En la Argentina, la semana política que está concluyendo tuvo como protagonista excluyente a Cristina Fernández de Kirchner. Descontada su centralidad y lejos de reiterarnos aburridamente, la razón de ser de esta semana previa del mundial, entre partidos amistosos, excluidos y agregados a la lista de convocados a último momento, la vicepresidenta se las ingenió para ocupar el centro con dos temas tan disímiles como relevantes para el sistema político: una nueva decisión institucional de cara al Consejo de la Magistratura de la Nación y el acto por el 50º aniversario del retorno del general Juan Domingo Perón a la Argentina. Más allá de los matices y los contrastes, ambas circunstancias merecen una especial atención ya que refieren a una forma de acumulación de poder. Pasen y vean. Sean todos y todas bienvenidos.
Por variadas razones, la cuestión del Consejo de la Magistratura de la Nación (CMN) siempre fue un tema de difícil abordaje a la distancia para quien no funge en los tecnicismos que supone cierto constitucionalismo. Fue pensado como una institución basada en cierta racionalidad que serviría para interponerse a los designios de la voluntad de los poderes ejecutivos y legislativos, que en no pocas ocasiones eran parte de una misma lógica de poder. En eso, el menemismo fue el ejemplo más palmario desde 1983 hasta nuestros días.
De acuerdo a la propia carta magna, su principal función refiere a la promoción del nombramiento, sanción y en su defecto, aportar los elementos de prueba suficiente para la sanción a jueces federales. Conformado por representantes de los tres poderes, a ellos se suman académicos y representantes de los profesionales del derecho, en no pocas ocasiones fue centro de disputas de todo tipo, lo cual devino en un desprestigio evidente.
El CMN aparece como un tema alejado del gran público, vidrioso si se quiere y que refiere más a peleas superestructurales de ciertos espacios de poder institucional, antes que a los supuestos verdaderos problemas de la “gente”. Este argumento esconde una gran falacia, ya que tener cierto gobierno sobre quienes se encargan de impartir Justicia, ese valor tan deseado desde la modernidad hasta aquí, no deja de ser una buena noticia en sí misma. Bastará la posibilidad de tener que pleitear para entender sobre la necesidad de ciertas características y valores que deberían encarnar los jueces.
Su conformación es compleja. Y debe decirse, aunque nos resulte molesto, que las dificultades en su funcionamiento radican en que requiere de una institucionalidad que funcione con una racionalidad que en muchos casos sus integrantes han adolecido. En los últimos tiempos, si algo le faltaba para convertirlo en un berenjenal que se parece a una pelea de unos contra otros, todo se complicó con la aparición en escena de una Corte de Suprema de Justicia de la Nación que cree que puede atender de los dos lados del mostrador, recayendo la presidencia de ambos cuerpos en la misma persona.
Para confirmar que semejante despropósito no es resultado de una casualidad, los supremos no tuvieron prurito alguno para declarar como inconstitucional una ley sancionada (y aplicada) quince años antes. Para que el combo fuera completo no se privaron de reponer otra normativa que el propio Congreso Nacional había derogado. Si se enterara, el barón de Montesquieu, autor de “El espíritu de las leyes” no dejaría de sorprenderse.
Ese es el contexto de este 2022. Entre dimes y diretes que abordamos siete días atrás, en esta semana que pasó Cristina Fernández de Kirchner dio una nueva muestra de su agudeza e inventiva política, propiciando el nombramiento de tres consejeros, ya no a través de las formalidades de una carta (con eso alcanza) sino con el acuerdo de una sesión del Senado.
La movida viene a dar una especie de respuesta a los fundamentos de la acordada cortesana que había propiciado un nuevo conflicto de poderes para nombrar en el cargo, por algo más de diez días, a Luis Juez, demandante original, la cual se había estructurado en un entramado de interpretaciones de fechas y plazos de la que tanto suelen gustar los profesionales del derecho, pero que tan poco tienen que ver con el día a día de la política. Y le guste a quien le guste, el CMN es un órgano político.
El resultado de la sesión del último miércoles deja en un lugar incómodo a los cortesanos, ya que vale preguntarse si en esta oportunidad también se animarán a dar por nula una sesión legislativa. Debo confesarlo, no estoy demasiado seguro de la respuesta.
Pero la verdadera atención del conjunto del sistema político estuvo centrada un día después, el jueves 17, en el Estadio Único Diego Armando Maradona de La Plata. Ese fue el escenario previsto para el recordatorio de los 50 años del retorno de Perón a la Argentina y con esa convocatoria se tejieron múltiples elucubraciones que nos avisaban que la vicepresidenta anunciaría su candidatura (o precandidatura) a la presidencia de la Nación.
En un estadio colmado, con mucha alegría y convicción a cuestas, como sólo la figura de Cristina Fernández de Kirchner puede lograrlo, la protagonista desautorizó a los apurados de redes y medios, esos que tenían “la posta del lanzamiento” y contestó con una de las frases más significativas del viejo líder “todo en su medida y armoniosamente”, cuando los asistentes pidieron por Cristina presidenta.
No se imaginan las ganas que tenía de volver a verlos. Gracias a todos y a todas por tanto amor. pic.twitter.com/9rPMtBAkpH
— Cristina Kirchner (@CFKArgentina) November 18, 2022
El discurso tuvo varios ejes que merecen destacarse:
- Habló hacia afuera de ese, su núcleo duro, pero también habló hacia adentro. El límite a una posible candidatura es una clara respuesta en ese sentido. Reconoció, seguramente muy a pesar de muchos cristinistas que han intentado construir un relato más moldeado a sus intereses que a cierta realidad, que en el 2015 la Argentina no era Disneyword.
- Nuevamente, al igual que en el plenario de cierre de la UOM en Pilar, no fustigó directa y públicamente al gobierno. No se involucró en ninguna disputa interna y volvió a mostrar a la cuestión del salario como uno de los principales ejes de su construcción discursiva y preocupación política.
- Habló de seguridad. Aportó una vinculación siempre interesante y ejemplificadora en la necesidad de que las familias coman en el seno del hogar, con rutinas establecidas y la presencia de mamás y papás y no en merenderos. Pidió más gendarmes para la provincia de Buenos Aires y esto, debe decirse, dejó gusto a poco para quienes no vivimos en la provincia más grande del país.
- Volvió a utilizar al pasado como una forma de legitimación política, algo que es una fortaleza para Cristina y que no todos los posibles candidatos pueden mostrar. La gran pregunta es si con eso alcanza para una hipotética candidatura que no referencie algo de futuro.
El oficialismo, de cara al día a día pero también a 2023, enfrenta varios problemas de gestión. Sumado al goteo de las reservas (esta semana hubo una buena noticia con la renovación del swap con China) y la restricción de dólares, tal vez el más importante refiera a una inflación que no cede y que, con el programa de Precios Justos, se pretende que actúe como una referencia que ayude para que en el segundo semestre del año próximo, los números de hoy se reduzcan a la mitad.
Con ese contexto, cualquier candidatura oficialista plantea un problema. Más allá de los nombres propios, anunciarla con nueve meses de anticipación supone más el deseo de los convencidos antes que una jugada política audaz. Formando parte efectiva del gobierno, a cargo de las cajas más importantes de la gestión (Anses, Pami, energía), a semanas de un fallo que podría condenarla, con una realidad interna no resuelta y con una evidente falta de coordinación y diálogo con el presidente de la Nación, no se entiende del todo cuál sería el sentido de exponerse con ciertos anuncios.
Desde esta columna suponemos algo: en su ya demostrada inteligencia, Cristina Fernández de Kirchner va por la acumulación de poder. En estas circunstancias no importa tanto el para quien, sino el para qué. Más allá de la innumerable cantidad de sepultureros que decretaron su muerte política, ella se las sigue ingeniando con una serie de recursos nada desdeñables, para seguir influyendo en el sistema político.
Un año después que el general Perón volviera a la Argentina, y en el mismo que se convirtiera en presidente por tercera vez, Alberto Cortez creaba “Ni poco ni demasiado”. Cantaba que todo era cuestión de medida y que no siempre gasta su tiempo aquel que más tiempo gasta. No son pocos los que intentaron deslegitimar el acto del pasado 17 con el hecho de que no había aportado nada nuevo a la realidad de cada día. Cristina anda gastando su tiempo en la acumulación de poder. Para qué lo use o a quien se lo preste, será tarea para prestarle atención en el tiempo mediato. Todo en su medida… y armoniosamente.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez