamente, las muestras de una persecución.
Por redes, desde Europa, tratando de mostrarse como un líder de la derecha latinoamericana, insistiendo hasta la grosería política al afirmar que, es peor el populismo que el virus Corona, quien se ha llevado la vida de 4 millones de seres humanos en todo el planeta, Macri se muestra cada vez menos empático con aquellos que, sin ser sus enemigos políticos, no forman parte de su núcleo de pertenencia ideológica más cerrado.
La segunda cuestión que el pasado trae como resaca y para lo cual, de alguna manera, deberá dar explicaciones, refiere al escándalo suscitado a partir de la denuncia del gobierno boliviano, que refiere sobre el apoyo con armas y (parece que también con) fuerzas de seguridad e inteligencia del Estado argentino en el golpe de Estado que sufrió Evo Morales. En un capítulo que recién se inicia y que involucra a varios funcionarios de primer nivel del macrismo gobernante de aquel entonces, de confirmarse la denuncia con las consiguientes consecuencias políticas, judiciales y legales que ello podría acarrear, habrá que preguntarse en qué medida Mauricio es Macri y en qué medida es Blanco Villegas.
Habrá que empezar a reversionar aquella máxima de Néstor Kirchner que afirmaba que Mauricio es Macri, cuando intentaba simbolizar en una frase, la pertenencia a una forma de vivir de los negocios del (y con el) Estado.
Si las elites argentinas se consolidaron como tales, desde la Campaña del Desierto para acá, a sangre y fuego, avalando todo tipo de violaciones a los derechos humanos, dando apoyo sistemático desde lo económico, lo político y lo no político que supone la eliminación del otro que se transforma en enemigo, a aquellas fuerzas que se opusieron a la irrupción, estabilidad y perdurabilidad de los movimientos populares, tuvieran el signo partidario que tuvieran, sería legítimo preguntarse (otra más y van…) cuán distintas resultan esas acciones de lo que se denuncia que sucedió en Bolivia. ¿Estamos en presencia de un nuevo Plan Cóndor, esta vez desarrollado por gobiernos que han sido legitimados por el voto popular? Si es así, estamos a las puertas de una crisis de proporciones tales que el articulista no se anima a conjeturar.
Hace unos cuantos años, el genial Canario Luna, nos cantó que el “tiempo es un viejo traicionero que te enseña cuando llegó la hora”. En versos escritos por el no menos genial Tabaré Cardozo, también nos dijo que la Justicia nunca llega, pero que es la pesadilla del culpable. Algo de esto parece haberse reflejado esta semana que pasó y parece señalar un destino inexorable para alguien a quienes muchos argentinos miraron esperanzados. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.
(*) Analista político de Fundamentar