Cuando nuestros lectores y lectoras lean el presente análisis, el resultado estará definido. El estado de sopor que conlleva un mundial habrá sido extendido (ojalá que hasta el mismísimo 18 de diciembre) o habrá recibido un cachetazo deportivo que indudablemente afectará el humor social. Con todo, esta última semana de noviembre no dejó de traer novedades, una de ellas dolorosa, las cuales merecen ser revisadas. Repasemos.
La semana, y en pleno feriado por el Día de la Soberanía Nacional, comenzó con la triste noticia del fallecimiento de Hebe de Bonafini. A los 93 años, la mamá de Jorge, Raúl y María Alejandra, se había transformado en una referente insoslayable de la realidad nacional. Reconocida en el mundo entero, Hebe (Junto Tati Almeyda y Estela de Carlotto, entre tantas, sabrán respetar los y las puristas que no me meta en internas de inexistente valor), representa lo mejor de cierta argentinidad que eligió no contestar a la violencia con más violencia.
Hebe es la cara más tempranamente reconocida de un grupo de mujeres que supieron superar el miedo que traía la violencia estatal, la angustia por las ausencias, la perversidad por el reconocimiento oficial de las desapariciones, la indiferencia social, la complicidad de dirigentes elegidos por el voto popular que, en nombre de la paz y la unidad, garantizaban la impunidad de asesinos y torturadores.
La figura de la presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, es uno de los vértices sobre el que se parió uno de los movimientos sociales más trascendentes de occidente. Desde esa lucha, Argentina se distingue en el mundo: sus vecinos regionales no pudieron construir ni siquiera de manera mínima y algo tangible un proceso de memoria sobre lo sucedido en las dictaduras latinoamericanas de los 70’ en cada uno de sus países. La lucha ejemplar de Nelson Mándela no tuvo resto político y social para hacer justicia sobre los crímenes del Apartheid. La España posfranquista aún busca juez que se ocupe de investigar lo sucedido hace nada más y nada menos que 85 años atrás. El ejemplar juicio de Nuremberg sólo pudo sostenerse con la presencia vigilante de las potencias mundiales triunfadoras de la Segunda Guerra Mundial, aportando jueces extranjeros que juzgaron a los criminales del nazismo.
La lucha que encarnaron las Madres, y de las que Hebe fue una innegable jefa política, puede medirse a la luz del proceso de Memoria, Verdad y Justicia que el país profundizó desde el 2003 en adelante. Los centenares de condenas y la cantidad de juicios celebrados sirven de referencia del inmenso trabajo realizado. Pero eso sería mirar una parte, paradójicamente, tal vez la más chica, de esa lucha que reivindicamos. Hay otro resultado, más difícil de medir y que referencia en cierta consciencia ciudadana que pudimos adquirir los que veníamos más atrás a partir de la lucha de mujeres de la valentía de Hebe. Si quisiéramos medirlo, tal vez cada 24 de marzo tengamos una respuesta a mano.
Pero, creo, eso tampoco alcanza, ya que, muchos y muchas que miran de costado a la disputa por la garantía plena de los derechos humanos en la Argentina, y tal vez sin saberlo del todo, son herederos de los beneficios que ha supuesto la lucha de “esas viejas locas”. En este país, el nuestro, nadie acepta mansamente ciertos atropellos. Nadie cree que las fuerzas de seguridad sean una fuente de verdad absoluta e irreprochable.
La lucha de Hebe se proyecta en cierta cotidianidad que hemos naturalizado. No parecen muy distantes en lo conceptual la Ronda de las Madres de cada jueves, con las marchas del silencio que, pacíficamente, suelen reclamar por la violencia de las fuerzas de seguridad. Hay una herencia innegable en una lucha que se ejemplifica en aquellos padres, madres, familiares y amigos que resultan atravesados por el dolor de un crimen en el pedido de JUSTICIA. Hay un hilo conductor que llega, tal vez imperceptiblemente, a ese ejemplo de 45 años atrás.
El aporte de Hebe a la vida social argentina es enorme. Trasciende una disputa puntual e interpela a las generaciones. Nos ha permitido enseñarles a nuestros hijos que había un camino por el que seguir ante determinadas circunstancias que la vida nos plantea.
Por ello la pusilanimidad de un diputado no puede tapar aquello construido por Hebe. En esa falta de respeto del jueves, cuando José Luis Espert decidió romper con cualquier decoro mínimo que nos exige la muerte de cualquier ser humano. No se le podrá negar coherencia al legislador que pide “balas” para los delincuentes, justamente todo lo contrario que planteaba la homenajeada.
La pregunta de rigor es por qué cree esta derecha que ignora tantas cosas y que oculta tantas otras, que tiene la potestad para emitir juicios que lapiden las luchas populares. ¿Cuál es la catadura moral de una dirigencia que intenta ocultar las atrocidades de la historia y muchas de las injusticias de este tiempo “injusto” que vivimos? ¿Quién le dio a Espert y sus acólitos la potestad para violar un homenaje institucional a una mujer que resultó una verdadera excepción?
Debe decirse. Los enemigos de Hebe existieron siempre. Desde la pelea inicial de los 70’ y a todo aquello que ella supo construir en las últimas cinco décadas. Lo hemos visto, leído y escuchado en los medios, en nuestros espacios de convivencia, en la calle y, muchas veces, en espacios de poder del Estado. En eso, este tiempo no representa ninguna novedad, más allá de las formas comunicacionales o de la violación de reglamentos parlamentarios.
Pero si hablamos de violencia y juicios, no dejó de ser noticia el último fallo de la Cámara de Apelación de la Sala I integrada por el trío que componen Leopoldo Bruglia, Pablo Bertuzzi y Mariano Llorens, cuando el viernes decretaba, ya que estamos en clima mundialista, el “empate en uno” ante el pedido recusatorio de la querella de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, contra la jueza María Eugenia Capuchetti que entiende en el intento de magnicidio perpetrado en la noche del 1º de setiembre.
Se daba por sentado, dados los nombres que integran el tribunal, que el rechazo a la recusación sería ley. Pero lo que no dejó de llamar la atención en la jornada del viernes, fue el hecho de que se le ordenó a la jueza profundizar la pista sobre el ex secretario de Seguridad de la Nación y actual diputado Gerardo Milman, para “confirmarla o desecharla”, quien fue denunciado por un testigo que afirma haberlo escuchado afirmar en un restaurant de la zona de Congreso, que “cuando la maten, yo estaré en la zona de la costa atlántica”.
Recordemos que la jueza al elegir omitir esa declaración, no darle demasiado valor y procesar al testigo por falso testimonio, de alguna manera, deberá volver sobre sus pasos. Más allá de los vaivenes de la causa, cuestión a la que muchas veces tratamos de escaparle a la hora del análisis político, nadie puede asegurar con demasiada certeza que esto no tenga consecuencias en el mundillo PRO. Milman es un hombre de estrechísima confianza de la ex ministra Patricia Bullrich y de quedar efectivamente involucrado, aunque sea con una leve sospecha, el sueño presidencialista de la “Pato”, el cual se construye, como toda candidatura, día a día; quedará trunco antes de nacer. ¿Celebrarán a cuenta en el edificio comunal de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires? Qui lo sá.
Podríamos quedarnos en el dato de la muerte física de Hebe de Bonafini. En sus posturas, muchas veces, políticamente incorrectas. En su tono a veces desmedido y en la dureza de ciertos cuestionamientos, sobre el que muchas veces uno podría no coincidir. Pero su construcción política trasciende todo ello. Cuando la historia aborde su vida, seguramente hará foco en el “haber” de aquello que dejó como herencia y la transciende. Como dice Gustavo Cordera, puede pensarse a la muerte como vida vencida. Pero en el caso de Hebe, y esto puede aplicarse para muy pocas personas, en vida nueva. Esa que se trasunta en el ejemplo de cada ciudadano y ciudadana, reclamando por Justicia, movilizado y en paz. No es poco.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez