En un contexto donde la pandemia pareciera dar señales de que (lentamente) cede en el rigor de contagios, la semana política a nivel nacional se consumió con tres hechos que merecen ser destacados: la unidad que ha mostrado el Frente de Todos en la provincia de Buenos Aires, la centralidad política de Cristina Fernández de Kirchner y la reaparición pública de Mauricio Macri. Repasemos.
Lo primero que debe señalarse es que Argentina ha entrado en otro estadio de la pandemia. Todos los indicadores muestran una mejora sustancial en los indicadores epidemiológicos. Quien se tome el trabajo de revisar los reportes ministeriales de hace dos meses, notará el cambio sustantivo en las condiciones de salubridad en el país, lo cual ha llevado a que ya no se discutan los detalles de la vacunación, ni el entrecruzamiento de vacunas, algo que podía considerarse de ciencia ficción hace algunas pocas semanas atrás.
La velocidad de los acontecimientos (y de nuestra forma de vida) son tales, que a veces perdemos la verdadera dimensión de ciertos logros comunitarios alcanzados, lo que deberá propiciar, una vez superada definitivamente la crisis sanitaria a escala global, profundos estudios científicos que reflejen esa situación. Por ahora digamos que aquí, en la Argentina, país alejado de la centralidad que impone cierto Norte, entramos a la última semana de agosto con la cepa Delta contenida y con un proceso de vacunación masiva inédito en el país y que, tal como habían prometido las autoridades sanitarias de los distintos niveles del Estado, propició un alivio que favorece nuestro día a día. Punto para ellos.
A tres semanas exactas del proceso electoral que se iniciará con las PASO, llegaremos al domingo 12 de setiembre con la idea de cierta (y sólo eso) normalidad recuperada. Eliminación de barbijos en la vía pública, ampliación de los aforos en espacios cerrados, vuelta del público de forma proporcional a eventos al aire libre y el retorno de la presencialidad completa a las escuelas parecen resultar los hechos más notorios de ese tiempo que, quien más, quien menos, todos añoramos.
Si alguien supone que las aperturas comentadas vienen de la mano de la necesidad de los gobiernos por el proceso electoral que se impone en la Argentina, bueno es insistir en la revisión y evolución de esos indicadores que comentábamos, para entender el cambio de contexto. La pandemia no pasó ni nada que se le parezca, los más de 110.000 fallecidos tienen que estar presentes siempre en el espejo retrovisor de cada uno de nosotros, pero la mejora es evidente y digno de ser notada.
En ese contexto, la semana se inició con el renovado pedido de disculpas de Alberto Fernández sobre la foto del cumpleaños de su pareja Fabiola Yáñez. Si, como habíamos comentado en este mismo portal hace siete días, el primer comentario presidencial sobre la cuestión había tenido gusto a poco, algunos análisis que se parecieron más a piezas escritas pensadas para el insulto y la chicana antes que para la crítica, completaron la decisión de un nuevo comentario que pusiera las cosas en su lugar. El acto en Isla Maciel, en la entrega de la vivienda número 20.000 en la gestión Fernández, tuvo mucho de la simbología política de estos tiempos: por el lugar, que cuenta con los peores indicadores sociales de la región del AMBA y por representar a esa cantidad importante de obras que el macrismo decidió no terminar porque referenciaba a ese kirchnerismo que se quería y debía desterrar. El acto, al igual que el plenario en el Estadio Único de La Plata, sirvió para mostrar aquella idea de unidad que surgió hace nada más y nada menos que dos años, y que sus adversarios y enemigos políticos han intentado ningunear y deslegitimar.
Si la foto del cumpleaños había servido para condicionar las posibilidades del gobierno, la filtración del video del mismo sirve como idea de pasar rápido la página, intentando evitar un desgaste permanente con el tema. Hacer “control de daños” sería la estrategia. Si el tiempo alcanza o no, sólo lo dirán las urnas cuando sean abiertas el segundo domingo de setiembre a partir de las 6 de la tarde. La respuesta se complementó con una reunión conjunta de gabinete, reuniendo a las autoridades de 20 ministerios y con la intención de cumplir con la máxima de las tres G que se impone en estos tiempos: gestión, gestión y gestión. Ese es un recurso de todo oficialismo que se precie. Cuenta a su favor.
Ambos actos sirvieron para poner en perspectiva, otra vez, la centralidad política de Cristina Fernández de Kirchner. No deja de ser notable, la capacidad de la ex presidenta para la resignificación de términos y dichos populares: machirulo o morondanga son parte de ese fenómeno. Pero, además, la permanente revisión (podría afirmarse que obsesiva) sobre cada uno de sus gestos, afirmaciones o modismos de parte de sus detractores (políticos y mediáticos) no hacen más que cimentar una figura que sobresale como ningún vicepresidente lo hizo en la historia reciente (o no reciente) de la Argentina.
Y el cuadro semanal se completa con la reaparición, ahora sí de cuerpo presente, del ex presidente Mauricio Macri en el marco de la campaña porteña. En el repaso vino la respuesta a la ex presidenta y afirmó que lo que Cristina no entendía era que el gobierno de Cambiemos había intentado cimentar las bases para una verdadera república. Cuando uno relee este tipo de declaraciones y recuerda los distintos hechos que emprendió su administración y que hemos señalado sistemáticamente en estas columnas, no puede dejar de sorprenderse de la autoindulgencia con la que se analiza quien pretendió erigirse en un líder local y regional que “renovara” la política para siempre.
En esta coyuntura, para las huestes amarillas, Mauricio Macri representa un problema, ya que sigue sin encontrar un norte político que lo posicione en un lugar seguro y definitivo. A los intereses del espacio que supo construir, la pregunta a responder es si se ha transformado en un referente que suma o resta. ¿Ahuyenta al electorado o lo contiene? Tal vez, cumpla con el raro designio de representar las dos acciones. Ahuyenta a un electorado independiente al que en algún momento sedujo, pero al que no le pudo ni supo cumplir ninguna de sus promesas, pero, a la vez, contiene a ese núcleo duro que referencia en el Pro a una expresión política que nada quiere del peronismo en particular y del kirchnerismo en general. El inconveniente, en este último caso, radica en la consolidación (por ahora) política pero no institucional de esa ala más dura de la derecha que toman encarnadura en las figuras de José Luis Espert o Javier Milei.
La necesidad tiene cara de hereje decía mi abuela, y en ese contexto, los planificadores de la campaña de Juntos se encuentran en la encrucijada de mostrar su figura, pero no mucho. Da la sensación, a la distancia, que el mensaje no está siendo del todo claro ya que no hay un eje ordenador de aquello que se quiere hacer. ¿Estamos en la transición hacia un nuevo liderazgo interno? Tal vez. Pero no deja de ser llamativo que en una fuerza que tenía la certeza de trabajar en el día a día, con un paper de instrucciones que establecía qué y cómo decir las cosas (tal vez esto era lo más importante), hoy se encuentra en una encrucijada de no saber cómo utilizar la figura política de un ex presidente, que, hasta hace algunos meses atrás dudaba sobre la utilidad de una candidatura legislativa (se ve que los focus group decían otra cosa), que no pudo incidir demasiado en la conformación de las lista, que ha reaparecido en la campaña, sobre la marcha y luego de una larga estadía en Europa y que, más allá de los condicionantes que impone el Coronavirus, eligió el silencio durante varias semanas. En tiempos de virtualidad tan presente, no deja de ser una señal a tener en cuenta.
El país del período 2015 - 2019 se construyó a base de Lawfare y “aprietes” de todo tipo a los extraños, pero también a los propios; las escuchas ilegales a empresarios, adversarios políticos y dirigentes del mismo espacio; las fortunas ocultas en el extranjero en cuentas no declaradas; la pertenencia a los dos lados del mostrador a la hora de legislar sobre blanqueo de dinero, tarifas o servicios; y el “juego” compartido con jueces en la residencia oficial que a las pocas horas fallaban en el sentido de los intereses del inquilino anfitrión. Pero fundamentalmente, sobre el deterioro de todas las condiciones materiales de vida de los argentinos. Y en eso, más allá de las campañas y los liderazgos, a Macri, al igual que a Morondanga lo condiciona de tal manera, que parece difícil que le crean.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez