Hace exactamente siete días atrás, el articulista se imaginaba que, en esta previa de la incipiente primavera, estaría abordando la explicación de los números que reflejaban los resultados de las elecciones PASO del domingo 12 de setiembre: con números, datos, y fundamentalmente con los posicionamientos políticos de los principales protagonistas de esa jornada. Pero en el medio, y tal como sabiamente afirmara el ex presidente Mauricio Macri, pasaron cosas que obligan a una respuesta algo más compleja. Repasemos.
Lo primero que sobresale de la elección del domingo refiere al triunfo claro de Juntos por el Cambio a nivel nacional. Aquella imagen del mapa nacional que se referenciaba en la camiseta xeneize, donde el norte y el sur representaban el azul histórico del justicialismo y el amarillo al más joven Juntos por el Cambio, por lo menos en esta PASO, ya no existe. Prevalece el color que identificó desde siempre al PRO, y el territorio nacional muestra una monocromía extendida a lo largo y ancho del mismo, con las excepciones algunas provincias norteñas y San Juan. El triunfo fue tan contundente que no hizo falta tener en cuenta que no se trataba de una elección ejecutiva nacional donde el votante elige una candidatura que refiere al país como un único territorio, sino de una compulsa legislativa donde se definen cargos en veinticuatro jurisdicciones, cada una atravesada, también, con sus particularidades y problemáticas locales.
En rigor de verdad, nadie esperaba el resultado. Las encuestas previas hablaban de una mayoría a nivel nacional que favorecería al oficialismo. De hecho, la corporación mediática, en esta oportunidad, se abstuvo de mostrar sondeos. Sumado a ello los famosos boca de urna, se explica la mesura inicial de los referentes de Juntos que, con la proyección nacional que “naturalmente” tienen la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y la provincia, allá por las ocho de la noche, anunciaban que los resultados los obligaba a trabajar rumbo a noviembre en un esquema de unidad. Completaba el escenario, el apresurado festejo público de Victoria Tolosa Paz, quien, minutos más, minutos menos de ese horario, se mostraba exultante en el comando de campaña del oficialismo y el rostro y el tipo de mensaje que emitían desde las principales cadenas televisivas opositoras al gobierno.
Revisando los números “gruesos”, cabe decir que Juntos por el Cambio mantuvo su porcentaje de votos de la elección anterior y de las PASO 2017. Ese 40% parece haber llegado para quedarse, y no es producto de una casualidad ni mucho menos, sino el constante repiqueteo de una idea que la pandemia sirvió para, de alguna manera, licuar la discusión del desastre social que supuso la Argentina macrista en el tramo 2015 – 2019. Haciendo sintonía fina, con los números absolutos, el dato sobresaliente no es que el macrismo haya incrementado la cantidad de votos, sino que el oficialismo perdió muchísimo peso electoral respecto de octubre de 2019.
Si alargamos la mirada, y proyectamos el análisis a las elecciones legislativas de medio término, es evidente que esos procesos no suelen llevarse muy bien con el kirchnerismo. Todos los análisis previos que se anclaban en que, habitualmente, se les da un voto de confianza a los oficialismos para que fortalezcan sus espacios en el Congreso, quedaron desubicadas. En 2009, 2013, 2017 y ahora 2021 el espacio construido por Néstor Kirchner y Cristina Fernández, sufrió derrotas que posteriormente condicionaban su trabajo legislativo. Cada una con sus matices y contextos particulares, debe decirse que esos límites, siempre, sirvieron para mostrar la mejor cara de un proyecto político que, en las compulsas legislativas, ha tenido más fracasos que éxitos. Sólo 2005 parece ser la excepción que confirma la regla.
El resultado del domingo, insistimos con la idea, fue una sorpresa. Que no sólo se reflejó en los gestos adustos de la noche del 12 en el comando electoral del oficialismo, sino en el derrotero semanal que parece haber concluido con la renovación de parte del gabinete nacional. Desde el primer momento, desde el Frente de Todos, se interpretó que la falta de acompañamiento de millones de argentinos obedeció a que la mejora de la macro economía no llegó a los bolsillos de los ciudadanos. Si se había ganado con la promesa de una mejora sustancial en la calidad de vida de todos nosotros, recuperando aquello que se había perdido en la noche macrista, el votante promedio castigó con el no voto lo que ha sido el deterioro de los últimos tiempos. Si se tuvo o no en cuenta el peso de la pandemia en el análisis de cada elector, eso lo sabrá cada conciencia, pero no es un dato menor que, ni en términos electorales ni de gestión, a nivel internacional, muchos oficialismos no la han pasado nada bien en el período.
Y a partir de ese análisis, entraron en escena una serie de tensiones que son propias de cualquier coalición que se precie y que sufre una derrota electoral inesperada. Ante esto en el gobierno se abrieron dos frentes: quienes, impulsados por la vicepresidenta pedían renuncias a partir del mismísimo día lunes y quienes, desde la mirada presidencial, proponían esperar a los resultados de noviembre para cualquier forma de relanzamiento gubernamental.
A partir de allí las tensiones fueron en aumento al punto de leer en una misma jornada un hilo de tuits y entrevistas en off the record (o no tanto) por parte de Alberto Fernández, donde explicaba su postura, a lo que le siguió una durísima carta al mejor estilo de Cristina Fernández, donde exponía blanco sobre negro, buena parte de su pensamiento político para la hora. El texto de ésta última, más allá de los cuestionamientos que recibió por el abordaje de los datos económicos, sirvió, una vez más, para mostrar la enorme centralidad de una dirigente a la que, muchos de los que hoy celebran, daban como muerta política desde el conflicto con las patronales del campo en 2008, hasta acá.
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Las tensiones de las últimas 72 horas reflejan lo sorpresivo del resultado. A la novedad que supone en la Argentina un gobierno de coalición (donde permanentemente se administran tensiones), con el dato adicional de que es protagonizado por el peronismo que, históricamente, se ha encolumnado detrás de quien resulte el dueño/a de la mayoría de los votos; le ha seguido una derrota que ni el más pesimista de los dirigentes y militantes esperaba. Con avisos previos, con llamados de atención coherentes y no de mero voluntarismo que alguien de peso hubiera detectado, los enojos, reproches e histerias de esta semana, podrían haberse evitado. Si la sorpresa fue un factor que definió el escenario de las candidaturas presidenciales de 2019, también fue la base de esta mini crisis de 72hs que se vivieron en la Argentina.
Pero también hay una diferencia de grado con la historia reciente de derrotas oficialistas en elecciones PASO. Mientras estas tensiones del peronismo fueron expuestas a la luz pública, y, como bien titulaba un diario de tirada nacional con “las cartas sobre la mesa”, el cachetazo que recibió el macrismo en agosto de 2015, con una diferencia de 15% de votos a favor del Frente de Todos, se resolvió con tensiones palaciegas que al día siguiente mostraron a un presidente que dejó flotar libremente al dólar, derivando en una devaluación que empobreció en muy pocas horas a miles de argentinos. Más ceguera política no se consigue.
A la luz de lo que se sabe en esta tempranera mañana de setiembre, la idea cristinista de oxigenación del gabinete nacional ha prevalecido. Invocando a hombres con probada experiencia, el peronismo parece encaminarse hacia un esquema donde la hiperactividad de la gestión sea una constante. Por su parte, Alberto Fernández parece haber elegido recostarse sobre la institucionalidad que supone el apoyo de gobernadores. A tal punto que uno de ellos, de los pocos que resultaron triunfadores en estas elecciones, será su nuevo jefe de gabinete.
La pregunta que sobresale a esta hora y que seguramente se proyecte en los días por venir, refiere a saber si al peronismo le alcanzará para repechar la cuesta y mejorar su performance en las generales que se aproximan. Tiene dos hechos que pueden ser contabilizados a su favor, uno tangible y el otro potencial.
El primero de ellos refiere a la gestión. Manejar los resortes del Estado siempre es un elemento que debe ser computado como un saldo a favor. Las medidas que se anuncian para las próximas horas parecen ir en ese sentido, pero, además, mostrar el recambio ministerial puede ser explicado como una respuesta a ese mensaje que se dejó asentado en las urnas en forma de voto.
El segundo alcanza a los números que dejó la elección en sí. No se produjo la apatía que se preanunciaba a partir de las votaciones de Salta y Corrientes. Pero tampoco fue una legislativa con récord de asistencia ni nada que se le parezca. Si en los procesos de medio término, tenemos una asistencia de votantes que alcanza a un número que ronda entre el 70% y el 75%, el 65% del último domingo refleja que hay un porcentaje del electorado que se quedó sin expresar su idea. ¿Quiénes son? ¿Qué espacio político los interpela? Cientos de miles de votos no es un número que ninguna fuerza política pueda darse el lujo de desdeñar, y tal vez allí, radique parte del trabajo que el oficialismo pueda ejecutar para, tal vez, generar una nueva sorpresa política en esta Argentina en la cual elegimos vivir cada uno de nuestros días.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez