En contadas ocasiones una semana política puede condensarse de manera tan visceralmente definitiva sobre una misma personalidad, definiendo el juego en un sentido o en otro, pero con la inestimable capacidad de saber salirse del molde de todo lo que está preestablecido. Siguiendo con la lógica mundialista que nos alcanza, Cristina Fernández de Kirchner se parece a esos jugadores que soportan la peor de las presiones pero que en un solo movimiento desvían el sentido del juego de manera decisiva. Que se parezca o no a un muchachito nacido en barrio Las Heras, que desde hace algunos lustros reside en Europa, pero que se resulta más rosarino que el Carlito, es una elucubración que sólo cabe en la imaginación de los futboleros más atribulados. Cristina en el centro de la escena por enésima vez. Entre partido y partido catarí, pasen y vean.
Esta vez la semana política comenzó el domingo cuando un par de medios que nada tienen que ver con la corporación periodística, dieron a conocer una serie de mensajes y audios de Telegram que mostraban la impúdica relación que han sabido construir unos cuantos jueces federales, servicios de inteligencia, una fracción del poder político, un empresario que viola la ley argentina desde hace varias décadas y lo más granado de la conducción del grupo Clarín.
Lo informado derivó en un tembladeral político y judicial. Lo que inicialmente no pocos medios trataban de ignorar, con la cadena nacional del día lunes del presidente Alberto Fernández, quedaron obligados a dar cobertura. Si bien es cierto que los audios y mensajes tienen nulo valor jurídico, no menos real que ello resulta que tienen una decisiva incidencia política. Lo que se conoció el domingo anterior, con la única desmentida de Marcelo D’alessandro, ministro de Seguridad de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, quien afirmó que los datos estaban editados, no recibió ninguna desmentida del resto de los protagonistas. La foto de directivos de Clarín recibiendo a los visitantes en el aeropuerto de San Carlos de Bariloche muestra no sólo la hospitalidad de los organizadores del encuentro sino la impunidad (¿además de idiotez?) de mostrarse en público.
Mientras los “huemules” (así es el nombre del grupo) se desvelan por conocer a los autores de la filtración, el conjunto de los argentinos nos enterábamos de cómo unos cuantos funcionarios públicos discutían medidas que suponían la violación de la ley. No sólo está en juego el delito de dádivas sino que, a partir de la información sobre el viaje que había dado a conocer el diario Página 12 hace un par de meses atrás, los protagonistas dialogaban sobre la emisión de facturas apócrifas para el pago del vuelo como así también del hospedaje. Uno de los jueces resulta, a la sazón, juez en lo penal y económico. No deja de resultar un interesante oxímoron que un funcionario que debe investigar y juzgar al delito económico forme parte de una organización que altera pagos.
Pero más allá del valor jurídico del asunto, de quienes resulten los autores de la filtración (y con qué fines), el hecho deja al descubierto dos factores elementales de cómo se mueve parte de la política argentina de este tiempo.
El primero refiere a la necesidad de que descartemos definitivamente y para siempre, esa falaz teoría de que en el mundillo PRO existen halcones y palomas. Si alguien nos quiere convencer que el larretismo representa a esa noble ave que representa a la paz, se equivoca de cabo a rabo. La provocativa propuesta de gobernar con el 70% de los argentinos, dejando de lado al resto que representaría el kirchnerismo, se suma de manera directa con el hecho de uno de sus ministros formando parte de un nuevo ejemplo de Lawfare y con el propio Horacio Rodríguez Larreta defendiendo a su funcionario. Para muestra basta un botón diría mi abuela, y el ex interventor de PAMI en tiempos de Fernando de la Rúa viene sumando acciones como para hacerse un saco del mejor estilo inglés.
El segundo factor refiere a una nueva confirmación de que Juntos por el Cambio llegó a la política nacional para romper todos los códigos de convivencia política con sus adversarios. El silencio de amarillos y radicales (con la sola excepción de la inefable Margarita Stolbizer, quien pidió la renuncia del ministro), muestra que nada los conmueve a la hora de la defensa corporativa. Que un sistema político, ante semejante escándalo, tenga como máxima aspiración a que los propios sólo hagan silencio como forma de cuestionamiento interno, refleja el nivel de deterioro de las relaciones institucionales.
Pero si hablamos de deterioro, no podemos dejar de poner sobre la mesa el fallo condenatorio a Cristina Fernández de Kirchner en la causa Vialidad. La forma en que se estructuró el juicio, el absurdo que supone que los jefes de gabinete no tengan responsabilidad alguna en la administración fraudulenta, la increíble absolución de Julio De Vido siendo ministro del área a la vez que se castiga a la actual vicepresidenta, muestra tres cuestiones definitivas: que, efectivamente, la condena estaba escrita hace tres años, que el adelanto de los argumentos del fallo están flojitos de papeles y que sólo interesaba la proscripción política de la dos veces presidenta de los argentinos.
Ante esto, Cristina fue por más. A minutos de conocerse la condena, pidió la pelota y demostró por qué es la lideresa más importante de estos, casi, cuarenta años de vida democrática. Engarzó, cual orfebre relojero, su condena con los audios y mensajes conocidos 48 horas antes. Ya no habló de Lawfare sino, lisa y llanamente, de mafia. Identificó a uno por uno de los protagonistas del viaje a la mansión de Joe Lewis en Lago Escondido y su historia judicial reciente. No se privó de cuestionar a su compañero de vida sobre alguna concesión efectuada a Clarín, puso en el centro de la escena a Héctor Magnetto y anunció su renunciamiento a ninguna candidatura de ningún tipo para que el peronismo no quede condicionado por la condena de primera instancia.
Más allá de la emoción a flor de piel de la protagonista, la decisión provocó una evidente desubicación en propios y extraños. Para estos últimos, porque con esa jugada se quedan sin un argumento de peso para una campaña electoral que todo parece indicar no se desandará por caminos de concordancia y armonía política. Cualquier parecido con movimiento ajedrecístico de mayo de 2019, cuando decidió bajarse de una candidatura sin bajarse del todo, es parte de su imaginación querido lector, estimada lectora.
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Para los propios, la decisión también agrega una dificultad extra en el recorrido del año electoral. Con el pleno del cristinismo jugando a un operativo clamor que no tendrá efecto, no fueron pocos a los que les llegó una sensación de desamparo político. Si fue una respuesta producto de la emoción o de algo meditado previamente parece una pregunta menor ante la idea de pensar si, en definitiva, una condena tan definitivamente amañada resultó un éxito o un fracaso para los intereses corporativos.
Nos explicamos. Cristina ha decidido sacarse el sayo de una candidatura que siempre, guste o no, condiciona, por los factores externos o internos, por el perfil del candidato o candidata y también, por el de los adversarios. Con ella fuera de esas responsabilidades, vale preguntarse quién le impedirá “ser” a partir de poder contar con estas libertades porque, y aquí nadie debe confundirse, un renunciamiento no supone abandono de la política.
Pero la incomodidad de la decisión excede al propio peronismo y alcanza también al conjunto de ese conglomerado que podríamos definir como movimiento nacional y popular. Los titulares y no pocos analistas domingueros (excepcionalmente, hoy escribimos un domingo) intentan responder o desentrañar quiénes pueden ser los candidatos peronistas del 2023 para la presidencia. Y la verdad, eso parece una duda menor.
La gran pregunta que deja lo sucedido en los últimos siete días refiere a qué tipo de candidato se prefiere desde este lado, para dar qué tipo de batallas políticas, con qué elementos a mano y con cuáles a construir. Entre tantas cosas, si de algo debe servir la experiencia del Frente de Todos a partir del gobierno de 2019, es tener en claro cuál es el horizonte aspiracional en pleno siglo XXI, con qué herramientas y métodos, para que ciertas diferencias naturales no ralenticen a un gobierno a partir de lo que cada uno supone que debe hacerse.
Menuda tarea para el movimiento nacional y popular. “Este asunto está ahora y para siempre en tus manos” nos dice el septuagenario que supo conquistar a bandas inconsolables, de perros sin folleto y brujas de alma sencilla. Y aunque ella va a seguir estando, algo similar nos parece decir Cristina. Habrá que hacerse cargo. Tal vez así, la noche se haga día…