La política argentina llega a la última quincena del año con un escenario de variadas indefiniciones que, ilusoria o inocentemente, algunos quieren adjudicar al mundial de fútbol de Qatar. En un país visceralmente futbolero, la performance de la Selección Argentina nos ha colocado en un lugar inusual para estos días del año. Ya se acerca nochebuena, ya se acerca navidad y nadie parece haber estado del todo preocupado por los encuentros ni por cómo estará el clima en los días festivos. Mucho menos por el devenir y los acontecimientos políticos que aparecen cada vez más en una lógica enmarañada que sólo interesa a unos pocos. Todo parece estar alcanzado por una especie de estado de sopor que, como define la Real Academia Española, se define como “el embotamiento de los sentidos y la torpeza de movimientos”. Para la primerísima de nuestras preocupaciones quedan pocas horas para las definiciones. Para las otras, bastante más. Si usted tiene ganas y tiempo, entre sufrimiento, cábalas y angustias varias, pase y vea.
El “renunciamiento” de Cristina Fernández de Kirchner activó varias respuestas esperables. La primera de ellas, tradicional en el manual de gestión de la política kirchnerista cuando se toma una decisión que altera el tablero, devino en el silencio vicepresidencial y, a la vez, activó algo que podía esperarse de antemano: la conformación de algunas mesas políticas que tienen como foco principal las elecciones de 2023. Picaron en punta un conjunto de gobernadores (para hacer honor a su exitosa carrera, el santafesino Omar Perotti no fue de la partida) y un grupo de sindicalistas que suelen mostrarse muy amigables con ciertos espacios de poder. El sentido del encuentro se sustenta en la necesidad de encontrar un candidato, si se puede propio, que les garantice una mayor visibilidad y algunas certezas de cara a lo que viene.
Fenómeno raro el de los gobernadores que mientras imaginan una candidatura nacional, apuestan por la eliminación de las PASO para elegir a dedo a sus “pollos” y por una separación de las elecciones nacionales de las provinciales a los fines de blindar sus territorios.
Fenómeno raro el de este conjunto de sindicalistas que, mientras varios de ellos resultaron decididamente complacientes con las intenciones macristas del período 2015 – 2019, hoy pugnan por una representación institucional en listas de legisladores, a la par que plantean la queja de no haberla logrado en las últimas elecciones, como sí le sucedió a quienes tributan en el kirchnerismo. La pregunta es simple: ¿por qué un líder (o lideresa) te regalaría la promesa de una representación de un espacio del que nunca te sentiste parte? La respuesta es más sencilla aún.
El Partido Justicialista se encuentra en estado de discusión. No de ebullición porque para eso se necesita de una militancia que, luego de la definición cristinista, está como en el tango “sin saber que trole hay que tomar para seguir”. Sin un candidato definido previamente, la semana registró dos hechos que reflejan esa falta de definiciones de las que hablábamos al comienzo: el acto presidencial por la celebración de los tres años de gobierno, lo cual no derivó precisamente en un extendido reconocimiento oficialista y la buena nueva del número inflacionario de noviembre que llegó al 4,9%.
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No deja de ser paradojal la situación ya que ese número mensual que en otros países representaría un problema, en la Argentina deja una mueca de cierta conformidad. Como siempre, cualquier hecho político, y la inflación lo es, debe ser analizada desde el contexto que la enmarca: coquetear sistemáticamente con un alza de precios que ronda entre el 6% y el 7%, no es una buena señal para nadie. Completa el cuadro el dato de una baja sustancial en el índice de alimentos, construido en base a mucha “perseverancia” sobre los formadores de precios.
Con ese dato alentador a cuestas, la oposición política y la corporación mediática (que son más o menos lo mismo) se encargaron a partir de mismísimo jueves de empezar a poner dudas sobre el método de medición, parangonándola, sin ningún tipo de denuncia de los trabajadores y académicos del Indec, con los tiempos de Guillermo Moreno. Si la baja persistiese (habrá que prestarle especial atención a diciembre que históricamente resulta un mes “caliente”) estos sectores podrían encontrarse ante un nuevo y doble problema: el cambio de ánimo social con una inflación que pueda mostrar una tendencia a la baja y la emergencia de Sergio Massa como un referente en donde buena parte del peronismo estaría dispuesto a pedirle (sino rogarle) por una candidatura presidencial. Qué hará el tigrense es una cosa que sólo él debe tener en claro. Si es que lo tiene.
Ese estado de sopor se completa con la situación de un congreso nacional paralizado en cuanto a la sanción de leyes. Lo excepcional del asunto es que ello no responde exclusivamente a lo que podríamos definir como las naturales diferencias que surgen en un esquema de poder tan marcadamente polarizado entre dos fuerzas antagónicas, y que, en algunas ocasiones concluiría con un escenario de empate permanente que articula un constante bloqueo del propio sistema político.
Como en algunas crisis de pareja, aquí las razones se sustentan en la presencia de un tercero (o tercera) en discordia: el Poder Judicial y la Corte Suprema de Justicia de la Nación que lo gobierna. La apelación sistemática a juzgados para dirimir cuestiones que le corresponden a la dimensión de la política, la recurrencia a tecnicismos que garanticen supuestos intereses generales, la aceptación gustosa de buena parte del sistema de justicia de auto habilitarse el rol de árbitro en pleitos que exceden al mundo del derecho y la promiscua relación construida entre una parte de la dirigencia política, jueces, fiscales, servicios de inteligencia y medios de comunicación, han derivado en un momento histórico donde la política le pide permiso a la justicia, permiso “para ser”. El estropicio generado en el Consejo de la Magistratura sobre el que esta semana tuvimos un nuevo capítulo, no ha hecho más que confirmar el deterioro comentado: ese propio organismo paralizado, siete universidades sin haber sido creadas, autoridades de la Cámara de Diputados sin nombramiento efectivo y la ley de humedales sin tratamiento efectivo, son consecuencia de ese desandar.
La política argentina no se detuvo ni entró en ese estado de sopor por culpa del mundial, sino porque ha terminado siendo víctima de su propio devenir. A la hora de la verdad, y de acuerdo a los resultados, buena parte del quehacer opositor no se define en la sede la Unión Cívica Radical, del PRO, del municipio de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires ni en la de la Fundación FIFA con sede itinerante en Qatar, sino en el cuarto piso de la calle Talcahuano 550, hábitat natural de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, mismo organismo que, de yapa, esta semana tomó la decisión de no revisar uno de los casos sobre los que Milagro Sala ha recibido condena, y por lo tanto, la misma ha quedado firme. De paso, con esa decisión agregó un nuevo foco de conflicto interno en el Frente de Todos, ya que algunas voces han comenzado a pedirle al presidente de la Nación por un indulto al que Alberto Fernández ha rechazado históricamente.
El mundial y el año comienzan a despedirse. Vivimos las últimas horas y días de cada uno de ellos. Pero, mientras en el primero las definiciones son inexorables, este 2022 le hereda a su sucedáneo un cúmulo de situaciones no resueltas que, seguramente, marcarán la cotidianidad de los próximos 365 días. Carlos Alberto García Moreno canta que cada uno tiene un trip en el bocho y que así es muy difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo. Nada muy distinto a cierta dirigencia política. Salud Selección Argentina, y que en su juego y resultado, encontremos una verdadera alegría que, a la vez que colectiva, sea definitiva.
(*) Analista político de Fundamentar - @miguelhergomez